5. Tentación

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Manu y su banda celebraban el inicio del plan perfecto, el que no podía fallar, y el que les brindaría la posibilidad de vivir para siempre sin volver a robar. La sobremesa se extendió hasta pasadas las ocho de la tarde. Aunque no todo fue reír y beber, también dedicaron parte del día a investigar sobre los primeros robos que llevarían a cabo. Acordaron atracar la Joyería María al día siguiente y veinte minutos antes del cierre. Solo se llevarían lo que había en los escaparates, sin heridos ni pasos en falso. Alba controlaría los movimientos desde dentro, mientras que Natalia y María se encargarían del trabajo sucio. Trazado el plan, el grupo de disolvió. Aunque Alba se acercó a la moto de Nat.

—¿Te gustaría cenar conmigo? —la abordó. La chica sonrió torcido, colocándose bien el casco.

—Tal vez—se hizo la dura, pues después de la escenita de la cocina no se podía permitir ningún fallo. Rápidamente sacó el casco para su acompañante—. Con una condición: nada de vomiteras.

—Eres gilipollas—la insultó, quitándole el casco con fuerza, y colocándoselo cabreada. Nat sonrió por dentro. Subieron al bicho de dos ruedas, y Alba se aferró al cuerpo de la morena. Esta condujo sin ninguna instrucción hasta un bonito restaurante, no muy lejos del Jukebox's. Entraron hasta que un recatado camarero las frenó, preguntándoles si tenían reserva. El sitio era bastante decente, aunque sin llegar a ser formal. Casual, pero elegante. Las paredes estaban revestidas de madera clara, que conjuntaba a la perfección con las mesas. Las sillas eran blancas, y para sorpresa de la rubia, había cientos de lucecitas enredadas en plantas por todo el techo. Las acomodaron justo en el medio del lugar, en la única mesa libre.

—Pues es bonito el sitio—comentó Natalia, mirando los detalles del establecimiento.

—Pensé que ya habías venido—respondió Alba, ojeando la carta. Se le descompuso la cara al ver los precios. ¿Dónde coño me ha traído?

—No. Nunca repito restaurante... Se quedarían con mi cara—dijo sonriente. La herida le escocía, pero lo escondió con gran habilidad. Alba rodó los ojos pensando que Natalia mandaría al carajo el plan de Manu en una de sus aventuras de chica malota y rebelde.

Pidieron el vino más caro del sitio para asombro del camarero, junto a dos platos individuales. Esas dos no tenían pintas de tener mucho dinero, pero se dejó llevar por una frase que siempre le decía su maitre: nunca hay que juzgar a los clientes por cómo se vistan o hablen, hoy en día cualquiera puede ser multimillonario y pasar desapercibido. Quince minutos después, ese mismo pelirrojo les sirvió su comida.

—Vaya pinta... —comentó Alba al ver su lubina enterrada en patatas al horno. Comenzó a comerla con ansia, mientras Natalia intentaba averiguar cómo se comía aquel cangrejo que sobresalía de la vajilla. Rendida ante su hambre, lo agarró con las manos y comenzó a meterle bocados como podía.

—¿Me puede poner un plato de macarrones con tomatico? —le pidió al camarero, que asintió confundido. Alba la miró incrédula.

—No llames la atención, tía. Pedirte macarrones por la noche... en un restaurante donde sirven caviar... —rodó los ojos—. Por lo menos di "a la boloñesa", coño.

—Me ha dejado con hambre el bicho este, ¿qué hago? No tenía carne—se excusó.

Minutos después le sirvieron la pasta. Nat parecía una niña con zapatos nuevos. Comenzó a pinchar felizmente los macarrones, mientras soltaba pequeños suspiritos y sonidos que indicaban que la comida estaba deliciosa. Añadió un "son los mejores que he probado en mi puta vida", y dio un buche al vino.

—Qué simple que eres, chica—dijo Alba con una sonrisa burlona. Natalia la contempló, fijándose en las facciones perfectas de la mujer con la que compartía mesa. Quería volver a besarla, hacía muchas horas que no disfrutaba de ese placer. Se llevó la copa a la boca, intentando serenarse, cuando de pronto sintió un pie en su muslo. Se sobresaltó, haciendo que el vino diera una vuelta por la copa hasta caer en su camiseta blanca.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now