7. Quemando rueda

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El reloj marcaba las siete y cuarenta. Alba entró cabizbaja en la joyería y se situó la última de la cola. Los dos clientes que esperaban su turno la miraron sonrientes por su vestimenta y la saludaron con un gesto. El joyero atendió a la primera, que pidió unos pendientes.

—¿Todo correcto? —preguntó María por el pinganillo.

—Sí—susurró en una tos la rubia.

—Si no contestas, empezamos—tras el silencio que otorgaba el permiso, lanzó la señal para alertar a Alba—. ¡Cruza la pasarela!

En ese momento, un audi verde se estampó contra el escaparate de dicha joyería. Los cristales volaron por el interior, mientras unas personas completamente asustadas se echaban al suelo. Alba, pegada a la pared del interior, sacó un subfusil de su hábito y apuntó a los allí presentes. María se bajó a toda prisa del monovolumen y comenzó a meter las joyas en un saco marrón. Natalia sonreía mirándola desde su asiento, agarrando despreocupada la parte más alta del volante.

—¡Que no os mováis! —gritó Alba al ver que uno de los clientes trataba de levantarse—¡O te meto un tiro y te mando con mi Dios! —amenazó con ironía.

Las tres vestían de monjas en un intento de pasar desapercibidas. En el caso de Nat y María, también llevaban cubiertas sus caras, mientras que Alba tan solo portaba unas gafas oscuras para no levantar demasiadas sospechas.

—¿Cómo vas, Sor M? —le chilló en una pregunta a su compinche. Ella le contestó que tan solo le faltaban unos segundos.

—¡La policía está en camino! —amenazó el joyero desde detrás del mostrador y haciendo que Alba entrara en cólera. La chica se acercó y se puso de puntillas para mirarlo. Estaba hecho un gurruño en el suelo, muerto de miedo. La rubia le atizó un empujón con su arma en señal de amenaza.

—¡Esto ya está, Sor A! —la avisó María.

—¡Con Dios, señores! —gritó Alba, disparando numerosas veces al techo y sonriendo satisfecha por el éxito del primer robo de la banda. Subió a toda prisa al automóvil y Natalia arrancó antes de que esta cerrase la puerta. Condujo a toda velocidad por la carretera, sin importar las aceras o semáforos.

Las tres gritaron eufóricas mientras de fondo sonaba The Edge of Glory a toda leche.

—De aquí al infierno—rio María.

—Nat, tío, la próxima vez cógete un coche menos cantoso, cariño.

—Los audis son fáciles de puentear, ¿qué quieres? —se excusó, mirándola por el espejo interior. Le guiñó un ojo.

—¿Los verdes? —replicó. La morena dio una carcajada—. Estás muy guapa de monja.

—¡Si queréis me bajo! —exclamó María, que sintió una vela imaginaria entre sus manos. El teléfono de la navarra empezó a sonar, interrumpiendo el divertido momento. Era Manu, que quería saber cómo había salido el robo—. ¡A la historia pasamos, tronco! —contestó, desatando de nuevo la fiesta dentro de aquel despampanante coche.

Natalia aparcó en el interior de una casa abandonada. Acarició el volante con un puchero mientras Alba la miraba tierna desde el asiento de atrás.

—¿Seguro que no podemos quedárnoslo? —preguntó ella—. Es precioso...

—Si quieres ir a la cárcel, puedes quedártelo—le contestó tajante María mientras salía del auto. Alba acarició el hombro de la morena y le regaló una sonrisa cómplice.

—No me gustaría que pasara, pero igual te reconforta... —inició—habrá más audis verdes en el mundo.

—¡Si no salís ahora mismo os quemo vivas! —chilló María a la vez que derramaba gasolina por el coche. Las dos salieron escopeteadas de allí y se situaron a unos metros. Por detrás de ellas apareció Julia.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now