9. A golpe de tostada

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Los hilos de agua caían a trompicones sobre la piel de Alba. Entreabrió sus labios alzando su rostro, dejando que un par de gotas le refrescaran la boca. El vapor fue nublando poco a poco el baño hasta empapar por completo el cristal. El calor le sentó bien después de la noche que había tenido. Unos metros más allá, en el salón, Natalia charlaba con su hermana, quien se había puesto muy pesada con el tema de su nueva amiga.

—Yo creo que te has encoñao' —insistía.

—Tío, sabes que no. Me conoces. Yo no soy así—se quejó, intentando dar por finalizada la absurda disputa.

—Por eso mismo lo sé, porque soy tu hermana y lo sé todo de ti—argumentó—. Te brillaban los ojitos—se burló—. Alba, puedes ponerte esto... —remedó, desatando el cabreo de la mayor, que le asestó un codazo.

—Y puedo darte más fuerte—amenazó—. Así que te vas a estar calladita cuando salga de la ducha, ¿vale?

—¿Por qué no entras? En la ducha es muy morboso—sonrió pícaramente, aunque protegió su estómago con un cojín ante otro posible ataque.

—Qué sabrás tú, mocosa—vaciló, rodando el septum de su nariz mientras miraba hacia el pasillo esperando que apareciera la rubia.

—Mírate. Contando los minutos para volver a ver su carita angelical... —volvió a picar. Natalia le lanzó una mirada cargada de odio que la hizo parar por unos minutos—. Pero te gusta.

Justo en ese instante, y con Natalia a punto de darle otro de sus codazos a Elena, Alba asomó por el salón con una camiseta gigantesca que le sobrepasaba las rodillas.

—La leche—soltó Elena—. Podría colar como vestido.

—Si a tu hermana de por sí le queda grande, imagínate a mí—rio, mirándose. Natalia la observó con una sonrisa torcida que en seguida pilló su hermana. Esta subió rápidamente sus cejas para picarla y ella le regaló la mirada de una asesina psicópata.

—Voy a ducharme yo—informó Nat, levantándose—. ¿Tú te vas, o qué?

—¿Qué? —Alba se sobrecogió ante el comentario—. ¿Quieres... que me vaya?

—No sé, ¿qué piensas hacer? —Elena abrió sus ojos como platos desde el sofá. No podía creer que el orgullo de su hermana fuera tan grande como para soltar esa bordería. Es más tonta y no nace. Vaya burra.

—¿Para qué me has traído? —rio irónicamente Alba—. Yo tengo ducha en mi piso. Me hubieras llevado directamente—respondió.

—Joder, tampoco soy tu chófer.

—Bueno, pues hasta mañana—se cabreó la rubia, caminando enojada hacia la salida. Natalia se metió en el baño como si nada hubiese pasado.

—Ni de coña—gritó Elena, corriendo detrás de Alba. Cerró la puerta con la llave, interponiéndose en su camino—. Es tardísimo. No voy a dejar que te vayas. Y menos con estas pintas, chica—rio.

—En serio, quiero irme—insistió la rubia. Elena negó con la cabeza.

—Mi hermana es una orgullosa—susurró—. Pero en el fondo es buena gente. Solo hay que saber llevarla. Normalmente funciona bien el hacerle creer que tiene el control... aunque también está la técnica de hacerle el vacío. Si le importas, cederá. Si no, se la sudará bastante. No se arrastra por nadie... —dejó la frase en el aire—. A no ser que le gustes mucho, mucho, mucho, mucho, mu...

—Creo que lo he pillado—la cortó—. Lo tendré en cuenta—suspiró—. Deja que me marche, por favor.

—Ni hablar.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora