17. La función

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Nunca el pecho le había botado con tanta fuerza. Miró la metralleta entre sus manos. Temblaba. Por qué cojones no se tranquilizaba. Había hecho eso mil veces. Había matado sin que un solo músculo de su cuerpo dudara. Pero las cosas habían cambiado. Porque tenía algo que perder. Esta vez no era cosa de su vida, cosa que siempre le había importado una mierda. Ahora estaba en juego la vida de Alba. Y si la perdía, ya nunca volvería a ser la misma. Porque nunca había querido a nadie, porque si moría sería solo culpa suya.

Volvió a comprobar la dirección en el móvil. Le extrañaba demasiado. ¿Un teatro? ¿Quién secuestra a alguien y lo mete en un teatro? Escondió el arma como pudo en su chaqueta de cuero y se adentró en el lugar. La recepción estaba a oscuras y en calma. Carteles de las últimas funciones decoraban las paredes rojas, y a la derecha y a la izquierda, escaleras que iban hacia arriba. En frente había una puerta que daba al patio de butacas. Se asomó por una de las ventanas circulares de la puerta. Podía ver a Alba en el centro del escenario, iluminada por un foco cenital.

—¿Qué cojones es esto? —murmuró con la respiración acelerada. Trató de ver algo más, pero no encontró a nadie. Estaba demasiado oscuro. Miró a los lados, palpándose el arma dentro de la chaqueta. Le quedaba tan holgada que nadie notaría que la llevaba. Fijó la vista en la escalera, y decidió subir por ahí. Entrar por la puerta que tenía delante le parecía un suicido. No tenía nada que pudiese cubrirla, quedando totalmente expuesta. Por una vez en su vida pensó con claridad.

Subió los escalones de tres en tres, sin fijase siquiera en la moqueta cuidada del lujoso teatro. Al llegar al último peldaño los vio. Dos hombres de negro entraban por una puerta que debía llevar a alguno de los palcos de la primera planta. Natalia retrocedió, escondiéndose. Se preguntaba si alguien la había visto llegar. Dejaron la entrada abierta, así que pudo ver cómo ambos cargaban sus respectivas armas.

La morena cogió aire hasta llenar sus pulmones a la máxima capacidad. Se agarró con fuerza su muñeca derecha, impidiendo que temblase. Sin pensarlo una vez más, con dos amplias zancadas se pegó a la pared. Descolgó el extintor y se asomó con tremenda frialdad al palco. Ahí estaban los dos, mirando impasibles el escenario. Probablemente, a Alba revolverse en la silla. Cerró los ojos para concienciarse en no cagarla, y entró. Golpeó al hombre de la izquierda mientras con la otra mano le tapaba la boca al otro. Soltó el extintor a la vez que el atacado se desmayaba a su lado.

—¡Hija de puta! —oyó desde el palco de enfrente. Se agachó a tiempo, esquivando una bala que quedó incrustada en la puerta. El hombre al que seguía sosteniendo se escurría, intentando escapar. Natalia sacó entonces su metralleta de la chaqueta y de tres disparos encadenados, lo mandó al otro barrio. Les quitó las pistolas que llevaban, escondiéndoselas en la cinturilla del pantalón, por detrás. Dio un paso para salir, cuando vio cómo otros dos hombres salían del palco más lejano al suyo. Volvió a girar su cuerpo entrando en el palco y esquivando así una oleada de disparos.

—¡Dijimos que nada de almas! —oyó con el eco propio de un teatro. Era la japonesa. La maldita japonesa desde la primera fila del patio de butacas—. ¡A pol ella! ¡La quielo viva! ¡Apuntad a las pielnas!

—Y una puta mierda—susurró Natalia, girándose para quedar frente a sus dos enemigos, los que le habían lanzado esa lluvia de balas. Sacó las pistolas que acababa de coger desde su espalda y disparó con certeza a los dos hombres que se dirigían a ella por el pasillo. Uno de ellos se retorcía en el suelo. La bala le había inmovilizado la pierna derecha, pero sacó un cuchillo del bolsillo y rajó la chaqueta de Nat por el brazo, haciendo que este sangrara bajo el cuero. La chica le pisó la herida para luego dispararle en la cabeza—. Gilipollas—la adrenalina le recorrió todo el cuerpo, aunque la piel rebanada del brazo le dolía. Se asomó de nuevo al palco y se dirigió directamente a la asiática—. ¿Tienes algo mejor? ¡Menuda horda de mancos! ¡Igual deberías contratar a alguna mujer! — Ella dando clases de feminismo en mitad de una batalla.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now