13. Las amenazas

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La tensión de la sala se palpaba en el ambiente. Carlos seguía con el rostro encogido por el arrebato de Natalia, Alba enojada por la insinuación de la que decía era su novia y temerosa por la entrada de Manu. María perpleja ante tanto revuelo. Miki entraba sin poder frenar a su jefe, y Natalia estaba enfurecida todavía por la actitud del médico y las disculpas que tenía que pedirle al cerebro de la misión. El tiempo se había detenido en aquella estampa tan peculiar. Nadie dijo nada, quedando el silencio roto por las respiraciones angustiadas de los allí presentes.

—¡Discreción! —gritó con la boca muy abierta Manu y haciendo aspavientos—. Os pedí discreción. No llamar la atención, actuar con precaución—empezó a decir con cierta relajación. Parecía calmarse—. No hacer nada que no esté sujeto a un plan—tomó aire—. ¿Y QUÉ COÑO HACÉIS VOSOTRAS? —enfureció de nuevo. A la mierda la paciencia. Cogió a Natalia por las solapas de la chaqueta para sacudirla—. ¿Se puede saber en qué estabas pensando? —la soltó con asco. La chica mantuvo el cuerpo rígido, simulando entereza—. ¡Responde!

—No vuelvas a zarandearme así—masculló, haciendo que Guix se desesperase más—. ¡Vale, vale! —lo frenó al verlo venir de nuevo—. Ha sido mi culpa—reconoció mirando a Alba. Esta estaba en la cama siguiendo la escena con la mirada temblorosa. Carlos salió de la escena ante el gesto de María—. Nos distrajimos... Miki apostó... —titubeaba. Lo que más le costaba hacer en la vida era pedir disculpas. Y llevaba una buena racha esa semana—. Pensé que lo más sensato era recuperar el dinero, ¿vale? Yo soy una tía de impulsos, no pensé en nada, solo en el objetivo principal: ¡reunir capital!

—¿De qué cojones nos sirve tener dinero si nos detienen, Lacunza? —preguntó con los ojos entrecerrados y los morros más hinchados de lo habitual. Enrojecidos. La chica bajó la cabeza arrepentida. Pocas veces habían conseguido que se doblegara así. Siempre hacía lo contrario, elevar la barbilla y contraatacar con más potencia. Natalia estaba cambiando, y ella misma lo sabía—. Estás fuera—los presentes se quedaron congelados con los ojos muy abiertos. ¿De verdad iba a echarla?

—Manu, yo también la cagué—reconoció Alba. Nat se echó a un lado para que pudiesen verla. Sus ojos brillaban inquietos—. Yo provoqué el fallo que lo desencadenó todo—admitió—. Si no hubiera... jugado con ella esta mañana—nadie entendía nada, solo ellas.

—Muy bien—Guix se frotó las manos mientras siseaba con los dientes pensando en cómo reubicar el plan—. Pues las dos a casita del expresidente—Alba y Natalia se miraron confundidas—. ¿Os creéis que no me iba a enterar? Pues que sepáis que lo tengo todo controlado. Y que no os han denunciado por mí—Miki y María se buscaron la mirada mientras fruncían el ceño—. Así que nada, chicas. A robar al metro otra vez—masculló dando donde más dolía. Iba a girarse para salir, pero la rubia se interpuso en su camino.

—Jefe, creo que deberíamos tener esta charla en otro momento... estamos todos muy alterados.

—María, quítate de en medio si no quieres que te eche a ti también—amenazó con las narices hinchadas.

—¿Y cómo vas a sacar el plan tú solito? Lo manejas todo desde una silla, pero no tienes ni idea de cómo empuñar una pistola.

—No me hagas probarla con vosotras—sentenció—. Han incumplido una de las reglas más importantes. ¿Qué opciones tengo? ¿Las castigo sin recreo?

—Manu, te lo digo en serio—su mandíbula se endureció. Alba y Natalia se miraron con una mezcla infinita de sentimientos. El enfado de la rubia pasó a un segundo plano. Ya lo hablarían luego. Su principal preocupación en esos instantes era el permanecer dentro del equipo. Y juntas—. Perder dos miembros en el punto en el que estamos solo empeoraría las cosas. Tardaríamos mucho más en conseguir los fondos suficientes...

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora