25. Mentiras

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—¿Podríais intentar hacer menos ruido? O cerrar la puerta, no sé.

—¿De qué hablas, mocosa? —arrugó la nariz Natalia, mirando ligeramente hacia atrás.

—Anoche, que gritabais un viaje—se quejó—. Que, a ver, a mí me da igual que Alba se quede a dormir casi todas las noches en casa, ¿eh? Si total, así me acostumbro para cuando nos fuguemos con tu banda. Es genial que Manu haya aceptado que me llevéis, ¿verdad? —la morena sonrió profundamente, aunque no dijo nada—. Pero lo que decía, coño. Que es un poco trauma para tu hermana de 16 años escucharos ahí dale que te pego... ¿no te parece?

—Como si tú no supieras perfectame...

—Ni se te ocurra darme una charla sobre sexo mientras me llevas en moto. Bueno, ni en la moto ni en casa—advirtió Elena, pegándole a su hermana un cabezazo. Ambos cascos chocaron haciendo un sonido metálico.

—Alguien te la tendrá que dar—carraspeó Natalia con una sonrisa vacilona. Amaba sacar de quicio a su hermana, y más, cuando tenía todas las de ganar—. ¿Sabes que hay que utilizar cond...?

—No me hará falta—interrumpió—. Voy a estar con tías, como tú.

—Elena—soltó una media risa—. No tienes por qué hacer todo lo que yo hago.

—Ya lo sé. Yo no seré tan gilipollas con ellas—se burló. Natalia rodó los ojos.

—Entonces... ¿la chica con la que has quedado...?

—¡No! —le pegó—. Sara es mi amiga, nada más.

—Vale, vale—rio—. Pero... ¿cómo de amiga? ¿Amiga, amiga, amiga...? ¿Amiga como Alba para mí?

—¡Que no me gusta Sara! —le dio un puñetazo en el brazo. Natalia perdió el control de la moto, aunque rápidamente lo recuperó. Era un hacha en la carretera. Aún así, riñó a su hermana por atacarla de esa manera mientras estaba conduciendo. No hablaron mucho más hasta que llegaron al centro comercial donde Elena había quedado con la tal Sara. Mejor, así evitaban cualquier accidente de tráfico.

La banda ya estaba manos a la obra con los últimos preparativos antes de partir a Suiza. María y Manu miraban apartamentos en los que quedarse mientras estuvieran allí, y Julia, Miki y Alba estaban estudiando los currículums de las personas que trabajarían para ellos en el banco. Todos ajenos al verdadero plan de Guix, por supuesto. Sin embargo, entre ficha de datos y oferta de alquiler, el grupo iba charlando sobre otros asuntos.

—A mí lo que me no me cuadra es que Natalia no se haya extrañao' de que hayamos conseguido el dinero tan rápidamente—dijo Julia, que seguía preocupada por el tema.

—Mejor—intervino Miki—. Elena nos dejó muy claro que no podía saber nada. Si no pregunta, pues problema que nos ahorramos.

—Y con todo el tiempo que pasas en su casa... ¿Elena aún no te ha dicho de dónde sacó el dinero, Alba? —preguntó María, buscando la mirada de la rubia.

—¿Qué coño estáis diciendo? —Natalia apareció en el salón con los puños cerrados y el gesto encendido. Caminaba violentamente, como nunca antes la habían visto. Bueno, excepto Alba, que la vio así cuando luchaba por rescatarla durante el secuestro. Sus compañeros se miraron los unos a los otros con preocupación—. ¿Y encima tú lo sabías? —gritó, dirigiéndose a Alba, que se quedó completamente paralizada ante la agresividad de la morena—. ¡Sois unos hijos de puta!

Natalia se aguantó el llanto como pudo. Se mordió el puño mientras flexionaba sus rodillas. No sabía cómo gestionar su enfado. No sabía cómo hacer que se esfumara. La ira y la decepción luchaban por ocupar el puesto más alto de sus emociones. Se dio la vuelta y dio un fuerte portazo, dejando atrás a la estupefacta banda. Cabalgó su moto con la misma furia que dominaba su cuerpo y trató de serenarse cuando el olor de la gasolina entró por su nariz. El corazón le iba a estallar en cualquier momento.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora