22. Su verdad

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El Peugeot 207, tras aquel frenazo que provocó una oleada de pitadas y chillidos de conductores indignados, colocó las cuatro luces intermitentes y se quedó en el carril derecho tan pacho. Pero es que la llamada sorpresa de la tal Elena había acaparado por completo la atención de los atracadores.

—Te escucho—dijo Manu, activando el manos libres. En otro momento quizás hubiera salido del coche para mantener aquella conversación en privado, pero tras los últimos acontecimientos, la banda se había unido más que nunca. Sí, Guix seguía llevando la voz cantante, pero teniendo mucho más en cuenta la opinión de los demás, pues ya nada concordaba con el plan inicial.

—No hay nada más que decir. Os doy el dinero a cambio de que mi hermana y Alba vuelvan con vosotros.

—¿De cuánto estamos hablando?

—40.000 euros—contestó Elena.

—Eso no salda la deuda—chasqueó Manu—. Pero... nos tapa un buen agujero—reconoció, observando las caras impresionadas de la banda. Julia parecía más nerviosa que el resto, pues no paraba de morderse el pulgar.

—Entonces, ¿trato? —propuso. Guix puso la boca al lado, buscando la aprobación del resto. Los chicos asintieron conformes. Dadas las circunstancias, ¿qué más podían pedir? Readmitirían a dos grandes fichajes, por mucho que les escociera reconocerlo. Y encima, recuperarían parte del dinero perdido. No volvían a estar como deberían, pero al menos no tenían las manos vacías. ¿Estarían terminando con su mala racha?

—Pero no cobrarán nada hasta que salden los veinte mil restantes, ¿estamos?

—De acuerdo—dijo Elena—. Una cosa más. Mi hermana no puede enterarse de que os he hecho esta donación.

—¿Perdona? ¿Donación? Es una puta deuda—recordó Guix, apretando los dientes—. ¿Y por qué no puede? ¿De dónde lo has sacado?

—No revelo mis fuentes—carraspeó Elena—. Estas son mis condiciones. Si las aceptas bien y si...

—De acuerdo, de acuerdo—cabeceó Manu, viendo las reacciones positivas de la banda.

—Os pasaré una dirección. Mi compinche os dejará la mochila con el dinero escondida bajo un coche.

—Joder, ahora una gymkhana—bufó María, colocando su tobillo sobre su rodilla contraria. Guix la reprendió con una mirada mientras aceptaba las órdenes de una mocosa de dieciséis años. Pero una mocosa que iba a solucionar parte de sus problemas. Se despidieron tras acordar de forma más exacta el encuentro, y el silencio reinó en el automóvil durante varios minutos.

Julia agitaba su cuerpo sin parar, Miki sonreía con los ojos abiertos de par en par, con claros signos de incredulidad ante aquella inesperada solución. María se había encendido un cigarrillo, el cual absorbía con indiferencia, y Manu jugaba con el volante, dándole toques con los dedos.

—¿Confiamos en ella? —preguntó la rubia mirando a su jefe, que tenía los ojos perdidos en las líneas discontinuas del carril.

—Supongo—suspiró—. ¿No os parecía que tenía voz de niña? A saber qué edad...

—Dieciséis—contestó Julia—. Nat me habló de ella.

—Genial, otro motivo más por el que acabar en la cárcel—rio nervioso Miki.

—Ni que fuéramos a secuestrarla—carcajeó María—. Solo nos va a dejar dinero, tío. Va a romper su huchita de cerdo.

—Esto es muy raro—bufó el matemático—. ¿De dónde sacaría una adolescente tanto dinero...? ¿Será una delincuente como Nat?

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now