19. Muros

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Cádiz, 22 grados al sol. Arena y mar, playa desierta. Alba perseguía a Queen por la orilla, que volaba feliz de un lado a otro, menos obediente que de costumbre. La chica llevaba los vaqueros remangados por las rodillas y una camiseta de tirantes azul. El colorido ave se le posó en el hombro, agitando sus alas y haciendo que Alba riera despreocupada bajo la atenta mirada de Natalia y Elena a lo lejos. Las hermanas Lacunza observaban embelesadas la tierna y extraña imagen sentadas en la arena. La pequeña tenía las piernas estiradas y abiertas, y Natalia recogía sus rodillas en un abrazo a sí misma mientras los mechones oscuros de su pelo se dejaban llevar por la brisa marina. La morena chasqueó su lengua y luego emitió un suspiro que rompió los diez minutos que llevaban en completo silencio. Elena giró su cabeza para mirarla, intentando adivinar sus pensamientos. Así era su relación. Solo se hablaban para picarse entre ellas, mientras que el tema sentimientos tenían que adivinárselo por gestos. Estaban acostumbradas a eso, no era nada nuevo. Tenían un idioma particular basado en el lenguaje corporal. La pequeña acarició la rodilla de su hermana volviendo a perder su mirada en la simpática imagen de Alba y su mascota.

—Sé que nunca hablamos de esto, pero...

—Puedes contarme lo que quieras­—sonrió Elena sin llegar a girarse. Sabía que, si lo hacía, su hermana acabaría huyendo.

—Quiero mucho a Alba—dijo cabizbaja y muy flojito. Elena se giró con una mueca de extrañeza que hizo carcajear a la morena. Luego Nat le volteó la cara hacia el mar de nuevo con una pequeña torta. Prefería que siguieran hablando sin mirarse, se sentía más cómoda—. Y la he jodido tanto con esto de... joder, fue todo culpa mía. Si no me hubiera empeñado en asaltar el puto casino... es que todo lo que ha pasado ha venido por eso. Todo.

—¿Y si en vez de volver a darle vueltas a eso te olvidas por unos días? Mira, Alba parece que lo consigue—sonrió, levantando la cabeza hacia la escena. Natalia la miró. Queen había vuelto a volar sobre su cabeza, aunque esta vez era el pájaro el que perseguía a su dueña—. No sé, hermanita, intenta disfrutar del finde. Desde que murió mamá... y papá se fue, no hemos vuelto a irnos de vacaciones. —Natalia enmudeció ante el comentario. El recuerdo de su progenitora le dio un pinchazo en el corazón—. No es que te lo eche en cara, sé que no tenemos dinero para irnos. Y ya bastante has hecho participando en todos esos robos...

—Ya vale, Elena—zanjó, tocándose nerviosa el septum. No le gustaba ahondar en el pasado, ese que habían dejado atrás hacía más de seis años y del que habían salido solas a pesar de ser unas crías—. Si tienes razón. Debería olvidarme y pasarlo bien con vosotras. Cuando lean la nota no sé que pasará con... —resopló—. No sé dónde acabaremos­—dudó un instante en seguir con la conversación. Nunca había hablado tanto sobre lo que pensaba o sentía con su hermana, pero se dejó llevar por la carrerilla de confianza que se había tomado, descubriendo una madurez en Elena que desconocía—. Me preocupa que no sepa que la quiero. Soy un poco—suspiró—. No sé querer a nadie.

—Sí sabes, lo que pasa es que lo haces a tu forma. Yo por ejemplo sé que me quieres, aunque no me lo digas—vaciló Elena, despertando una risa de Natalia. Obviamente la piedra Lacunza no iba a darle la razón verbalmente—. No creo que a Alba le haga falta que se lo digas—reflexionó, sonriendo ligeramente al ver que la rubia se había tirado en la arena con su mascota—. Pero tampoco estaría mal que hicieras algo bonito por ella—opinó, girándose un segundo para contemplar la reacción de Natalia. Había arrugado la nariz y los ojos, dejando su boca en un puchero confuso—. ¿Sabes? —la pregunta llevaba un tono sugerente, haciendo que Natalia se alertase. Cuando su hermana tenía una idea solo podían ocurrir dos cosas: que fuera muy buena, o que fuera una completa locura—. Me piro esta noche por ahí y os dejo a solas. Pero tienes que prepararle algo romántico, por favor. —Ahora sí, Elena se giró para mirar a su hermana, que alzaba la mandíbula y ponía los ojos en blanco—. Coño, Nat. Que encima la secuestraron hace nada. Tiene que estar traumada todavía.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Where stories live. Discover now