20. Tras los cristales

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Llevaba más de media hora esperando. No es que los demás llegaran tarde, es que había decidido salir antes por dos razones. La primera, para asegurarse de no perderse la reacción de sus compañeros al encontrar la nota de Natalia. Y la segunda, que no había conseguido dormir. Además de estar preocupada por sus dos amigas, temía que todo aquel asunto en el que se había acabado involucrando le salpicase. Alba y Natalia estaban a salvo en su piso. ¿Y ella? ¿Qué pasaba si por cualquier razón la pillaban? No sé por qué siempre acabo pringando yo. Esto me pasa por salir de mi ordenador. Si es que... pf. De buena tonta, como me decía mi abuela.

Si que has madrugado tú, ¿no? —preguntó Manu, el primero en llegar a la puerta del Jukebox's. Llevaba una camisa azul con flores bastante hawaiana. Un look que no estaba acostumbrada a ver en el cabecilla del grupo—. Ah, sí. Es que... bueno, da igual.

—Te queda bien—sonrió Julia, ocultando su nerviosismo.

—No es que hayamos ido de viaje—terminó por explicarle mientras abría el local—. Noemí tiene una piscinita hinchable en su patio y bueno, la rodeamos con la arena de una obra cercana. Nos hemos montado una playa portátil ahora que empieza el veranito.

—Qué bien—respondió falsamente, siguiéndole al interior. Un cosquilleo le sacudió las piernas. Estaban acercándose...

—Y tú, ¿qué has hecho? —la pregunta tensó aún más a la pobre Julia.

—Me he enganchado a un videojuego—y no era mentira. De hecho, era lo único que había conseguido distraerla de sus temores. Manu la miró para que siguiera comentándole el fin de semana, pero es que no tenía más que decir—. Watch Dogs se llama. Es una ciudad futurista donde toda la información privada está volcada en unos servidores... en fin, el caso es que tú eres un hacker que intenta hacer justicia y...

—¿Qué es eso? —preguntó extrañado y cortando la conversación al ver un folio sobre la mesa. Un par de pistolas y unos cargadores vacíos rodeaban la nota. Julia puso su cara de póker, la que había ensayado durante los últimos dos días. Se escondió las manos tras la espalda, jugando con sus sudorosos dedos.


—¿Seguro que no quieres que te acompañemos? —insistía Natalia con el ceño fruncido.

—Que no, he dicho que quiero traeros el desayuno y punto—sonrió ella, entreabriendo la puerta.

—No tardes eh, Julia llamará en...

—Llevo el móvil, tranquila—dijo, dando un portazo antes de terminar la última palabra. Alba miró a Natalia con las cejas alzadas. Ambas estaban sentadas en el sofá. Bueno, Natalia sí. La rubia estaba tumbada con las piernas sobre las de su chica.

—Relájate, anda. Son las nueve de la mañana... mientras ocurre todo y consigue estar sola para poder llamarnos...—las palabras de Alba solo consiguieron un suspiro seco y frío de Natalia, unos ojos cargados de miedo y una mirada de reojo que alertó a la joven—. ¿La roca Lacunza va a llorar? —bromeó, exagerando la pregunta con burla.

—No voy a llorar—soltó con la voz rota, apartándole las piernas con desgana para marcharse a la terraza con un cigarro entre las manos. Antes de que pudiera encenderlo, su novia la abrazó por la espalda—. Suéltame, Alba.

—Qué arisca eres cuando quieres—bufó, soltándola para volver al interior del piso.

—Desde que nos conocemos no has parado de burlarte de mis intentos por... —hizo una pausa—. No ser la roca Lacunza—murmuró bajo, pero lo suficiente como para que Alba lo escuchara.

—Perdona, pero es que ver cómo tu pose de malota se va a la mierda me parece divertido. Pero si tanto te molesta, no volveré a bromear contigo.

Manos Arriba -  (1001 Cuentos de Albalia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora