La entrada de la valla de madera chilla cuando la abro. El ruido causa una sensación de ansiedad en mí, sintiendo un recorrido eléctrico de disgusto por todo mi cuerpo.
Lo malo de venir a casa de mis abuelos es soportar ese sonido cuando entro y salgo. Siempre he odiado ese ruido, las bisagras ya están oxidadas y la madera comienza a deteriorarse, me he preguntado el por qué mis abuelos no la han cambiado o si alguna vez pensaron en sustituir el material por uno más resistente. Aluminio o hierro quizás.
El jardín de mi abuela es enorme, tiene plantas y flores, hongos de diferentes especies en un arriate especialmente para ellos y árboles sin frutos junto al gran pino de la entrada que mide casi cinco metros. También colecciona cactus y tulipanes, a los cuales los cuida con capa y escudo, no puedes tocarlos, ni siquiera acercarte a ellos menos de un metro.
He dibujo en varias ocasiones su jardín.
Para su cumpleaños, le obsequié uno en un cuadro de madera desde la vista anterior, recuerdo haberme disculpado por no haberle dado color, pero ya he dicho que soy pésimo coloreando, sin embargo, ella quedó encantada mientras me regalaba un beso en la mejilla en forma de agradecimiento.
Decidió poner el cuadro en una de las paredes de la sala.
La puerta principal se encuentra entreabierta, la empujo con el pie y me adentro en busca de alguien con la mirada, pero fallo. Pues no hay nadie ante mi campo de visión.
Mi sentido olfativo se despierta cuando percibo el aroma de la carne ahumada viniendo de la cocina, dejo mi mochila en el sofá pequeño y me acerco hacia, lo que parece indicar, donde se encuentra mi abuela.
Asomo la cabeza por la puertecilla de dos y la veo cortando un pan, con los nudillos de mi mano derecha doy unos pequeños toques para llamar su atención y regalarle una sonrisa sin despegar mis labios.
—Aidan —suelta en un suspiro, llevándose la mano al pecho y negar con la cabeza—, me has asustado.
Me acerco a ella y agrando mi sonrisa.
—Perdón, la puerta está abierta.
Declaro y corto la distancia entre nosotros para poder darle un beso en la frente
Pone los ojos en blanco para después mirarme de pies a cabeza y sonreír de oreja a oreja.
—Dios, cada día creces más —admite—, o tal vez soy yo quien se reduce de estatura. Sólo recuerdo que la última vez que me informaste cuanto medías era uno con setenta y dos.
—Fue hace meses, abuela —me rio—. Actualmente ya mido un metro con ochenta y seis, cuatro centímetros más y podré ser el próximo estante de la sala.
—O la escalera personal de alguien —se une a mi chiste.
—Puede ser.
Niega aún con la sonrisa en su rostro y termina de cortar el pan para luego acomodarlos en un plano.
—¿Almorzarás con nosotros? Tu abuelo fue a ver un problema que hubo en el cine de la plaza comercial, al parecer va a tomar como opción la idea de tu tío Pol, ya Jason no está en edad para estar al pendiente de todo este negocio —explica la abuela—. La tecnología avanza y estar modernizando los cines es mucho trabajo para alguien de su edad. Contratar, administrar y liquidar es agotador, más con sus problemas de salud.
—Lo es —afirmo, voy hacia la alacena y cojo algunos platos para ayudarle a servir y poner la mesa—. Yo me ofrecí a ayudarlos. Hace unos meses me explicó un poco cómo funcionaba la administración de los cines, son muchas cuentas y es por ello que siempre tiene que tener una mano derecha.
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Si las personas fueran constelaciones [✔] | 1.0
Teen FictionAidan tenía una vida perfecta, hasta que descubre que su familia le oculta un terrible secreto. *** La vida de Aidan marchaba de maravilla; sacaba las mejores notas, salía con la chica que le gustaba, su madre era la mejor y sus abuelos lo amaban. C...