Parte I: POSESIÓN - CAPÍTULO 1

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PARTE I: POSESIÓN

CAPÍTULO 1

—¡Sandoval! ¡Sandoval! —entró corriendo Mercuccio a los gritos en la residencia principal del santuario de Baikal.

—Mercuccio, ¿qué pasa? ¿Qué son esos gritos? —lo reprendió Nora, apareciendo por la puerta de la cocina.

—Es Alí, algo no está bien. ¿Dónde está Sandoval?

—Aquí estoy —avanzó Sandoval por el comedor. Venía de su habitación, atraído por el jaleo de Mercuccio—. ¿Qué pasa?

—Tome su maletín y sígame —lo urgió Mercuccio—. Algo está mal con Alí.

Sandoval asintió y volvió sobre sus pasos, regresando a su habitación. Cuando volvió con su maletín médico, Mercuccio le hizo una seña impaciente con la mano para que lo acompañara.

—¿Quieres que...? —comenzó Nora.

—No, quédate aquí —la frenó enseguida Mercuccio.

Los dos hombres abandonaron la residencia, corriendo por el sendero que llevaba al precario refugio de troncos de Alí a tres kilómetros hacia el norte.

—Dime qué pasó —pidió Sandoval, jadeando por el esfuerzo de mantenerse a la par de Mercuccio en el sendero.

—Alí es algo así como un ermitaño —explicó Mercuccio—. Desde que llegó a Baikal no ha tenido mucha comunicación con ninguno de nosotros. Se la pasa todo el día en su refugio. Yo le llevo comida y agua una vez al día y casi siempre lo encuentro dormido o meditando, o algo así. A veces, se despierta por un momento y toma la comida y el agua, aunque nunca reconoce mi presencia. Otras veces sigue dormido, pero cuando vuelvo al otro día, sus cuencos están vacíos y entonces sé que en algún momento se ha alimentado. Pero cuando fui hoy a llevarle víveres, sus cuencos estaban llenos. Traté de despertarlo, de traerlo de su trance, pero no respondió. Su piel está fría y pálida y su cuerpo está rígido. Parece como muerto, pero no creo que lo esté porque está sentado en el suelo con las piernas cruzadas y la espalda erguida y perfectamente derecha. Si hubiera muerto estaría desplomado sobre el piso, ¿no? —infirió Mercuccio con esperanza.

—Hay historias sobre monjes tibetanos que murieron en estado de meditación —le respondió Sandoval—. No es raro que sus cuerpos retengan una posición erguida.

—Entonces, ¿está muerto? —inquirió el otro, turbado.

—No apresuremos conclusiones —trató de tranquilizarlo el médico con el tono desapasionado que solía usar con sus pacientes asustados cuando era cirujano.

Mercuccio asintió, abandonando el asunto a la serena autoridad de Sandoval.

Al paso que llevaban, alcanzaron el refugio de madera en menos de quince minutos. Mercuccio abrió la precaria puerta del único recinto que constituía la vivienda de Alí y se hizo a un lado para dejar entrar a Sandoval. El lugar estaba oscuro, las velas que Alí usaba para iluminar el recinto se habían consumido hacía muchas horas y la única luz que penetraba en el lugar era la que entraba por la abertura de la puerta abierta. Sandoval sacó una linterna de su maletín y alumbró el rígido cuerpo de Alí. Sin perder tiempo, apoyó dos dedos en su cuello.

—¿Y? —inquirió Mercuccio desde atrás con ansiedad.

—Los latidos son lentos, pero está vivo —anunció el médico. Luego puso una mano frente al rostro de Alí—. Su respiración es casi imperceptible —declaró—. He oído de casos en los que logran extender una sola respiración completa por media hora.

—¿Qué podemos hacer? ¿Cómo vamos a traerlo de vuelta? —preguntó Mercuccio, preocupado.

—No creo que sea conveniente traerlo de vuelta por la fuerza —opinó Sandoval.

—Pero si no come ni toma agua... se va a terminar muriendo —objetó Mercuccio.

—Su cuerpo físico consume muy poca energía en este estado —explicó Sandoval—. Un par de días de ayuno no lo matarán.

—¿Sugiere que simplemente lo dejemos así? —arrugó el entrecejo Mercuccio, desaprobando la frialdad y falta de preocupación del médico.

—No. Tendremos que vigilar que no se deshidrate —respondió el otro.

—Tal vez sea mejor que lo llevemos a la casa principal. Allí podremos cuidarlo mejor —propuso Mercuccio.

—Moverlo de aquí no es buena idea —lo contradijo Sandoval, meneando la cabeza.

—¿Por qué no?

—Porque no estoy seguro de cómo funciona el viaje astral —respondió el cirujano.

—¿Viaje astral?

—La esencia de Alí no está ciento por ciento en su cuerpo. Está conectado a él, pues el cuerpo todavía está vivo, pero no sé si esa conexión puede romperse al mover el cuerpo. Imagínate tratar de volver a tu casa y que ya no exista en el lugar donde la dejaste.

—En otras palabras, si lo movemos, morirá —comprendió Mercuccio.

—Es posible, no lo sé, pero no quiero correr ese riesgo.

—¿Cómo vamos a evitar que se deshidrate? En este estado no podemos forzarlo a tomar agua —cuestionó Mercuccio.

—Un suero intravenoso con una solución salina combinada con dextrosa bastará para mantenerlo hidratado y nutrido —explicó Sandoval—. Aparte de eso, no hay mucho más que podamos hacer.

Sandoval se inclinó sobre el rostro de Alí, extendió una mano para abrir uno de los párpados y comprobar la reacción de sus pupilas con la linterna que sostenía en la otra mano. Antes de que llegara a tocarlos, los ojos de Alí se abrieron de repente. Sandoval dio un respingo involuntario, apartando la mano y Mercuccio dio un repentino paso hacia atrás con un audible jadeo de sorpresa.

Los labios de Alí se entreabrieron levemente pero su mirada estaba perdida, vacía. Con una voz grave que Mercuccio notó que no pertenecía a Alí, su cuerpo dijo:

—Exijo hablar con Lug.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora