Parte IV: RESURRECCIÓN - CAPÍTULO 20

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CAPÍTULO 20

La algarabía de cubiertos, platos y animada conversación de los comensales que disfrutaban de un apetitoso almuerzo preparado por Nora se silenció de pronto cuando Dana entró en el comedor. Todos los ojos se volvieron hacia ella, expectantes.

—Lug está consciente. Ha vuelto con nosotros —anunció Dana con el rostro feliz.

Juliana fue la primera en saltar de su silla y correr hacia Dana, abrazándola con fuerza:

—Sabía que si alguien podía lograrlo, esa serías tú —le murmuró al oído—. Bien hecho.

Los demás aplaudieron, encantados.

—¿Podemos verlo? —preguntó Clarisa.

—Tal vez debería examinarlo —propuso Sandoval.

—¿Le dijiste que la Tríada cruzó al Círculo y bloqueó el acceso al portal? —inquirió Liam.

—¿Le avisaste que Lorcaster está aquí y quiere hablarle? —planteó Mercuccio.

—Creo que le interesará conocer en persona a Morgana —dijo Clarisa.

—Y saber que Merianis está a salvo y con nosotros —completó Augusto.

Dana abrió la boca para contestar, pero Nora le ganó de mano:

—¡Hey! ¡Todos ustedes! —paseó un dedo acusador por los presentes—. ¡Dejen al hombre en paz!

Algunos protestaron por lo bajo, pero la mirada dura e intransigente de Nora los terminó de silenciar.

—¿No se dan cuenta de que si Lug estuviera listo para todos sus planteos estaría aquí junto a Dana? —les recriminó Nora.

—Lug necesita tranquilidad y descanso por el momento —asintió Dana.

—¿Pero él está bien? —preguntó Juliana, preocupada.

—Lo estará —aseguró Dana—. Necesita tiempo.

—Tiempo es lo que no tenemos —protestó Liam—. Mientras él descansa...

—Basta, Liam —lo cortó Augusto, y luego a Dana: —Si Lug necesita tiempo, lo tendrá —prometió.

—Creo que no entiendes bien la situación —le reprochó Liam a su amigo de la infancia.

Desde el otro extremo de la mesa, Morgana se puso de pie y desplegó sus alas con solemnidad:

—Forzar a otros es la política de Nemain, no la nuestra —declaró con calma helada.

Ni siquiera había tenido que levantar la voz para reclamar la atención de todos. Los comensales respondieron a su majestuosa intervención con una inclinación de cabeza de aceptación y reverencia. Morgana asintió a su vez, en reconocimiento a la muestra de respeto de los presentes, y luego dirigió su mirada a la esposa de Lug:

—Soy Morgana —se presentó—. Es un placer conoceros, Dana —inclinó la cabeza. Era una reina saludando a otra.

—Lo mismo digo —respondió Dana con atenta deferencia.

—Respetamos vuestra autoridad en cuanto a la disponibilidad del Señor de la Luz para los urgentes asuntos que nos competen —declaró el hada.

—Gracias —dijo Dana.

—Solo dinos lo que Lug necesita, Dana querida —la tomó Nora del brazo con cariño.

—Gracias, Nora. Expresó deseos de comer algo —informó Dana.

—¡Oh! ¡Eso es una excelente señal! —aplaudió Nora—. Y sé exactamente qué comida lo restaurará. ¡Guiso de lentejas! —exclamó con entusiasmo, abandonando el comedor para internarse en la cocina.

—Haré guardia en su puerta —propuso Bruno a Dana—. Nadie entrará en esa habitación sin tu permiso.

—Gracias, Bruno —respondió ella—. Debo volver con él. No quiero dejarlo tanto tiempo solo —señaló con una mano hacia la salida del comedor.

—Claro —le sonrió Juliana—. Ve con él. ¿Quieres que le diga a Nora que te prepare algo de comer?

—No por ahora, gracias —respondió Dana.

Dana abandonó el comedor bajo la atenta y preocupada mirada de todos. Al internarse por el pasillo que llevaba a la habitación donde estaba Lug, sintió una presencia a sus espaldas. Se detuvo en seco y se volvió. Era Merianis, que flotaba en silencio en medio del pasillo:

—¿Puedo hablaros en privado un momento? —pidió la mitríade.

—Claro —dijo Dana, aunque su rostro mostraba una clara reticencia. Sabía lo que Merianis iba a plantearle y no deseaba responderle.

—Decidme cómo está Lug en verdad —demandó la criatura sin rodeos.

—Él está bien —aseguró Dana.

—Me extraña que no recordéis que no se le puede mentir a una de las de mi raza —replicó la otra.

—Lug está bien —reiteró Dana, sin retractarse.

—Dana —suspiró Merianis, con tono conciliador—, el Tiamerin tuvo un efecto en él, y cuanto antes sepamos cuál fue...

—Debo volver con mi esposo —se dio media vuelta Dana para seguir su camino.

—Cuando estéis lista para hablar de esto, sabéis dónde encontrarme —le dijo la mitríade desde atrás.

Dana siguió caminando sin contestar. Al llegar a la puerta de la habitación, se encontró con que Bruno ya estaba allí, haciendo guardia.

—¿Todo está bien? —preguntó Bruno al ver el rostro tenso de Dana.

—Todo bien —dijo ella.

No se necesitaba ser una mitríade para darse cuenta de que Dana estaba mintiendo, pero Bruno no insistió:

—Estaré aquí afuera para lo que necesiten —prometió.

—Gracias, Bruno —asintió ella, abriendo la puerta de la habitación y cerrándola tras de sí.

Dana se quedó congelada en el lugar al ver la escena que la esperaba en el interior de la habitación. Lug estaba sentado en la cama con la mirada perdida. Su espada descansaba sobre sus piernas, con la hoja ensangrentada. Un hilo de sangre corría por la parte externa de su brazo izquierdo, manando de un corte de unos diez centímetros de largo.

—¿Lug? ¿Qué estás haciendo? —corrió ella hacia él.

Él pareció volver a la realidad de golpe. Con el dedo índice de su mano derecha, cerró la herida de su brazo subrepticiamente y levantó la vista hacia Dana:

—Nada —mintió con tono inocente.

Ella tomó la espada y la puso fuera de su alcance. Buscó una toalla de mano en el baño, la humedeció con agua y volvió rápidamente, sentándose en la cama junto a su esposo.

—Dime qué te pasa, háblame —le rogó, mientras limpiaba la sangre de su brazo con la toalla y se aseguraba de que la herida había en verdad desaparecido.

—Estoy bien —dijo él con tono distante.

—Puedes confiar en mí, Lug. Por favor, explícamelo, puedo entenderlo —apoyó ella una mano en el hombro de él.

—No, no puedes —negó él con la cabeza.

—¿Cómo lo sabes? Al menos, inténtalo —le pidió ella.

—No —dijo él, terminante.

Dana suspiró y lo abrazó. Él no hizo ningún movimiento, solo se quedó allí, tieso, sin devolver el abrazo. Lágrimas de impotencia corrieron por el rostro de Dana. ¿Era posible que Merianis tuviera razón? ¿Era posible que el Tiamerin le hubiese devuelto a un Lug diferente del que ella se había enamorado? Un escalofrío le corrió por la espalda.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora