Parte XIV: LA REINA DE MEDIONEMETON - CAPÍTULO 73

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CAPÍTULO 73

Morgana entró con pasos rápidos a la sala del trono, preguntándose por qué Tabitha había pedido hablar con ella con tanta urgencia. Al ver a toda la guardia real desplegada alrededor de dos mitríades maniatadas y amordazadas, se detuvo en seco:

—¿Qué es esto? —le reprochó a Tabitha—. ¿Por qué me traéis a la ilustre Merianis y a la leal Lobela de esta forma?

—Porque estas dos no son ni ilustres ni leales, su majestad —respondió Tabitha—. Merianis me drogó para poder escapar y reunirse con las traidoras. Lobela le indicó el camino.

—¡Desatadlas de inmediato! —ordenó Morgana—. Y quitadles esas espantosas mordazas.

—Pero, mi señora... —protestó Tabitha—. Estaban complotando contra vos, estaban planeando vuestra muerte.

—¡Haced lo que os digo, Tabitha, ahora! —le exigió Morgana.

—Hablaron del Tanafree —dijo Tabitha.

Ante la revelación, Morgana palideció y pareció dudar por un momento, pero enseguida se recompuso y reiteró:

—Dije que las soltéis.

Refunfuñando, Tabitha quitó las mordazas mientras otros dos miembros de la guardia desataban las manos de las prisioneras. Merianis notó que Cariea estaba entre las guardias, con el rostro impasible y sin hacer ademan alguno de querer participar en la liberación de las cautivas de Tabitha. La ex-reina puso mucho cuidado de no cruzar su mirada con su aliada secreta para no delatarla.

—Llevad a Lobela hasta su casa y mantenedla vigilada —ordenó Morgana—. No, no vos, Tabitha —la atajó—. Estáis relevada de vuestro puesto en la guardia y como asistente de Merianis hasta nuevo aviso. Trataremos el tema de vuestra insubordinación más tarde. Ahora, retiraos de mi presencia.

Tabitha hizo una reverencia y salió del salón, en silencio, pero con el rostro rojo de ira. Morgana se volvió hacia Merianis:

—Por favor, acompañadme, deseo hablar con vos a solas —hizo un gesto con la mano en invitación, emprendiendo un vuelo sutil hacia las dependencias privadas del palacio.

—Clarisa está herida —dijo Merianis.

Morgana detuvo su vuelo, se posó en el suelo y se volvió:

—¿Qué?

—Provocó a Tabitha más de lo prudente durante nuestro arresto —explicó Merianis—. Recibió una flecha en el hombro por su impertinencia.

Morgana suspiró:

—Noble Cariea —ordenó—, llevad con vos a quién creáis pertinente y sacad a Clarisa de la jaula. Traedla a la ciudadela y que su herida sea atendida.

—Sí, mi señora —se inclinó respetuosamente Cariea—. ¿Y Anhidra? —inquirió.

—Anhidra se queda donde está —respondió Morgana con severidad.

Cariea volvió a inclinarse, aceptando silenciosamente sus órdenes y abandonó el salón, seguida de las demás guardias.

—Seguidme —reiteró Morgana a Merianis.

Merianis la siguió.

Entraron en una habitación cálida y cómoda, con sillones forrados en verde. Morgana le indicó uno de los sillones a Merianis con la mano y esta se sentó. La afrenta de ser la invitada en la habitación de la que siempre había sido dueña, se dibujó clara en el rictus amargo de los labios de Merianis. Sin embargo, hizo un esfuerzo por dominar su resentimiento personal.

—Tabitha está saliéndose de control —suspiró Morgana con preocupación, sentándose frente a Merianis.

—Era una mitríade perfectamente normal y dócil antes de que llegarais —le retrucó Merianis.

—¿Creéis que fui yo la que la convertí en una fanática de la noche a la mañana? Me dais demasiado crédito —resopló Morgana.

—Parecéis tener a todas comiendo de vuestra mano —opinó Merianis.

—Las cosas serían mucho más fáciles si así fuera —respondió Morgana.

—¿Qué estáis haciendo, Morgana? En un minuto juráis que nunca cruzaréis al Círculo para no acarrear su destrucción, y al siguiente, tomáis el trono de Medionemeton como si los eventos de Avalon ya no pesaran en vuestra conciencia.

—Fue Lug el que me envió al Círculo, yo no quería —se excusó la reina.

—¿No queríais? ¿Por eso llegué a Medionemeton y os encontré sentada en mi trono? —le espetó Merianis con tono irónico.

—Como estaban las cosas, tenía que hacerlo.

—Sí, teníais que hacerlo para satisfacer vuestro ego —le retrucó Merianis con desdén.

—No, estáis confundiendo las cosas Merianis. Asumí el trono para tratar de reparar lo que ha estado aconteciendo en vuestra ausencia, algo que se ha estado gestando bajo vuestras ignorantes narices por quién sabe cuánto tiempo.

—¿Ah, sí? ¿Por eso me forzasteis a arrodillarme ante vos y reconoceros como reina? ¿Por eso enjaulasteis a Clarisa y a Anhidra?

—Lamento haberos humillado, pero necesitaba consolidar mi poder, dejar en claro que el traspaso del trono era legal —explicó Morgana.

—Obviamente —gruñó Merianis entre dientes.

Morgana ignoró el sarcasmo de la otra y continuó:

—Con Clarisa me excedí, lo sé —meneó la cabeza Morgana—, pero me escupió en la cara frente a todos y no soy de piedra, Merianis. La puse en esa jaula para castigar su atrevimiento y para demostrar públicamente que tenía las cosas bajo control. De paso, juzgué que unos días en el bosque le calmarían los ánimos, pero parece ser que fue contraproducente, pues habla de matarme y provoca peligrosamente a una fanática que tranquilamente y sin miramientos hubiese podido dispararle una flecha en la garganta en vez de en el hombro.

—¿La enjaulasteis en medio del bosque sin agua ni comida para que se calmara? ¡Lo que decís no tiene ningún sentido! —protestó Merianis.

—No estaban sin agua ni comida —le retrucó Morgana—. Lobela estaba alimentándolas a escondidas.

—¿Sabíais lo que Lobela estaba haciendo? —inquirió Merianis, sorprendida.

—Por supuesto. ¿Por qué creéis que la patrulla os encontró tan rápido en el claro con las jaulas? Si bien dormisteis a Tabitha y perdisteis a vuestras otras custodias, Lobela no fue tan inteligente como vos. La he mantenido vigilada desde el principio. Siguiéndola a ella, os encontraron a vos.

—Si lo sabíais... —comenzó Merianis.

—¿Por qué no la enjaulé también? —terminó Morgana—. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿Por mostrar compasión?

—Siendo que parece que esa es vuestra práctica con todos los que disienten con vos... —aventuró Merianis.

—Si así fuera, también tendría que haber enjaulado a Cariea —dijo Morgana.

—¿También sabes de Cariea?

—¿Por qué creéis que fue a ella a quien envié a liberar a Clarisa? —le retrucó Morgana—. Conociendo su terquedad, sé que solo se dejará ayudar por alguien que está de vuestro lado. Y por cierto, también sé de las otras dos: Delina y Ariola, a quienes como sabréis, no he tocado en absoluto.

—¿Y Anhidra? ¿Por qué a ella sí? —inquirió Merianis.

—Anhidra es otro asunto —dijo Morgana entre dientes—. Ella es una verdadera traidora.

—¿Por oponerse a vuestra autoridad?

—No, no a la mía sino a la vuestra, poniendo en peligro a todas las mitríades.

—¡¿Qué?! —exclamó Merianis, incrédula.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora