Parte IX: EL FUEGO DE LA JUSTICIA - CAPÍTULO 44

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CAPÍTULO 44

Llewelyn, Augusto y Rory se materializaron en los hermosos y amplios jardines de la escuela. Augusto se tambaleó por un momento y Llewelyn lo sostuvo de un brazo para ayudarlo a estabilizarse.

—Estoy bien —mintió Augusto, respirando profundo varias veces y sacudiendo su cabeza para aclararla.

Rory no pareció afectado en lo más mínimo por el traslado. Los tres avanzaron por los jardines, hacia una de las entradas de las galerías interiores de la planta baja.

—¿Quién es ese muchacho que te dio el mensaje allá en la cúpula? Nunca lo había visto en la escuela —dijo Augusto, haciendo un esfuerzo por sonar normal y despreocupado.

—Nueva adquisición —respondió Llewelyn—. Su nombre es Joel y ha estado con nosotros por seis meses ya. Es un Mensajero, un telépata.

—¿Cómo tu madre?

—No exactamente. Joel no abre canales de comunicación como mi madre, solo puede recibir y enviar mensajes cortos. La ventaja es que cualquiera que haya hecho una conexión previa con él, puede también enviarle un mensaje a él con solo invocar su nombre.

—Eso debe mantenerlo en trance por muchos períodos de tiempo —comentó Augusto.

—Para nada —meneó la cabeza Llewelyn—, los mensajes que los demás le envían permanecen en suspenso hasta que él los chequea, a menos que sean urgentes.

—Ah, ya veo, como un correo de voz virtual —asintió Augusto.

Llewelyn lo miró sin comprender, pero Augusto no se explicó.

—Es un sistema práctico y rápido —continuó Llewelyn—, pero la desventaja es que los mensajes deben ser cortos. Seguramente es por eso que Julián no pudo explicar bien de qué se trataba la emergencia.

—Sin duda lo sabremos pronto —indicó Rory con la cabeza a los dos muchachos que salieron a su encuentro desde la puerta a la que ellos se dirigían.

Llewelyn frunció el ceño con preocupación. Reconoció de inmediato a los dos jóvenes, eran del grupo de seguridad de Julián, y más precisamente, los asignados a custodiar a Nemain en los túneles. Llewelyn apuró el paso.

—Señor... —comenzó uno de los muchachos.

—¿Qué pasó? —fue Llewelyn al grano de inmediato.

—Bueno... —dudó el muchacho, temeroso de la furia que provocaría su informe en la autoridad más importante del Círculo.

—¡Escúpelo ya! —lo intimó Llewelyn, impaciente.

Su brusca exigencia solo logró que el muchacho cerrara la boca y apretara los labios. Las manos le temblaban levemente.

—Fue nuestra culpa —dijo el otro chico, pensando que el demostrar el coraje de admitir su responsabilidad en el asunto los ayudaría a él y a su compañero.

—No me interesan las confesiones de culpas por el momento —dijo Llewelyn, disgustado—, solo quiero saber lo que pasó, y ¡ya! —exigió.

El muchacho que había hablado último tragó saliva y comenzó a explicar:

—Se trata de Nuada, señor.

Antes de que el chico pudiera explicarse mejor, se escucharon gritos y un tumulto en las galerías superiores. Todos levantaron la vista y vieron a Julián por los ventanales, corriendo a más no poder.

—¡Julián! —le gritó Llewelyn desde abajo—. ¡Julián! ¿Qué pasa?

Julián no lo escuchó y solo siguió corriendo sin parar. Sin perder ni un segundo más, Llewelyn cerró los ojos y desapareció de los jardines, reapareciendo apenas unos pasos al frente de Julián en el piso superior.

—¡Maldición! —gruñó Augusto—. ¡Llew! ¡Espérame! —salió corriendo, apartando de un empujón a los dos guardias que habían estado dando su reporte a Llewelyn, para entrar por la puerta de las galerías inferiores.

Augusto subió las escaleras como tromba, saltando de a dos escalones a la vez. Rory lo seguía de cerca. Para cuando llegaron junto a Julián y Llewelyn, escucharon la parte final se su conversación:

—No, no lo sabemos. Cormac está con ella, pero necesitamos un Sanador —dijo Julián.

—¿Qué pasó? ¿Es Lyanna? ¿Está bien? —preguntó Augusto con urgencia.

—No es Lyanna —lo tranquilizó Julián enseguida—. Es Marga.

—¿Marga? —frunció el ceño Augusto, sin comprender.

—Tal vez yo pueda ayudar —dijo Rory.

Julián se volvió hacia él.

—Oh, Rory —lo abrazó—, no pudiste volver a nosotros en mejor momento —asintió con satisfacción.

—Vamos —dijo Llewelyn.

Julián asintió y reinició su carrera, seguido de cerca por los demás. Pronto llegaron a una de las habitaciones de huéspedes. La puerta estaba abierta de par en par. Había dos guardias flanqueándola, que enseguida se hicieron a un lado para dejar pasar a los recién llegados. Del interior, surgían lastimeros gemidos y gritos de dolor imposibles. De todas las preguntas que hubieran podido cruzar la mente de Augusto ante aquella espantosa escena, solo una llegó a materializarse en su mente, una que no era relevante a la situación: ¿Por qué estaba Marga en una de las mejores y más lujosas habitaciones de la escuela en vez de en una oscura celda en los túneles?

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora