Parte IX: EL FUEGO DE LA JUSTICIA - CAPÍTULO 46

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CAPÍTULO 46

Augusto se llevó instintivamente la mano a la nariz. El olor nauseabundo a carne quemada era intenso e invadía todo el túnel. Detrás de él, iba Llewelyn, iluminando el lugar con una antorcha. Los dos guardias que habían salido al encuentro de Llewelyn en los jardines los acompañaban más atrás.

—¿Por qué alojaron a Marga en una habitación de lujo en vez de dejar que se pudriera aquí abajo? —preguntó Llewelyn.

—Lyanna abogó por ella. Dijo que contra todo lo aparente, Marga siempre estuvo del lado de Lug.

—Mhmm —respondió Augusto, poco convencido.

—De todas formas, la mantengo confinada en su habitación, con dos guardias en la puerta —continuó Llewelyn—. No es que desconfíe de mi hermana, pero...

—Te entiendo —le contestó Augusto—. Yo habría hecho lo mismo, y eso que no la conozco tan íntimamente como tú.

Llewelyn le lanzó una mirada fulminante ante el comentario.

—Lo siento —se disculpó Augusto—. No fue mi intención insinuar nada, yo solo...

Llewelyn lo frenó con un gesto brusco de la mano. Augusto guardó silencio, maldiciéndose internamente por haber tenido la indelicadeza de haberle hecho recordar a Llewelyn que una vez había sido un instrumento despiadado de Marga, un asesino forzado por su propia abuela.

Siguieron caminando en silencio hasta llegar a la celda de Nemain. Había un bulto negro en el piso, del otro lado de la reja. Llewelyn acercó la antorcha y el horror del cuerpo deformado y calcinado en el suelo les revolvió el estómago. Sus ojos eran solos dos huecos abismales, su boca estaba desfigurada y abierta en un grito mudo de terror inconcebible. Sus manos esqueléticas, desnaturalizadas, extendían sus dedos como garras desesperadas.

—¡Por el Gran Círculo! —exclamó Llewelyn, sobrecogido—. ¿Qué fue exactamente lo que pasó aquí? —la pregunta iba dirigida a los dos guardias.

—Guiamos a Nuada hasta aquí y nos ordenó que lo dejáramos solo con ella, dijo que tenía su permiso, señor —dijo uno de los jóvenes sin atreverse a mirar a Llewelyn a los ojos.

—¿Autorizaste una entrevista privada entre Nuada y Nemain? —le reprochó Augusto a Llewelyn.

—Pensé que solo quería hablar con ella —se excusó Llewelyn—. Además, no había peligro: Alaris, Govannon y Humberto conjuraron una barrera energética que bloqueaba los poderes psíquicos de Nemain y a su vez no permitía contacto físico de ningún tipo.

—Pues parece que Nuada logró penetrar la barrera —comentó Augusto, acercándose a estudiar detenidamente los barrotes.

—Cuidado —le advirtió Llewelyn, tomándolo del brazo para detenerlo—. La barrera sigue activa.

—Lo sé, la percibo —dijo Augusto.

—No entiendo cómo lo hizo —meneó la cabeza Llewelyn.

—El fuego traspasó los barrotes, derritiéndolos de una forma muy acotada —observó Augusto—. Dame la antorcha —Llewelyn se la pasó—. El área alrededor del cuerpo no está quemada, el fuego fue muy específico, dirigido.

—Nuada usó su habilidad —musitó Llewelyn.

—¿Su habilidad es proyectar fuego? —inquirió el otro.

—Eso parece —se encogió de hombros Llewelyn.

—Si es así, es un fuego especial, algo muy potente y específico —concluyó Augusto—, algo que tu barrera no estaba preparada para frenar.

—¿Qué pasó después de que dejaron a Nuada a solas con Nemain? —preguntó Llewelyn a los guardias.

—Nos retiramos hasta la boca del túnel, pero no subimos. Después de unos quince minutos, escuchamos gritos —dijo el guardia que había hablado antes—. Volvimos corriendo. Antes de llegar a la celda, nos cruzamos con Nuada. Le preguntamos qué había pasado, pero no quiso contestarnos. Cuando tratamos de detenerlo... sus ojos... sus ojos se pusieron rojos y nos dirigió una mirada tan amenazante que no nos atrevimos a tocarlo, no nos atrevimos... Lo dejamos seguir su camino. Lo siento, fuimos unos cobardes y...

—Está bien —lo cortó Llewelyn—. Hicieron bien. Si la furia que lo poseyó para hacer esto todavía estaba dentro de él, provocarlo les habría costado la vida también.

El muchacho asintió, con la cabeza gacha. El otro guardia continuó con el relato:

—Lo siguiente que hicimos fue avisarle a Julián de lo sucedido. Él puso a toda su gente a revisar la escuela de arriba a abajo, pero Nuada ya no estaba en los terrenos de las Marismas. Entonces, decidió enviar un mensaje a Joel, pidiendo su regreso, señor. También envió espías a los pueblos cercanos para rastrear a Nuada. Esa estrategia dio frutos: hubo un avistamiento en una de las aldeas de Vianney, hacia el norte. Julián está interrogando al testigo en este mismo momento.

—No —negó Llewelyn con la cabeza de forma vehemente—. Vayan ya mismo con Julián, díganle que cancele la búsqueda, es demasiado peligroso enfrentar a Nuada en su estado.

—Pero... —dudó el guardia.

—Yo me encargaré de mi abuelo a mi manera, cuando sea el momento —aseguró Llewelyn—. Vayan, no pierdan tiempo —los urgió—. No puedo permitir que nadie más salga lastimado por esto.

Los dos muchachos asintieron y se retiraron a todo correr. Llewelyn se volvió y observó por un momento el cuerpo calcinado de Nemain:

—No entiendo cómo, pero la agonía de Nemain traspasó la barrera y llegó hasta la mente de Marga —dijo.

—¿Eso es lo que crees que pasó? —inquirió Augusto.

Llewelyn asintió en silencio.

—Es posible —admitió Augusto, recordando cómo la angustia de Lug había atravesado a Lyanna en Baikal de una forma brutal e inesperada—, pero eso solo podría pasar si el lazo de la Tríada siguiera activo. Con la Tríada disuelta, no veo por qué...

—La Tríada no está disuelta —lo cortó Llewelyn.

—¡¿Qué?! —gritó Augusto—. ¿Lyanna no la deshizo? ¿Por qué?

—No sé, la prioridad era Lorcaster, ella no... no lo sé. Con Nemain aislada no me pareció peligroso... pensé... —balbuceó Llewelyn.

—¡Llew! —le gritó Augusto, agarrándolo bruscamente con las dos manos del cuello de la camisa—. ¡Maldita sea, Llew! Si Marga se vio afectada de esa manera...

—Lyanna también... —palideció el otro.

—¿Dónde está, Llew? ¿Dónde está Lyanna? —lo sacudió de la camisa Augusto con vehemencia.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora