Parte XV: EL NUEVO GOBERNADOR - CAPÍTULO 82

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CAPÍTULO 82

Sandoval había explicado que los síntomas del capitán Bredavant y su gente se debían a algo llamado "envenenamiento por radiación". Su diagnóstico había ayudado a Rory y su equipo de Sanadores a trabajar con diligencia en la restauración de la salud de la tripulación de la Intrépida en el enorme granero-hospital improvisado.

Govannon y Polansky habían trabajado juntos, limpiando el barco y eliminando todos los rastros de la mortal radiación en los distintos lugares hasta donde el cofre había extendido su nefasta influencia. Polansky reconoció la fuente radiactiva, pues estaba en su catálogo de elementos del otro mundo, y dijo que se llamaba "uranio". Dijo también que la forma más eficaz de anularlo era meterlo en un contenedor de plomo y enterrarlo.

Govannon fabricó una gruesa y voluminosa caja de plomo con las especificaciones de Polansky, la cual por el momento, no era de mucha utilidad porque Cormac seguía en su viaje suicida con rumbo desconocido. Ninguno de los informantes de Julián había logrado averiguar dónde estaba o a dónde se dirigía. Nadie lo había visto, lo que no era extraño, pues seguramente Cormac estaba tratando de evitar todo contacto con los poblados del sur para no llevar la muerte a sus habitantes. Dana, que hubiese podido abrir un canal mental hacia él y ubicarlo, estaba fuera del Círculo con Lug en una de sus excursiones a otros mundos, y los demás telépatas de las Marismas habían resultado inútiles para rastrearlo. Habían pasado ya treinta días desde que el gobernador partiera de Merkovia.

Marga había pasado los treinta días prácticamente viviendo en la oficina de Cormac. Apenas comía o dormía y hacía oídos sordos a todos los intentos de Rory y de Sandoval de convencerla de descansar. Hubiera querido tomar un caballo y salir a buscar a Cormac por todo el Círculo, pero todavía le quedaban las suficientes trazas de raciocinio como para darse cuenta de que era inútil y que tenía más posibilidades de saber de él si se quedaba a esperar noticias en Merkovia.

Sentada en la silla de su amado, detrás de su escritorio, con el rostro ojeroso y pálido, con los ojos rojos de tanto llorar, Marga apretó la carta contra su pecho. Era la carta que Cormac le había dado para que oficializara el puesto de Basil como nuevo gobernador de Merkovia. Marga nunca la había entregado. Hacerlo significaría admitir que Cormac estaba muerto y no estaba dispuesta a eso.

Basil se había hecho cargo de todas formas y lo había hecho de forma diligente, poniendo en práctica todo lo que había aprendido de su maestro durante el último año. Había sido él el que había organizado a los enfermos hasta la llegada de la gente teletransportada desde las Marismas. Había sido él también el que había hecho los arreglos para las reparaciones del barco de Bredavant una vez que estuvo descontaminado. Además, había dirigido varios discursos públicos a los habitantes de la ciudad, explicando la situación con palabras simples y convincentes, evitando el pánico y los peligrosos rumores que hubieran hecho estragos en la población. Fue una suerte que Basil hubiera reaccionado con tanta entereza ante la emergencia, porque Marga estaba hecha trizas y no podía siquiera pensar con suficiente claridad para ayudarlo.

Marga escuchó los suaves golpes en la puerta de la oficina donde estaba encerrada voluntariamente y se sobresaltó. Cada vez que alguien venía a verla, ella temía que fuera para anunciarle la muerte de Cormac.

—Adelante —dijo con voz ronca, estrujando la carta de Cormac más fuerte contra su pecho como para darse valor.

—Hola —entró Sandoval—. ¿Me mandó a llamar?

Marga lo observó con una mirada de incomprensión por un momento y luego recordó: sí, lo había mandado a llamar.

—Siéntese, doctor Sandoval —le indicó ella una silla vacía del otro lado del escritorio.

Sandoval cerró la puerta tras de sí y se sentó.

Marga respiró hondo y comenzó:

—Quiero que me lo diga, que me lo diga sin mentirme, sin tratar de suavizar el golpe, sin tratar de azucarar los hechos. Usted es el más racional del grupo, el único que sabe cómo hablar con total desapego sobre situaciones que demolerían a otros, reduciéndolos a balbuceantes idiotas tratando de encontrar palabras de aliento, promesas vacías y consejos de resignación.

Sandoval asintió, entendía perfectamente lo que ella le estaba pidiendo.

—Juzgando por los síntomas de los tripulantes del barco —comenzó el médico—, el trozo de uranio con el que se toparon es inusualmente concentrado. Para estas alturas, Cormac no habrá sufrido quemaduras en la piel, pues sabe que no debe tocar el objeto, pero la radiación debe haber deteriorado su salud.

—¿De qué forma?

—Náuseas, problemas digestivos e intestinales... La radiación debe haber entrado también a sus pulmones por respirar el aire contaminado alrededor del cofre. El cáncer va a manifestarse en los órganos de su cuerpo que encuentre más débiles y propicios.

—¿Qué más? —Marga trató de que no le temblara la voz.

—Mareos, debilitamiento general, desmayos.

—¿Entonces, esta por ahí tirado, inconsciente y sin posibilidad de que nadie lo ayude? —ella no pudo evitar que las lágrimas comenzaran a correr silenciosas por sus mejillas.

—Eso me temo, sí —Sandoval bajó la vista al piso—. Lo siento.

—Doctor... —trató de recomponerse Marga, secándose las lágrimas furiosamente con el puño delicadamente bordado de su vestido—. ¿Cree...? ¿Cree que ya está muerto? —se atrevió a terminar la pregunta.

—De acuerdo a mis cálculos, según lo que pude ver de la evolución de los otros pacientes, no todavía, pero... —Sandoval se detuvo.

—¿Pero qué?

—No le hace bien pensar en eso —meneó la cabeza Sandoval.

—¡¿Pero qué, doctor?! —dijo ella, dando un puñetazo en el escritorio que hizo saltar las velas y los papeles apilados de forma caótica.

—Debe estar sufriendo mucho dolor —terminó Sandoval con una mueca reticente.

—Deseará estar muerto —murmuró ella con la voz apenas audible, comprendiendo a dónde quería llegar el médico.

—Sí —confirmó él—. ¿Llevaba algún arma con la que pudiera quitarse la vida?

—Una espada —respondió ella con un hilo de voz. Se sintió desfallecer.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora