Parte VIII: EL LIBRO VERDE - CAPÍTULO 38

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CAPÍTULO 38

Lug abrió los ojos y se encontró con el rostro de Dana sobre el suyo, observándolo con atención.

—¿Qué...? —comenzó Lug, desconcertado. Pasó su lengua por sus labios resecos y carraspeó, tratando de aclarar su garganta y sus ideas.

Dana le alcanzó enseguida un vaso con agua y se lo dio a beber en los labios con paciencia.

—Estás bien, estás de vuelta —le sonrió ella con dulzura.

—Me trajiste muy pronto —le reprochó él—. Ni siquiera alcancé a encontrarme con... —la frase quedó sin terminar cuando Lug se dio cuenta de que la habitación estaba atiborrada de gente: todos sus amigos estaban presentes, todos sin excepción. Y todos lo observaban con los rostros serios—. ¿Qué pasó? —frunció el ceño Lug, incorporándose en la cama apoyado sobre un codo.

—¿Estuviste con él? ¿Estuviste con Lorcaster? —lo apremió Liam.

—No —meneó la cabeza Lug.

—Pero estuviste del otro lado más de tres horas...

—Lara me interceptó —explicó Lug.

—¡Lara! —exclamó Dana.

—¿Quién es Lara? —preguntó Liam.

—Una tetra —explicó Dana—. Es amiga de Lug.

—¿Tetra? Entonces es uno de ellos. ¿Estás seguro de que es amiga? —lo cuestionó Liam.

—Sí —aseguró Lug—. Lyanna la envió para que me diera información sobre Lorcaster.

—¿Cómo está Lyanna? ¿Está bien? ¿Y la Tríada? —intervino Augusto con cierta ansiedad.

—Lyanna está bien —lo tranquilizó Lug.

—¿Disolvió la Tríada?

—Estoy seguro de que tiene las cosas bajo control allá en el Círculo —aseguró Lug.

Aquella no era exactamente la respuesta que Augusto esperaba:

—Pero... —comenzó a protestar.

Lug no le dio cabida:

—¿Qué pasó aquí? ¿Por qué me trajeron de vuelta prematuramente? —exigió, paseando la mirada por los rostros de todos los presentes.

Ninguno se atrevió a responder. Varios de los presentes tragaron saliva y bajaron la mirada al piso. Lug dirigió su mirada a Merianis, quien indicó con la vista a Clarisa. Lug notó que el rostro de Clarisa estaba tenso y que tenía los dientes apretados. La muchacha apretaba contra su pecho un libro verde. Detrás de ella, con las alas aplastadas contra la pared y la cabeza gacha en sumisión, estaba Morgana.

Clarisa se adelantó hacia Lug y le entregó el libro:

—Hay algo que debe saber antes de enfrentar a Lorcaster.

Lug tomó el libro y lo abrió sobre su regazo con curiosidad. Se sorprendió ante el título: El Ojo Verde. Pasó algunas páginas con fascinación, observando los hermosos dibujos y leyendo los textos en el antiguo idioma de Yarcon, el cual había aprendido junto a Juliana cuando tuvo que descifrar el Manuscrito de los Orígenes escrito por su madre. Los textos revelaban información secreta sobre la raza de las mitríades, y Lug sintió que estaba invadiendo terrenos prohibidos al leerlos. Levantó la cabeza y le dirigió una mirada a Merianis, inseguro de su derecho a entrometerse en asuntos que no les concernían a los humanos. La mitríade asintió imperceptiblemente con la cabeza, como dando su permiso, aunque su rostro no se mostraba muy feliz al respecto.

Mientras Lug seguía pasando las páginas con cuidado, leyendo el contenido de aquel libro secreto, Clarisa chasqueó la lengua con impaciencia:

—Si me permite... —extendió una mano hacia el libro.

—Adelante —dijo Lug, apartando sus manos del antiguo manuscrito para permitir que Clarisa buscara una página específica.

—Esta es la parte que necesita leer —dijo el Ojo azul, indicando el texto acompañado por el título: Funciones Adicionales del Tanafree.

Lug leyó con atención. A medida que avanzaba en su lectura, su rostro se fue transformando con inesperado entendimiento. Cuando terminó, levantó la cabeza, y para sorpresa de todos los presentes, su cara no era de preocupación, sino que mostraba una amplia sonrisa. La última pieza del rompecabezas acababa de encajar.

—Morgana... —la llamó Lug con suavidad.

El hada no se atrevió a levantar la vista y se mantuvo en total silencio, sin reaccionar.

—Morgana... —repitió Lug.

Al ver que Morgana no se movía, Clarisa la tomó bruscamente de un brazo, despegándola de la pared y obligándola a presentarse ante Lug:

—El Señor de la Luz te está llamando —amonestó Clarisa a Morgana con severidad, empujando los hombros del hada hacia abajo para obligarla a ponerse de rodillas.

Los presentes se sobresaltaron ante la rudeza de Clarisa para con la ex-reina de las hadas, pero nadie dijo nada. Morgana obedeció, arrodillándose sin protestar ante Lug, en silencio y con la cabeza gacha.

Lug frunció el ceño y buscó el rostro de Merianis, pero la mitríade se mantuvo impasible, sin aparentes intenciones de defender a su hermana del abuso de Clarisa.

—¿No tienes nada que decirle a Lug? —le espetó Clarisa al hada hincada, tomándola del cabello para forzarla a mirar a Lug a la cara.

Morgana tragó saliva y con la voz apenas audible, pronunció:

—Me entrego a vuestra voluntad. Haced de mí lo que sea necesario para detener a Lorcaster.

Lug se dio cuenta de que lo que estaba presenciando era un juicio, un juicio en el que su papel era el de juez y verdugo.

—¡Ya basta! —se puso de pie el Señor de la Luz.

Lug tomó a Morgana por las axilas y la levantó del piso con suavidad. Vio que el rostro del hada estaba pálido y que apenas podía sostenerse en pie:

—¡Una silla! ¡Y denle agua antes de que se desmaye! —ordenó con voz perentoria.

Fue Sandoval el que reaccionó enseguida, sentando a Morgana en una silla y dándole de beber agua en los labios.

—Si entendió bien el manuscrito —comenzó Clarisa, dirigiéndose a Lug—, de seguro comprende que el camino de la misericordia no es posible en este caso.

—No —meneó Lug la cabeza—, los que no entienden nada son ustedes —les reprochó a los presentes.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora