Parte V: ENTREVISTAS - CAPÍTULO 24

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CAPÍTULO 24

Los ojos de Alí se abrieron y contemplaron a Lug con una sonrisa.

—Ya era hora —dijo Lorcaster.

—¿Cansado de esperarme? —le dijo Lug.

—El tiempo no significa nada para mí —se encogió de hombros Lorcaster—. Eres tú el que no tiene el lujo de dilatar este encuentro.

—¿Por qué es eso? —preguntó Lug sin inmutarse.

—Porque cuanto más te demoras, más ríos de sangre corren por el Círculo —le respondió el otro—, y yo soy el único que puede detener eso.

—Si eso es cierto, ¿por qué no lo has hecho ya? —le retrucó el Señor de la Luz.

—Las cosas no son tan simples.

—Ya veo —asintió Lug—. No trabajas gratis.

Lorcaster rió de buena gana:

—Me agradas, Lug. Eres más inteligente que otros con los que he tratado.

—¿Por qué no me hablas un poco de ti? ¿Quién eres en verdad? —inquirió Lug, sentándose con las piernas cruzadas sobre el suelo, frente al cuerpo de Alí, con la parsimonia de quien no tiene apuro alguno.

—No quiero aburrirte con la historia de mi vida. Es muy larga y no tienes tiempo para escucharla.

—Tengo todo el tiempo del mundo —se encogió de hombros Lug—, y me agradan las buenas historias.

Lorcaster entrecerró los ojos con desconfianza, escrutando a Lug con atención. Extendió su mente hacia la de Lug en un intento de descubrir su estrategia. Esperaba encontrar resistencia, oposición, pero Lug le permitió entrar a su mente física sin impedimentos. Todo lo que encontró fue un negro vacío, sin intenciones, sin memorias, sin emociones de ningún tipo.

—¿Cómo es posible...? —murmuró Lorcaster, sorprendido.

Lug desprendió el frente de su túnica y la abrió, mostrándole a Lorcaster la quemadura hexagonal del Tiamerin.

—Estás muerto —comprendió Lorcaster.

—Sí —admitió Lug—. Tal como tú estás usando el cuerpo de Alí para comunicarte conmigo, yo estoy usando este cuerpo para el mismo fin. La diferencia es que tú tomaste el cuerpo que le pertenecía a alguien más, mientras que yo estoy usando el cuerpo que una vez fue mío. Por eso, si buscas en mi mente física, no encontrarás nada allí, yo estoy literalmente en otro plano, tal como tú.

—¿Te mataste para estar en una posición ventajosa en este encuentro? Te admiro, Lug. Se necesita mucho coraje para que un humano esté dispuesto a algo así.

—No fue una cuestión de coraje, puesto que no fue mi decisión —respondió Lug.

—¿Oh? ¿De quién, entonces?

—De mi hija, Lyanna.

—Ya veo —asintió Lorcaster con la cabeza—. Lo hizo bajo la influencia de la Tríada, ¿no es así?

Lug no contestó.

—Fue una maniobra astuta —continuó Lorcaster—, pero no lo hizo para facilitarte las cosas como piensas, Lug. Lo hizo para el beneficio de la Tríada. Lo hizo para desensibilizarte y apagar en ti la urgencia de detener y desbaratar la Tríada. Mientras ella masacra a medio Círculo, tú no puedes siquiera lograr que eso te importe.

Lug permaneció en silencio.

—¿Le has dicho a tu esposa que estás muerto? —siguió Lorcaster al ver que Lug no contestaba—. Oh, claro, por supuesto que no. Le romperías el corazón. Seguramente ni siquiera sabes cómo explicárselo para que lo entienda. ¿Cómo decirle que tu cuerpo físico es solo una cáscara vacía que no siente nada por ella? Oh, Lug, tu dulce hija te ha puesto en una situación deplorable —meneó la cabeza con fingida compasión.

Lug solo siguió allí sentado, inmutable ante palabras que en otro tiempo le hubiesen provocado un dolor insoportable.

—La verdad es que sería fácil culpar a la pequeña Lyanna de todo esto —prosiguió Lorcaster, inexorable—, pero es claro que la culpa es totalmente tuya, Lug. Fuiste tú el que permitiste y alentaste a Lyanna a instalarse en este mundo. Esa chica no estaba preparada para lidiar con las complejidades y peligros de este lugar. Tu accionar fue irresponsable. Y como si exponerla a las garras de Nemain no fuera suficiente, trajiste a Macha aquí, sirviéndosela en bandeja de plata a la Tríada. Tú eres el responsable de todas las masacres y abominables crímenes que la Tríada cometa, pues tú eres el que propiciaste su formación.

—Lo haces bien —dijo Lug con total calma.

—¿Qué cosa?

—Inducir a tus víctimas a acceder a tus pactos mediante la utilización de la culpa —respondió Lug—. En otro tiempo, habría funcionado conmigo también. Lamentablemente para ti, el Tiamerin disolvió toda culpa de mi ser y tus palabras no me tocan.

—La ausencia de culpa te vuelve un psicópata —le retrucó Lorcaster—. Eso es lo que tu hija te hizo, te convirtió en un ser demente, desequilibrado.

—La ausencia de culpa me convierte en un ser libre —lo contradijo Lug—. No hay nada más preciado que la libertad.

—Sin emociones, sin ataduras —asintió Lorcaster—. Bien por ti, pero debo advertirte que te engañas.

—No, no hay engaño posible —negó Lug con la cabeza.

—Si no hay engaño, ¿por qué no le has hablado a Dana de tu condición actual?

Lug no respondió.

—Si te has tomado el trabajo de ocultarle que estás muerto, es porque todavía hay cosas que te importan, como por ejemplo, su dolor. Todavía te queda un lazo con la vida física, aunque tenue. Y si te importa la posibilidad de lastimar a Dana, también te importa el accionar de la Tríada.

—La vida y la muerte son la misa cosa —dijo Lug.

—Para ti, puede ser, pero no para los que están vivos —Lorcaster hizo una pausa dramática, y luego: —Puedo detener la matanza, puedo detener la Tríada, puedo devolverte a tu pequeña y dulce Lyanna. Sólo tienes que pedírmelo.

—No —dijo Lug, poniéndose de pie.

El Señor de la Luz se sacudió el polvo de su túnica y abandonó el refugio sin más.

Lorcaster se quedó mirando cómo Lug se alejaba. Había esperado a un padre desesperado, rogándole que liberara a su hija del atrape fatal de la Tríada. Había esperado a un hombre quebrado, manipulable, dispuesto a todo. En cambio, se había encontrado con un hombre vacío, hecho de calmado e imperturbable hielo.

—Buena jugada, Lyanna —murmuró Lorcaster para sí—, pero no va a durar.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora