Parte IX: EL FUEGO DE LA JUSTICIA - CAPÍTULO 43

75 17 4
                                    

CAPÍTULO 43

—Debo volver —le dijo Llewelyn a Augusto.

—Voy contigo —lo tomó del brazo el otro.

Llewelyn abrió la boca para protestar, pero luego la cerró y asintió. Alaris carraspeó de forma sonora y Llewelyn se volvió hacia él. Alaris le señaló a los visitantes, quienes lo observaban expectantes. Llewelyn se aclaró la garganta y se dirigió a los presentes:

—Mi nombre es Llewelyn, hijo de Lug. Sean todos bienvenidos al Círculo. Estos son Alaris, Govannon, y de seguro ya conocen a Humberto. Ellos se encargarán de su traslado a la escuela donde serán atendidos y honrados como amigos de mi padre. En este momento, debo atender una emergencia, pero los veré pronto y podremos conocernos mejor.

Nora codeó a Mercuccio y le susurró al oído:

—Es idéntico a su padre, excepto por el cabello rubio. ¿Recuerdas cuando Lug llegó a nosotros? Debe tener más o menos la misma edad, pero a diferencia de su padre, parece saber lo que hace.

—Lug también sabía lo que hacía a su edad —protestó Mercuccio.

—¡Claro que no! No era más que un muchacho perdido y angustiado —le retrucó Nora.

—Bueno, no tuvo la ventaja de una familia amorosa, lo cual debimos subsanar —opinó Mercuccio.

Nora asintió complacida ante el comentario.

Luego de su breve discurso, Llewelyn ensayó una sonrisa poco convincente y se volvió hacia Augusto:

—Vamos —lo urgió, tomándolo de la mano.

—No van a atender ninguna emergencia sin mí —se plantó Rory.

Llewelyn hizo una mueca y extendió su otra mano hacia el Sanador, no tenía tiempo de discutir.

—¡Hey! —les gritó Liam, pero los tres desaparecieron antes de que pudiera dar voz a más protestas—. ¿Puedes creer esto? —levantó sus brazos refunfuñando con una mirada de reproche hacia Alaris.

—¿Por qué no haces las presentaciones, Liam? —trató de apaciguarlo Alaris, señalando con un gesto de la mano a los visitantes.

Liam suspiró ante la aburrida tarea que le habían asignado, pero presentó a sus amigos del otro mundo con la gracia diplomática aprendida de su padre, dando sus nombres y describiendo brevemente sus profesiones y la forma en la que se relacionaban con Lug.

Govannon se acercó con interés a Polansky y le estrechó la mano:

—Lug me ha hablado mucho de usted —le dijo.

—Y a mí de usted —respondió Polansky—. Es un placer y un honor conocerlo, señor Govannon.

—Solo llámeme Gov —le sonrió el otro.

—Gov —los interrumpió Juliana.

—Juliana, ¡qué gusto verte otra vez! ¡Ha pasado mucho tiempo! —la abrazó Govannon.

—También me da gusto verte, Gov —contestó ella—. ¿De qué se trata la emergencia de la que habló Llewelyn?

—No lo sé, querida, pero no te preocupes, Llewelyn es perfectamente capaz de resolverlo. Por algo Lug lo dejó a cargo, y ha estado haciendo un trabajo magnífico en su ausencia.

Juliana asintió, tratando de no demostrar que le preocupaba que su hijo hubiese partido de forma tan intempestiva con su amigo sin siquiera despedirse de sus padres.

—Síganme por aquí —indicó Humberto un sendero entre los árboles—. Los carruajes esperan.

—¿Carruajes? —arqueó una ceja Nora.

—Carruajes con caballos —asintió Humberto.

—Será una aventura interesante —dijo Mercuccio—. Como en un cuento de hadas.

El comentario avivó la curiosidad de Nora, que apuró el paso por el sendero.

Más atrás, Morgana volvió a insistir por tercera vez al oído de Clarisa:

—Debéis decirles, tienen que honrar mi pedido.

—Si eso es lo que piensas, ¿por qué no se los planteas tú? —protestó Clarisa.

Morgana apartó el rostro y tragó saliva, dolida por el trato de Clarisa. Era claro que la amistad y la devoción que el Ojo Azul le profesara por tantos años se había roto para siempre. Entendía su justificado enojo, pero aun así, apenas podía soportar su cruel desprecio. La mitríade apretó los labios para contener una respuesta que antagonizara aun más a Clarisa. En silencio, voló hasta ponerse a la par de Alaris:

—Señor Alaris —comenzó con una respetuosa reverencia—, en primer lugar, deseo agradecer vuestra hospitalidad y vuestro generoso ofrecimiento de alojarnos a todos en vuestra escuela, pero a riesgo de ofenderos, debo confesar que preferiría otros arreglos para mi persona.

—¿Oh? —inquirió Alaris, tratando de dilucidar qué arreglos personales requería una mitríade que habían escapado a sus previsiones—. Si la hemos ofendido de alguna manera, espero que pueda perdonarnos, pues no conocemos bien las necesidades de una criatura como usted.

—No han incurrido en ofensa alguna, señor —le sonrió Morgana—. Es solo que he estado lejos de las de mi raza en el Círculo por mucho tiempo, y mi más ferviente deseo es un pronto reencuentro con ellas.

—Quiere ir a Medionemeton en vez de a las Marismas —comprendió Alaris.

—Así es, señor —volvió a sonreír la mitríade de forma casi condescendiente.

—Deme un momento —levantó una mano Alaris.

Alaris apuró el paso hasta alcanzar a Govannon y lo apartó un momento de su amena conversación con Polansky. Morgana vio cómo discutían brevemente entre los dos. Govannon no parecía muy contento ante las palabras de Alaris, pero finalmente asintió, accediendo a su pedido. Alaris lo palmeó en la espalda para darle confianza y regresó junto a Morgana y Clarisa.

—Medionemeton queda en la dirección contraria a la escuela —explicó Alaris.

—No es mi intención importunarlos —dijo Morgana—, solo necesito que me indiquéis el camino y partiré de inmediato.

—El viaje es muy largo y peligroso —meneó la cabeza Alaris—, le tomaría muchos días cruzar la Cordillera del Sur y luego todo el territorio norte hasta llegar al lago Maet.

—Aun así... —interpuso Morgana.

Alaris levantó una mano para que la mitríade lo dejara terminar:

—Hay una solución simple que puedo ofrecerle —propuso—. Una de mis habilidades es la de la teletransportación, como la de Llewelyn —explicó—. Podría llevarla hasta allá en un abrir y cerrar de ojos, aunque solo puedo llegar hasta las afueras de Medionemeton, pues mi habilidad no funciona en el bosque de balmoral. Aun así, estaría lo suficientemente cerca como para recorrer el último tramo sin problemas.

—Suena magnífico —aprobó Morgana.

Clarisa se mordió el labio inferior, indecisa. Su deseo era ir con los demás, a la escuela, pero dejar a Morgana sola a su libre albedrío no la convencía, y menos teniendo en cuenta que la última vez que había tenido acceso a un lugar sagrado de sus hermanas, lo había barrido por completo en una horrenda masacre. Si había algo que Clarisa nunca podría perdonarle a Morgana, era la destrucción de las hadas de Avalon, aun cuando la ex-reina jurara hasta el cansancio que el asesinato de sus congéneres había sido hecho en contra de su voluntad.

—Yo también iré —dijo con decisión Clarisa.

Alaris se volvió hacia ella.

—Es decir... —dudó el Ojo Azul— si es que puede trasladar a dos personas a la vez. Vi que Llewelyn pudo hacerlo... —trató de justificar su impertinente pedido.

—Desde luego —asintió Alaris—. No hay problema.

Clarisa asintió, satisfecha. Luego se acercó al oído de Morgana y le gruñó por lo bajo:

—No creas que vas a deshacerte de mí tan fácilmente.

—No era mi intención dejaros atrás —le respondió el hada con tono desapasionado.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora