Parte X: EL DESTINO DE LORCASTER - CAPÍTULO 48

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PARTE X: EL DESTINO DE LORCASTER

CAPÍTULO 48

Lug se puso de pie. Dana y Merianis se pararon a su lado.

—Es hermoso —dijo Lug, embelesado.

Ante ellos, el enorme laberinto vegetal con forma de ojo fluctuaba y crecía con inexorable parsimonia. El pequeño templo abierto había sido engullido por completo, con columnas y todo, por las ramas de hojas verdes que lo tragaron y lo hicieron propio.

Sin quitar los ojos del magnífico y sobrenatural espectáculo, Lug le entregó el libro verde a Merianis y procedió a quitarse el tahalí con su espada:

—Cuídala por mí —se la entregó a Dana—. No voy a necesitarla allá adentro.

—Estaré aquí, esperando tu regreso —le dijo ella—, y si es necesario, sabes que...

—Lo sé —la cortó él.

Dana extendió una mano hacia él, pero luego la dejó caer al costado de su cuerpo. Se moría de ganas de abrazarlo, de besarlo, pero se contuvo de tocarlo, aunque a duras penas. No quería perturbarlo, especialmente en este momento en el que su adorado esposo necesitaba estar completa y totalmente enfocado en una sola cosa: Lorcaster.

Lug hizo una inspiración profunda y avanzó hacia la entrada en forma de arco que el Ojo Verde había abierto en ofrecimiento. Su andar era tranquilo, sosegado. No había en él ni un gramo de duda. Cuando atravesó el arco, la abertura se cerró detrás de él, devorándolo como lo había hecho con el templo. Dana se llevó una mano al pecho, tratando de aliviar la opresión del nudo que atenazaba su corazón.

En el interior del laberinto, Lug no tardó en darse cuenta que no necesitaba caminar por los estrechos senderos. Con solo desearlo, podía atravesar las paredes de ramas estrechamente entrelazadas como si no fueran más que humo verde. Se sentía liviano, liberado, y pronto comprendió por qué: ya no arrastraba su cuerpo físico. Podía danzar entre las hojas como si él fuera un rayo de sol, atravesando el follaje y haciéndolo brillar. Aquello le causaba gran placer, pero no había venido a bailar con el Ojo Verde. Detuvo su danza de luz y volvió a materializar su cuerpo. Se sorprendió de que no le costara esfuerzo alguno hacerlo: todo era posible en el Ojo Verde.

¿Estáis listo? —escuchó una voz profunda en su mente.

—Sí —respondió Lug en voz alta, sin titubear.

Sea, entonces —respondió la voz.

Y con esas meras palabras, el entendimiento de Lug se abrió por completo. Cerró los ojos y abrió los brazos, dando la bienvenida a la expansión que explotó en su ser. Lug lo comprendió todo, con absoluta y total claridad: las verdaderas intenciones de Avalon, que no figuraban en el libro verde, y también las intenciones de su hija Lyanna al ponerlo a él en esta situación. Suspiró con alivio al descubrir que convertirlo en un asesino no estaba para nada en los planes de su hija.

Lug abrió los ojos con una sonrisa en los labios. Ante él, estaba el altar de piedra con las cadenas colgando a los costados. Pero los grilletes no eran necesarios, el sacrificio sería voluntario. Lug se acercó al altar y observó los dos objetos que descansaban sobre él, los objetos que Merianis había colocado allí para llevar a cabo el ritual. Uno era una hermosa daga de plata con runas mágicas grabadas en la hoja y un mango cubierto con cristales de cuarzo hialino y hematite. El otro era el controversial Tiamerin, refulgiendo con una luminosidad roja y ominosa.

Es hora —dijo la voz que Lug ya había escuchado antes, la voz del Ojo Verde—. Haz lo que has venido a hacer.

—Así sea —asintió Lug.

Tomando la daga con su mano derecha, hizo un corte en la yema del dedo índice de su mano izquierda y suspendió la herida encima del Tiamerin. Una sola gota de sangre fue suficiente. Alimentado por la sangre de Lug, el Tiamerin comenzó a proyectar una potente luz roja que se expandió, conteniendo al altar y al propio Lug.

—Mi sangre te llama —recitó Lug—, ven a mí.

La luz roja destelló tres veces de forma enceguecedora y comenzó a comprimirse nuevamente, ondulando en ráfagas frente a los ojos de Lug. Poco a poco, la luz se convirtió en una nube espesa, una niebla rojiza que fue tomando forma. Lug observó, fascinado, la densificación de un ser dentro de la nube. Era un ser hecho de pura energía, pero eligió tomar una forma vagamente humana, imitando la de Lug.

—Hola, Lorcaster —dijo Lug con tono desapasionado.

La forma se densificó más y Lug pudo ver cómo se formaba una especie de rostro en la parte donde estaba la cabeza del ser. El rostro abrió los ojos, que fulguraron con furia desmedida.

—¿Cómo? —dijeron los labios del ser.

—La sangre de Morgana no era la única que contenía tu esencia —dijo Lug con serenidad.

—Pero mi esencia no puede ser soportada por la línea masculina —respondió Lorcaster.

—No llevo tu esencia completa, solo tengo un pequeño porcentaje de los marcadores de ella, lo cual parece haber sido suficiente. El Tiamerin hizo el resto.

—¿Mataste a Morgana para atraparme? No pensé que llegarías tan lejos.

—No necesité matarla.

—Oh, ya veo, la enviaste al Círculo. Eso fue un error. Debiste matarla, al menos así habría muerto una sola de las hadas. Ahora morirán muchas más.

—Ya murieron muchas más, aquí mismo, en Avalon —replicó Lug.

Lorcaster guardó silencio por un momento, luego gruñó:

—Te mataría si no fuera que ya estás muerto.

—Sí —respondió Lug con sorna—. Es una suerte para mí que Lyanna se te adelantara. Ella reacomodó las piezas para que tú y yo termináramos aquí hoy.

—Te equivocas al confiar en ella, Lug. Debes saber que ella y yo somos lo mismo. Es solo cuestión de tiempo para que muestre sus garras.

—No —negó Lug con la cabeza—. Ella no es como tú. Ella es muy superior a ti. Pero eso ya lo sabes. Por eso te interesaba tanto anularla.

—¿Qué quieres de mí? —cambió de tema Lorcaster.

—Lo mismo que quería Avalon.

—Destruirme —concluyó Lorcaster.

—No —negó Lug—, el plan de Avalon nunca fue destruirte.

—Mientes.

—No, Lorcaster. Estamos dentro del Ojo Verde, no tengo necesidad de mentirte y tú tampoco puedes engañarme a mí. El Ojo Verde me lo aclaró todo, me lo mostró todo, incluso lo que bloqueaste, lo que no puedes ver sobre ti mismo.

—¿De qué estás hablando? —frunció el ceño el otro.

—Lograste la integración de las razas que querías, pero lo hiciste proyectando tu esencia fuera de ti mismo, forzándola sobre otros en vez de absorber las esencias de los demás sobre en ti. Te quedaste afuera de tu propio experimento, separado. Como Nemain al ser separada de la Tríada, estás experimentando el mismo vacío que ella vivió y piensas que la solución es limitar a Lyanna, para así recuperar poder sobre ella, recuperar tu poder por sobre una de tus partes. Pero la solución no es la limitación sino la expansión y la integración, y eso te lo puede dar el Ojo Verde. Pensaste que Avalon quería usar el Ojo Verde para aniquilarte, pero no es así. Lo que las hadas querían era darte la integración que te haría sentir por fin completo y sin necesidad de seguir manipulando a otros para realizarte a ti mismo.

—Mientes —volvió a decir Lorcaster.

—Sabes bien que no te estoy mintiendo —le respondió Lug—. En tu afán de obtener poder, todo lo que lograste fue bloquear tu verdadero poder, porque el poder no está en la fragmentación, sino en la integración. Eso es el Ojo Verde: un espejo que refleja todas las partes, que las une y las restituye a su esencia primaria, a su unidad. Esto es lo que Lyanna propició para ti: una existencia llena, completa.

Lorcaster guardó silencio por un largo rato. Lug esperó pacientemente.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora