Parte X: EL DESTINO DE LORCASTER - CAPÍTULO 49

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CAPÍTULO 49

—¿Qué pasa si decido no aceptar tu amable propuesta de integración? —preguntó Lorcaster.

—Estamos dentro del Ojo Verde —replicó Lug—, las únicas dos opciones son integración o aniquilación, no hay más.

—Buena jugada —gruñó Lorcaster.

—¿Por qué no puedes aceptar que esto es lo mejor para ti?

Lorcaster no contestó. Después de un largo rato, el Patriarca planteó a Lug:

—¿Qué hay de ti?

—¿Qué hay de mí? —repitió el otro.

—Puedo ver tu conflicto —dijo Lorcaster—. En este lugar, ninguno de los dos puede ocultar nada.

—Mi conflicto es mi asunto —respondió Lug—, pero no te preocupes por mí, ya tomé una decisión al respecto.

Lorcaster decidió no persistir sobre el tema, en cambio dijo:

—Si acepto, hay cosas que se abrirán, cosas que han estado dormidas, cosas de las que tendrás que formar parte.

—Soy consciente de eso, el Ojo me lo mostró y en mi estado actual puedo sobrevivir al impacto —asintió Lug.

—¿Por qué quiere Lyanna que tú seas la conexión?

—Es mi herencia —respondió el Señor de la Luz.

—Bress —asintió Lorcaster, comprendiendo.

—Sí —confirmó Lug.

—Muy bien, hagámoslo a tu manera —aceptó Lorcaster al fin—. Dime lo que debo hacer.

—Pon tu mano sobre el Tiamerin y yo pondré la mía sobre la tuya. La activación será automática —indicó Lug.

Lorcaster extendió su nebulosa mano hacia la gema roja que descansaba en el altar. Antes de tocarla, levantó la mirada hacia Lug por un momento:

—Quiero decirte algo —habló—, y esta es la primera vez en toda mi larga vida en la que doy un consejo genuino y desinteresado.

—Te escucho —dijo Lug.

—Esa decisión que dices que tomaste, es una aberración absurda, un error.

—Viviré con mi error —porfió el otro.

—Ese es el problema, no vivirás, no realmente.

—La forma en que quiero sostener mi existencia es asunto mío —retrucó Lug con frialdad.

—Por supuesto —se encogió de hombros Lorcaster—. Debo decir que no te consideraba como un ser autodestructivo, pero a cada uno lo suyo.

—Hagamos esto —gruñó Lug, que ya no quería seguir hablando del tema de su decisión.

—Desde luego.

Lorcaster estiró más su mano y la apoyó suavemente sobre el Tiamerin. Lug se apresuró a poner la suya encima, sellando la unión. Y todo explotó ante sus ojos...

La cegadora luminosidad lo obligó a cerrar los ojos con fuerza. Eso no fue suficiente. Se llevó el antebrazo izquierdo al rostro, apretándolo contra sus párpados cerrados. Hubo un sonido atronador que hizo temblar la tierra. La vibración lo hizo estremecerse de forma involuntaria y feroz. Y cuando parecía que todo iba a desintegrarse a su alrededor, sobrevino una extraña calma estática. Con extremada cautela, Lug bajó el brazo de su rostro y abrió los ojos. Inspiró una bocanada de aire por la boca en asombro, paseando su mirada en derredor. Flotaba dentro de una esfera luminosa, solo. Enfocó la vista en la esfera y descubrió que estaba formada por una malla de energía cuadriculada. No, no eran cuadros, descubrió un momento después, eran pequeñas esferas, miles y miles de pequeñas esferas formando una trama multicolor a su alrededor. Tímidamente, Lug alargó el dedo índice de su mano izquierda hacia una de las esferas, el dedo que todavía tenía la marca de la herida que había hecho con la daga para extraer su sangre. Apenas la rozó con la yema del dedo, la esfera se amplió ante él y se hizo transparente. Del otro lado, como si estuviera viendo a través de una ventana circular, Lug percibió formas que poco a poco fueron tomando sentido. Era una ciudad, una ciudad con edificios extraños y gigantescos como nunca había visto.

—Increíble —murmuró Lug, extasiado.

Hizo un gesto de cierre con la mano izquierda y la esfera se redujo a su tamaño anterior, tomando nuevamente su puesto en el entramado que rodeaba a Lug. El Señor de la Luz giró sobre sí mismo noventa grados y volvió a extender su dedo, tocando otra esfera. El mundo que vio era de paisajes verdes y montañas azules y nevadas. El aire frío llegó hasta su rostro. Lug lo respiró con placer. Nunca había sentido en sus pulmones un aire de tal pureza.

El siguiente mundo que abrió era gris y nebuloso, y flotaba en él una gran tristeza y devastación. Lug lo cerró enseguida, sin detenerse demasiado a observarlo. Abrió más mundos, explorando deslumbrado las infinitas posibilidades, algunas familiares, algunas tan distantes a su experiencia, que resultaban irreconocibles e imposibles de interpretar con su mente humana.

¿Cuál es el último elemento decisivo cuya influencia determinará el desenlace de los eventos que afectarán la relación entre los mundos? La respuesta es LORCASTER —recitó Lug la última parte del enigmático manuscrito del túmulo.

Ahora lo entendía de forma totalmente cabal. Lorcaster contenía en sí mismo universos enteros. Tal era su poder, tal su increíble vastedad. Una realidad tan estremecedoramente ingente y total, tan devastadoramente avasallante e inconcebible, que el propio Patriarca no se había atrevido nunca a abrirla, pues pensaba que su propia esencia lo engulliría para siempre, borrando la construcción artificial de su personalidad, su ego, su insignificante memoria que lo identificaba como un ser concreto y reconocible para sus pares. La integración con todos los mundos que contenía, significaba la disolución de su yo, y eso hubiese amilanado a cualquiera. Solo el Ojo Verde había logrado empujarlo a cumplir su potencial real, convirtiéndolo en algo mucho más grande de lo que su ambición personal hubiese podido soñar. Lorcaster se había convertido en un portal múltiple gigantesco, y Lug era la Llave con acceso a ese portal.

Yo soy el Portal y tú la Llave de los Mundos —dijo la esfera, vibrando a su alrededor—. Estamos unidos en esto para siempre.

—Lo entiendo y lo acepto —respondió Lug, solemne.

Asegúrate de no cometer los mismos errores que tu padre —le advirtió el portal.

—No te preocupes, no hay posibilidad de eso. Bress no entendía que hay mayor placer y celebración en la construcción que en la destrucción. No entendía que las cosas no necesitan ser forzadas, solo exploradas y disfrutadas. Él necesitaba ser el dueño de los mundos, a mí solo me interesa conocerlos, verlos, aprender de ellos, incluso amarlos. Su aproximación a los mundos era burda, cruel y grotesca, y por eso solo tuvo un acceso pobre y tortuoso con sus escasos recursos. Él no contactaba a los mundos como una llave, abriéndolos a su potencial, sino como una daga, forzando su voluntad en el delicado vientre de las distintas realidades, lastimando, desangrando, matando. Yo soy el heredero de su poder, pero el uso que yo me propongo darle es muy diferente. Yo soy la Llave de los Mundos, la comunicación verdadera, la unión, la integración.

Eso es aceptable —dijo la esfera.

Lug asintió con satisfacción:

—Lorcaster... —llamó al portal tentativamente.

¿Qué? —inquirió la esfera.

—¿Estás satisfecho? ¿Valió la pena esta apertura, este ser en el que te has convertido, esta forma de conciencia multidimensional?

Eso es lo mismo que preguntarle a un gusano si está conforme con haberse convertido en mariposa —respondió Lorcaster.

—Me alegro por ti —dijo Lug.

El ser que conociste como Lorcaster nunca lo hubiera dicho, pero yo sí soy capaz de reconocerlo: estoy agradecido, a ti y a Lyanna.

—Yo también debo agradecerte, Lorcaster —dijo Lug—. Todo lo que he vivido estuvo marcado por tu mano, y a pesar de que provocaste muchas situaciones difíciles y de sufrimiento en mi vida, también alcancé gran dicha y paz.

Tu vida no termina aquí, este es solo un nuevo comienzo —le respondió Lorcaster—. La decisión es tuya, pero puedes cambiarla, no es tarde.

—Creo que es hora de volver —dijo Lug, cortando abruptamente el tema.

Que así sea —fueron las palabras de despedida de Lorcaster.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora