Capítulo 2: El Aroma De Su Sangre.

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Abril 23. 9:30 pm.

La noche se dejaba caer con tranquilidad como de costumbre, al ocultarse el sol. Trayendo consigo todas las fechorías que aquellos perdidos de mente y corazón realizan a las pobres almas que vagan entre la obscuridad.

Abultados en medio de un callejón, varios vagos, ladrones y otros maleantes del bajo mundo, se encontraban fumando, bebiendo e ingiriendo productos no permitidos por la ley.

Al interceptar al quinto pobre diablo de la noche y despojarlo de todos los bienes que consigo cargaba, una carcajada escapó de la garganta de una sensual dama, que permanecía posada en un árbol en la lejanía, observando el espectáculo, despreocupada.

Cuando la asustada persona, corrió para alejarse de los que acaban de robarle todo, la dama rio frenéticamente, hasta que se detuvo de la nada haciendo una mueca despectiva.

—Idiotas —masculló —¿Quién será la siguiente víctima? —sonrió con frialdad al ver un chico caminando en la misma calle que los maleantes.

Aquel joven de lentes, con sus audífonos colocados y la música prendida a todo volumen, caminaba tranquilamente por dicha calle, ligeramente cubierta de agua y poca iluminación naranja.

—Oye, detente pequeño —habló el primero de cabellos azabache, al verlo tan cerca.

—Vamos, vamos —articuló el de camisa descubierta, poniéndose frente a la criatura, para impedir que continuara su camino —¿Acaso no sabes que no debes desobedecer a los adultos? —sonrió perverso, mostrando sus amarillentos dientes con olor cual alcantarilla con años de uso.

Sin inmutarse, el chico retiró sus audífonos de orejera y miro fijamente a los sujetos.

Pareciera muy valiente al enfrentar a los maleantes así, pero realmente solo estaba ensimismado. Hasta que el de camisa descubierta se posó frente a él, no se había percatado que el lugar estaba repleto de criminales.

—¿Qué? —inquirió anonadado, mirando de reojo a su alrededor.

Los criminales únicamente empezaron a reír ante respuesta tan incoherente, hasta que uno lo tomó con fiereza de su sudadera.

—Te crees muy valiente ¿no? Dame el maldito dinero, tus jodidos audífonos, el celular y todo lo que lleves.

—Y-Yo...

La dama del árbol volvió a reír, aunque su estrepitosa risa no fue escuchada por los demás, puesto que se encontraba lo suficientemente lejos de dicho lugar.

—Ya valió... Estúpido mocoso —volvió a reír y fingió limpiarse una lágrima —. A ver arranquense los instestinos.

—Espera —interrumpió el que bebía directamente de una botella —. Este chico es el hijo de Burt, es de la familia Burt, los malditos millonarios —suelta un aullido—. Es nuestro día de suerte —todos empezaron a silbar y decir obscenidades, por otro lado, a Bell ya le empezaban a temblar las piernas y sudar sus manos —. Escúchame muy bien niño... —el de la botella se le acercó con lentitud tal cual felino estudiando a su futura presa, esperando el momento adecuado para dar fin a su vida —. Hay dos formas en las que puedes salir de aquí... —el maleante se tomó un segundo para sonreír con cinismo —. Sin todas tus pertenecías o... Sin todas tus pertenecías y con una paliza encima... Tú decides.

En un abrir y cerrar de ojos, todos los que en el callejón se encontraban, empezaron a avanzar lentamente hacia Bell, aumentando por completo el terror dentro de su ser.

Cuando uno de ellos estuvo lo suficientemente cerca como para intentar arrebatarle algo, sin darse cuenta de cómo lo hizo, Bell sacó de su bolsillo gas pimienta y lo roció en el rostro del sujeto, causando que este se desplomara en el pavimento aullando de dolor, mientras sus manos cubrían su rostro.

Sin dudar Bell empezó a correr, pero en un santiamén fue alcanzado por dos de los maleantes, que lo derribaron. El dolor arrasó el rostro del chico al caer.

—Idiota. Les hubieras dado tu cochino dinero —murmuró la dama en su sitio, esta vez muy concentrada en lo que estaba ocurriendo, puesto que por fin las cosas empezaban a tornarse interesantes para ella.

—Sostengan a esa mierdecilla —aulló uno de ellos, mientras al que le arrojó gas pimienta se acercaba, con los ojos inyectados en sangre y la piel con heridas nada gratas a la visión.

—¡Suéltenme! ¡Ayuda! —chilló Bell, en vano, pues nadie lo iba a escuchar.

—Levántenlo —indicó el líder a lo que su séquito acató la orden. El maleante lo tomó con fiereza del cabello obligándolo a verlo —Qué carajo te crees ¿eh? Nunca debiste haber hecho eso —tira más fuerte del cabello haciendo sollozar a Bell —. Imbécil cuatro ojos.

Del bolsillo trasero el jefe sacó una afilada navaja, al ver esto, el de ojos grises casi desfalleció.

No me lastimen, aullaba en su interior por favor solo quiero estar en casa.

—Aprenderás, maldito mocoso, aprenderás muy bien inútil pijo —colocó el afilado artículo en su rostro para empezar a hacer presión.

—¡No! —Bell intentó removerse, pero fue inútil siquiera intentarlo.

—Lastima, se veía que era muy lindo el renacuajo —soltó la dama en el árbol.

—¿Cuánto crees que soporte? —escupió con burla el líder y  relamió los labios.

Un pequeño hilo de sangre caía del rostro de Bell, cuando esto sucedió, todos los sentidos de la mujer se prendieron por completo al sentir tal aroma que desprendía la sangre fresca de aquel chico.

—E-Ese olor —miles de recuerdos azotaron la mente de la mujer en menos de un segundo envolviéndola por completo en una serie de sentimientos completamente entrelazados y confundidos. Aturdida enfocó su vista nuevamente en el chico —¿Por qué huele a él? —susurró completamente ensimismada —¡¿Por que mierda huele a él?!

—Oye ¿qué dices si le cortamos los dedos uno por uno?
—rió el lider ocasionando regocijo en los malechores.

Los ojos rojos ardiendo como brazas de la mujer se posaron en el maloliente hombre. La dama estuvo a punto de saltar y arrancarle las vísceras a todos esos mugriento y despreciables humanos, pero el sonido de una sirena de policía opacó el silencio de aquella zona.

Los maleantes rápidamente soltaron a Bell y se hecharon a correr como si los fuera siguiendo algún espectro.

Bell sin poder evitarlo desfalleció en la acera y las lágrimas empezaron a inundar su pálido rostro.

—¿Estás bien? —inquirió el oficial, ayudándolo a ponerse en pie. Bell asintió torpemente limpiándose las lágrimas —. Tranquilo muchacho, déjame llevarte a la estación para curarte y luego a casa.

—D-Descuide, estoy bien, solo es un rasguño —sobre forzó una sonrisa para evitarse algún inconveniente —. Llegó en el momento adecuado.

Sin preguntar más, el oficial hizo que que Bell entrara en la patrulla, para llevarlo hasta casa.

La dama de negro se obligó a sacudir la cabeza para salir del ensimismamiento que toda la situación anterior le propinó.
Al calmarse sus ojos volvieron a ser de tonalidad esmeralda.

Desde la altura de aquel frondoso árbol observó a la patrulla alejarse sobre las vacías calles únicamente con tenues luces raídas para dar un poco de claridad.

Sin titubear bajó de un brinco, cayendo perfectamente en pie, completamente decidida a seguir esa patrulla y resolver unos asuntos que acababan de aparecer en su mísera y monótona existencia.

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