v. A Fish in a Fishbowl

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act one. chapter five.
FISH IN A FISHBOWL

A veces, Maia se sentía un pez dentro de una pecera.

Quizás así era como la habían criado. Como un pez demasiado valioso como para estar en un estanque con el resto de los de su especie, que debía permanecer en un ecosistema artificial, creado especialmente para ella.

En una estrecha pecera de finos cristales, en el medio de una lujosa habitación. Con castillos y algas de plástico, piedras de colores y quizás algunas luces neon. Pero si salía del reducido espacio de agua, a temperatura perfectamente ambientada para ella, moriría en cuestión de segundos, quemada por el calor del contacto con el exterior y la falta de oxígeno.

Maia odiaba a los peces.

Y a las peceras.

A lo mejor porque la única visión que había tenido de su madre en los últimos siete años había sido dentro de una.

Acostada en una de las impolutas camas del hospital, Blair Black descansaba en una perturbadora quietud.

"No puede oírte." le había dicho su tío fríamente el primer 31 octubre que Maia, con siete años, había aporreado el frío cristal que la separaba de la mujer que le dio la vida.

Maia odiaba el 31 de octubre.

Odiaba pasar un día a solas con su tío.

Odiaba cada parte del día.

Odiaba como se esfumaba entre las llamas del fuego de la oficina de Snape para aparecer en San Mungo y odiaba el horrible sonido que hacían sus zapatos contra el frío piso del hospital.

Pero lo que más odiaba era pararse durante diez minutos detrás de esa horrible mampara de vidrio a observarla a ella.

Le llevaba un pomposo arreglo de rosas cada vez. Son sus flores favoritas. repetía su tío cada año cada vez que se detenían en la tienda del hospital a comprar las más grandes, caras y rojas de todas. Era verdad, hasta hace no tanto Maia podía recordar el olor a su perfume de rosas.

Ya no lloraba al mirarla.

La primera vez no había podido evitarlo, las lágrimas saladas se habían deslizado por sus mejillas silenciosamente. La siguiente vez había logrado mantener la compostura frente a su tío.  

Había bastado solo un año con los Malfoy para aprender a suprimir cualquier vestigio de emoción.

O quizás es que cada vez lo sentía menos.

Aunque esa mañana de Halloween, a sus trece años, Maia lo sintió peor que nunca. Quemándose por dentro y por fuera. Como un pez que hace contacto con el exterior de su pecera.

Pero no lloró. 

Los minutos pasaban en una dolorosa lentitud. 

Tic toc. Tic toc. 

Con los ojos cerrados, Blair Black permanecía tan inmóvil como en el primer día. Las primeras horas había temblado incontrolablemente, Maia lo recordaba con perfecta claridad. Luego un medimago la había sedado.

Maia sabía que su madre había sido hermosa. La recordaba hermosa. Pero ahora, viéndola en una fría cama de San Mungo con su cabello, antes rubio, blanco como la nieve y su boca de labios, antes carnosos y rojos, ahora secos y grises; la idea de que hubiera habido belleza en esa mujer debía ser inconcebible para quién no la hubiera conocido.

Era su cumpleaños número treinta y cinco.

Diez minutos anuales, diez minutos entre los miles que tenía el año. Diez minutos en los que podía ver a lo que quedaba de quien había sido su madre.

Moonlight  ✺  Harry PotterWhere stories live. Discover now