Capítulo 1

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Timaeus

Mayo, 2016

Llaman a mi puerta. Me remuevo en la cama gimiendo por un par de minutos más de sueño. Vuelven a llamar y sé que no se van a detener hasta que no me levante y la abra. Suspiro cansado mientras me siento en la cama y veo mis boxers, la única prenda que llevo encima, pero no es algo que me importe, solo hay una persona tan molesta. Y podría recibirlo desnudo que probablemente no se inmute.

Al llegar a la puerta y abrirla confirmo lo que ya pensaba cuando veo a Basha mirándome con esa cara de limón tan suya.

—Te has tardado.

—Te has tardado —lo imito con una voz burlona.

No soy para nada una persona madrugadora. Odio tener que despertarme temprano, pero nuestro trabajo obliga que tengamos que hacerlo muchas veces.

—No te hagas el idiota. Hoy tienes que ir a Colburn hoy —me dice extendiéndome una carpeta llena de partituras.

—Me repites porqué tengo que ir yo y no Neo que es el experto en piano.

Me fulmina con la mirada un segundo antes de golpearme con la carpeta en la cabeza.

—Por el simple hecho de que Neo tiene que filmar un comercial y tú eres igual de bueno que él en piano. Solo que nunca te ha gustado admitirlo.

No es que no me gustara admitirlo. Adoraba el piano en mi niñez, me embelesaba ver a Apolo tocarlo y que un sinfín de colores aparecieran en mi cabeza. Cada nota, cada intensión tenían un color distinto. De esa manera aprendí a tocar el piano sin que nadie me enseñara, solo necesitaba seguir los colores. Era mi propia versión del oído absoluto.

Tenía una condición especial, una que no compartía con ninguno de mis hermanos, ni siquiera con mi gemelo. La sinestesia era una condición sensorial, existían distintos tipos de esta. Aquellos en la que la música se convertía en colores o sensaciones que tenían sabor. Para cada persona se presentaba de modo distinto y en distintas intensidades. En mi caso en especial estaba más relacionado a la música, pero es algo que le he ocultado a mis hermanos durante años, él único que lo sabe es papá, porque lo heredé de él.

—No quería quitarle el protagonismo al enano. Ya tenía suficiente con que le hayamos robado la belleza.

Basha rueda los ojos ante mi comentario y era justamente lo que buscaba.

Amo fastidiar a mis hermanos y llevarlos al límite.

—Como sea. Tienes que estar listo en 20 minutos. Pasarán por ti. —Vuelve a extenderme la carpeta y en esta ocasión se da media vuelta y se marcha.

Cierro la puerta y aprovecho el momento a solas para ojear las partituras. Todas ellas melodías clásicas para piano. Bach, Debussy y Mozart. Tres maestros del piano. En cuanto comienzo a leer las notas los colores van apareciendo en mi mente, tonalidades de verdes y azules se hacen presentes.

Colburn era la escuela de música a la que todos los Lux asistimos desde Apolo a Neo. Para ingresar en ella no era suficiente ser bueno, debías ser excepcional porque en definitiva todos quienes estaban ahí eran buenos. Mi padre había comenzado a ser profesor ahí desde hace más de diez años y Tom era uno de los exalumnos más ilustres, quien de vez en cuando también impartía cursos. Como músico tener el sello de Colburn en tu curriculum era casi una carta de garantía para el éxito. Ya sea en música clásica, contemporánea, composición o dirección, era el mejor lugar para aprender en la costa oeste de los Estados Unidos.



Media hora después estoy en el auto. En el camino comienzo a calentar mis dedos, ha pasado algún tiempo desde la última vez que toqué y a pesar de que intento no perder la costumbre en destreza Neo me supera por mucho. La mayor diferencia es que puedo tocar casi cualquier instrumento que toco.

SAGA LUX III | Los colores de TimaeusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora