Capítulo 35. En volandas

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Jade

Cuando el fuego se apodero de mi todo empezó a arder, desde el suelo hasta las paredes de la cabaña, pero mi interior nunca estuvo tan frío, y una extraña sensación de vacío se apoderó de mí. Hades empezó a gritar, buscando una salida inexistente, pero el fuego era un cruel enemigo, cuanto más gritaba, más vacía me sentía, tanto que la oscuridad se apoderó de mi.

El mundo no tenía sentido, traicionada y utilizada, una vez más, por mis poderes, pero no iba a permitir que esto pasara más veces, una voz que resonaba en mi interior me decía que esto era todo culpa mía. Así que decidí acabar con todo, buscar la corte y ocultarme en el único lugar donde nadie me encontraría, donde nadie me usaría.

Recuerdo pocas cosas de mis padres, y aunque he intentado no olvidarlos, el tiempo no perdona, pero aun hay recuerdos que tengo claros, como si hubieran sucedido ayer mismo, mi madre hablándome de la corte es uno de ellos.

Salí de la cabaña mientras el fuego se extendía y el claro ardía, pero no me importaba, el calor que siempre me había proporcionado el fuego había desaparecido. Entre a la cueva, y antes de acabar con todo fui a visitar el único sitio de toda la corte al que había evitado entrar, el que habría sido mi hogar. Iba a entrar a la habitación de mi madre, pero cuando mi mano tocó el pomo, me lo pensé mejor, iba a rendirme, y no quería ensuciar su recuerdo con mis acciones.

Mientras me hundía un poco más en el hielo, me di la vuelta y me dirigí hacia las escaleras, mis pies se arrastraban por el suelo, pesaban. Podía escuchar a lo lejos como alguien me llamaba, pero no importaba, nadie podía evitar esto, no fue hasta que escuché como la voz me llamaba bruja cuando me detuve y lo vi, desesperado por llamar mi atención, pero era imposible que estuviera aquí, así que seguí mi camino.

Justo antes de comenzar la bajada hacía el fin del mundo, alguien me agarró de los brazos y, empezó a zarandearme, podía escuchar sus palabras a lo lejos, pero lo que más me sorprendía es como mis brazos volvían a entrar en calor bajo su toque, centrada en esa sensación no me di cuenta de que pasaba hasta que sus labios rozaron los míos.

Fue un beso tímido, pero solo al principio,  la mano de el lobo se apoderó de mi cintura y unió nuestras caderas a la vez que profundizaba en su beso, mis manos, que habían descansado lánguidas y sin fuerza, tuvieron vida propia, y se dirigieron al pelo del lobo, pasando mis manos por ese montón de pelo que siempre estaba despeinado.

Debido a nuestra diferencia de altura, el lobo estaba agachado hacia abajo, mientras que yo, aún de puntillas, apenas le llegaba al pecho. Dejándome llevar, desplacé una mano a su nuca, intentando hacer el beso más intenso, pero parecía que el tenía otros planes. 

Sus manos rodearon la parte alta de mis muslos, alzándome en volandas, mis piernas rodearon sus caderas, mientras caminaba, de repente, estaba apoyada contra una de las paredes de la sala del trono, por la sorpresa mordí el labio del lobo, y unas pequeñas gotas de su sangre entraron en mi boca, dándole al beso un sabor metálico. 

Deslizo sus manos dentro de mi vestido, rozando mi piel, pero no fue hasta que sus manos rozaron mis nalgas cuando se dio cuenta que solo llevaba el vestido, eso hizo que redujera cualquier distancia que quedara entre nuestros cuerpos, calentando todo mi ser, haciendo que el calor llegara incluso hasta mi helado corazón. 

Solo cuando separo sus manos de mi para quitarse la camiseta, fui consciente de lo que estaba pasando, de como me estaba dejando llevar, de las consecuencias que esto podría tener, pero el deseo era más fuerte que yo, y le permití darme un último beso, o más bien, me permití a mí misma dárselo, pero después tenía que parar esto, por eso, tomando una de las decisiones más duras de mi vida, coloque mis manos sobre su pecho y me separé del lobo.

La prometidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora