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Alexander

Al ver a Katherine llorar tan desconsoladamente mientras Irene la abrazaba, sintió que su corazón se rompía. La respuesta había estado frente a sus ojos todo este tiempo y nunca fue capaz de verlo. Jamás había sospechado de Nate. Nunca se le habría ocurrido.

Enfurecido, siguió a Christopher, Gregory y a su padre. Y a Nate.

Ya no podía ni siquiera llamarlo así en su mente. Debía volver a ser el entrenador Duncan. Debía volver a ser alguien ajeno a su vida.

Los encontró en la habitación de invitados que había estado usando. El entrenador estaba metiendo las últimas prendas de ropa dentro de su maleta. Alex ya sabía que la mayor parte de su maleta había estado lista, pues su vuelo devuelta había estado programado para el día siguiente. Siempre había planeado quedarse para la inauguración y luego volver.

El entrenador notó que Alex entró a la habitación.

—Alex —dijo, y su cuerpo se llenó de impotencia al notar que él sonreía como si nada hubiera pasado—. Sabía que vendrías.

Los otros tres hombres en la habitación miraron de uno al otro, esperando que Alexander pronunciara palabra. Dejándole saber que era absolutamente su decisión qué hacer.

—Tienes valor para poner esa cara, ¿eh? —expresó con rechazo una voz detrás de él.

Al mirar por sobre su hombro notó que era Jessie, con los ojos rojos por haber llorado y los brazos cruzados. Dios. Había sospechado de su mejor amiga y no lo dudó ni un segundo antes de acusarla frente a todos.

El entrenador Duncan puso los ojos en blanco y cerró la maleta.

—Ya no tienes vela en este entierro, querida.

—Jessie —espetó ella, adentrándose más a la habitación hasta quedar a la derecha de Alex—. Mi nombre es Jessie. Y creo que tengo derecho de decir lo que quiera, considerando que tú me has querido hundir a mí. Sin mencionar los comentarios repugnantes que me has hecho a lo largo de los años.

Alexander la miró con el ceño fruncido, sin comprender. Luego se volvió hacia el entrenador, quien puso los ojos en blanco.

—¿Qué estás diciendo? —le preguntó en voz baja.

Ella se encogió de hombros sin mirarlo.

—Prefiero hablar después a solas —musitó.

Alex asintió. A este punto, aceptaría cualquier cosa.

—Pueden dejarnos a solas un momento —les dijo a Christopher, Gergory y a su padre—. ¿Podrían esperar afuera para escoltar al señor Duncan fuera de mi casa?

Los tres asintieron sin problemas. Phillip miró con rechazo a Nathaniel antes de irse, lo cual dejó al entrenador algo impresionado. Se notaba que siempre había contado con su apoyo, y siempre lo había admirado.

Cuando la puerta se cerró detrás de ellos y los tres quedaron solos, Alex miró al hombre que por mucho tiempo consideró un padre y casi que no pudo soportar la manera en la que la traición lo carcomía por dentro.

—¿Al menos te arrepientes? —preguntó.

Nathaniel apretó los labios.

—No, no me arrepiento para nada. Si no fuera por mí, no hubieras llegado tan lejos como jugador de fútbol. Tuviste la suerte de tener a tu lado alguien que sabía lo que era mejor para ti. Para tu futuro.

Alex sintió que la mandíbula se le quebraría por lo fuerte que la estaba apretando.

—Lo mejor para mí y para mi futuro habría sido poder ser parte de la vida de mi hija desde el principio. Jugar al fútbol dejó de importarme... Hace muchísimo tiempo. Solo jugaba para ganar dinero e invertirlo en mi gimnasio. ¿De verdad crees que ser conocido por jugar al fútbol y ser modelo de un par de marcas me importaba? Todo eso era irrelevante. Sigue siendo irrelevante a comparación de todo lo que me he perdido. Y cuando te dije que sospechaba de Jessie... Dejaste que la odiara en silencio en lugar de defenderla. Si dependía de ti, ibas a dejar que mi mejor amiga tomara la culpa. Agradezco que Christopher hubiera estado ahí para darle la oportunidad de defenderse.

Lazos irrompibles (Lazos II)Where stories live. Discover now