La tarde había caído cuando el azabache finalizó el último informe que tenía pendiente, el lunes los entregaría a primera hora, salió del despacho en busca de su esposa, la encontró dormida sobre el sofá que estaba en la terraza y acurrucada a su lado estaba su hija, había estado leyéndole un libro de cuentos a la pequeña.
Él se quedo como hipnotizado observando aquella escena tan tierna, ella era así, como el ying y el yang, poseía una dualidad atrayente y enigmática...
A veces, era fuego, de esos que te envuelven poco a poco hasta dejarte sin aliento, de esos que arrasan con todo a su paso, esos que te queman cruel y dolorosamente lento.
Ella era su infierno...
Sus besos, sus caricias y su piel son su perdición, su castigo, su tortura. Ella es el demonio que tienta sus límites, que lo eleva hasta lo más alto, que lo envuelve en una espiral de emociones que sólo ella provoca...
A veces, es paraíso, de esos remansos de paz que te relajan, el lugar donde quieres volver una y otra vez porque ahí te sabes a salvo.
Ella era su cielo...
El sonido de su risa es la melodía que quisiera escuchar todo el tiempo, sus brazos son el refugio que necesita cuando el día ha sido agotador, sus palabras de ánimo son las exactas cuando cree que no hay solución.
Ella es la madre amorosa que cuida con esmero a su hija, la que tiene paciencia, la que reprende cuando es necesario, la que esta dispuesta a todo por ver feliz a su pequeña...
- Se te cae la baba, Potter - la voz de Pansy lo sacó de sus pensamientos.
- Es lo que tú provocas - le dijo sonriendo.
Tomó a la pequeña entre sus brazos y la llevo a su habitación para que durmiera un rato más, mientras ayudaba a su esposa con la cena.
Con ella tenía todo lo que siempre soñó, y si existía otra vida luego de la muerte, él quería vivirla junto a ella, porque sin ella la vida no sería la misma...
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