Capítulo 17

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Despertamos con el sonido del mar y el calor comenzaba a sentirse, eran las nueve y cuarto de la mañana y estábamos totalmente hambrientos, así que nos pusimos nuestro traje de baño y ropa encima para ir a desayunar al restaurante del hotel mirando el mar, estaba totalmente azulado y sin sargazo, algo que por lo que estuvimos charlando con el mesero que nos atendía, eran épocas que los residuos de algas llegaran hasta la orilla pero que últimamente habían estado bajando mucho. Nos recomendó un par de lugares para visitar en la isla, así como también irnos por un día entero a Playa del Carmen y disfrutar del pueblo.

Peter y yo decidimos pasar el día en la isla, rentamos unas bicicletas bastante lindas y la recorrimos en ellas. Íbamos viendo las miles de artesanías típicas mexicanas que estaban increíbles, en un punto le pedí a Peter que frenara para comprar un par de Calaveritas típicas para decoración, me las dieron en cajas de cartón para protegerlas en el vuelo de regreso y seguimos caminando por las calles disfrutando del Street Art que había en cada esquina. Me tomé un millón de fotos en cada una que veíamos, estaban increíbles y llenas de colores.

Como queríamos disfrutar también un poco del sol, regresamos al hotel en las bicicletas y nos fuimos a la playa a relajarnos, al final el viaje era para descansar.

—¿Querés pedir algo, mi amor? —Me preguntó Peter.

Yo estaba postrada en la reposera boca abajo sin la parte de arriba del bikini para poder broncearme, levanté un poco mi cabeza aún con los lentes de sol y vi que estaba el mesero al lado de Peter.

—Sí, ¿me podría traer una cerveza corona?, por favor.

—Con gusto, ¿les ofrezco algo más? Tenemos papas fritas con guacamole, ceviche de pescado, chicharrón en salsa o....

—Uy, un guacamole, ¿se te antoja, Pit?

—Dale, un guacamole también —Le dijo al mesero y le agradeció.

—Che, ¿me ponés un poco más de bronceador en la espalda? —Le señalé la botella debajo de mí sobre la arena.

Peter aceptó sin decir ni un pero. Era increíble que ese hombre aceptara de todo y disfrutaba cada segundo de lo que fuera. Sentí sus manos recorriendo toda mi espalda y noté que se aprovechó para hacerme un masaje relajante, y así fue porque me quedé dormida por los diez minutos que estuvo haciendo movimientos por toda mi espalda. Me despertó cuando nuestras bebidas habían llegado, me abroché de vuelta el bikini y comimos juntos mientras seguíamos disfrutando del clima.

Después de pasar la mayor parte del día en la playa, estábamos un poco agotados del sol y el calor, nos arreglamos para ir a cenar al Rooftop del hotel para ver el atardecer y disfrutarlo a la luz del cielo naranja, llamado Mandarina Bar. Nos recibieron con una sonrisa de oreja a oreja y una copa de champán de cortesía. Nos pasaron a una mesa cerca del balcón para poder ver el atardecer y nos entregaron los menús.

—¿Ya sabés qué vas a pedir?

—Creo que quiero probar la pasta con langosta, dicen que es genial —contesté aún leyendo la carta— ¿Vos?

—Y... yo creo que el Rib Eye. ¿Pedimos vino? —Le hice una cara tan obvia a mi respuesta que rió alzando los hombros y pedimos de cenar.

Íbamos por nuestra segunda botella de vino, disfrutando del ambiente cálido y nuestras carcajadas. Nos habíamos pasado a la barra una vez que el atardecer había desaparecido y nos hicimos amigos de una pareja mexicana que estaba en su luna de miel. Tenían la misma edad que nosotros y su historia de amor era la tradicional. Alberto y Maitena se conocían desde pequeños, sus papas habían sido mejores amigos también desde la infancia y por más que intentaron seguir los pasos de amistad, hace ocho años en la secundaria se enamoraron y a partir de ahí estuvieron juntos hasta comprometerse y ahora casados disfrutaban de la romántica Rivera Maya.

A Mi Manera 2Where stories live. Discover now