Capítulo 32

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La oficina de Pacheco se asemejaba al de aquellas películas donde los investigadores estaban detrás de crímenes perversos

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La oficina de Pacheco se asemejaba al de aquellas películas donde los investigadores estaban detrás de crímenes perversos.

Con un asentimiento mi madre entendió que debíamos entrar a su oficina.

—Un gusto verte de nuevo querida — mi madre y él se dieron un abrazo. Yo en cambio lo saludé con la mano.

Mi madre me había explicado brevemente quien era Pacheco. Se conocían desde pequeños, fueron muy amigos en la adolescencia, era policía y estaba en la unidad de crímenes violentos y homicidio.

Desde que mi madre comenzó abogacía empezaron a frecuentarse nuevamente.

—El gusto es mío, ya conoces a Nahir — me señaló y sonrió de medio lado.

Se sentó en su sillón y extrajo una carpeta del compartimento de su escritorio.

—Tenemos el mismo modus operandi, nada ingenioso ni nuevo, creo que por esto me asignaron este caso, eso sí no dejaron ningún rastro— le pasó a mi madre algunos papeles que quizás solo ellos entendían.

—Beltrán no está tan mal como Nahir en aquel entonces, pero también fue drogado, golpeado con un bate y lanzado en una zona vecinal donde al recuperar el conocimiento pudo pedir auxilio — expresó con una tonalidad fría propia de uno de los de su clase.

Mi corazón latió rápidamente queriendo obviar las fotografías que pasaban a mi lado a las manos de mi madre.

—No las mires si no quieres— me indico Pacheco pasándoles más cosas a mi mamá.

Suspiré con angustia recostándome en la silla.

—Hasta podría afirmar que no fue este chico quien te hizo esto Nahir— alzó las cejas y se acomodó en su sillón.

Le di una mirada confundida a mi madre.

¿La loca era yo?

Ella a su vez bajo la mirada hacia los documentos.

—¿Y quién si no es él?— pregunté con desdén.

—Este chico ha pagado cargos Nahir y tú lo sabes, violación a la paz pública, intento de asesinato, pero desestimado por falta de pruebas, no hay una sola persona que haya atestiguado verlo a él haciéndote daño, lo siento, ni siquiera las cámaras lo han puesto a él en una posición de presunción, ya que no llevaba el mismo atuendo— explicó.

Me quedé con la boca seca.

Obvio, tenía razón, pero a mí aquello no me había pasado por arte de magia.

—Yo nunca lo acusé — expliqué. —Yo, solo hacia lo que el resto me decía, lo que todos me contaban, todos lo acusaron y yo también— finalicé enfadada.

—Yo solo estoy diciendo que este chico está viviendo en un va y viene— suspiró finalmente.

—Vamos a buscar testigos visuales, no hay cámaras de seguridad y él no se acuerda de nada porque fue drogado— se paró cogiendo la carpeta que le había pasado a mi madre.

Nahir | Completa |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora