Capítulo 19.

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«No les des explicaciones. No lo hagas» —Lo miré a los ojos.

Gran error por mi parte.

—N-no...—comencé. Mis palabras se esfumaron al ver como Axel llegó a ignorarme.

Se concentró únicamente en la herida de Santos. Alzó el rostro de su amigo, y sin decir nada, apretó con fuerza un trozo de algodón húmedo sobre la herida. El latino se mordisqueó el labio inferior para evitar soltar un gemido de dolor. Alzó la cabeza, dándose cuenta de que Axel no curaría el corte con más delicadeza. Le apartó la mano, cogió el mismo un trozo de vendaje y terminó por curarse sin ayuda de nadie.

En el par de minutos que desapareció, él no parecía el mismo. Evitó mirarme por encima de todo, y cuando mis labios estuvieron a punto de reclamar algo, los sellé; yo no era nadie para él.

Me levanté de la cama, alejándome de esos dos. Santos fue el único en darse cuenta que marchaba para dejarles algo de intimidad. Miré por encima del hombro antes de desaparecer, y al ver que nadie me lo impediría, salí dejando la puerta sin cerrar. Con los pies tapados con unos gruesos calcetines de dormir, fingí caminar como si me alejara de la habitación.

Axel empezó a hablar.

Quedé bien cerca.

— ¿Ha sido él? —Preguntó intranquilo. Seguramente Santos asintió con la cabeza, ya que el gamberro siguió. — ¿Te ha dado un mensaje?

—Axel...

Gruñó, interrumpiendo.

—No me hace falta que vayas a dar la cara por mí, Santos. Soy lo suficiente mayor como para defenderme —estaba muy nervioso. —Es mi problema. Lo resolveré.

—Esto no es nada con lo que te espera a ti —su amigo estaba preocupado. —Acabarás como Cisco. Lo peor de todo es que eres consciente. Quiere que sigas trabajando. Que dobles los turnos por el barrio —golpeó los puños en el colchón. —Pero antes quiere que te disculpes. Intenté decirle que unos imbéciles te jodieron el transporte, pero Dante no me ha escuchado.

Axel alzó un poco más la voz.

—De acuerdo.

— ¿De acuerdo? —Preguntó anonadado. —Te digo que Dante te está esperando, y tú... ¿tú solo lo aceptas? Deberías hablar con ellos.

—No voy a involucrar a nadie —su voz se relajó. Dio unos pasos, y se detuvo en algún lugar en concreto. —Por eso quiero que mantengas tu boca cerrada cuando Zoe esté cerca, ¿lo entiendes?

Sin verlo, imaginé que se negó.

—Algún día alguien tendrá que decirle a esta familia que tú no volverás —se levantó de la cama. —Yo no seré, Axel. Lo siento mucho, hermano, pero en esta ocasión no seré tu cómplice. Pareces feliz aquí... ¿por qué arriesgarlo todo?

Me tensé.

La idea de que Axel estaba planeando marcharse, me molestó. Y lo peor de todo, es que realmente no sabía si se refería a coger sus cosas, o desaparecer para siempre sin dar señales de vida.

—Porque no me queda nada ni nadie que me retenga aquí.

Santos salió de la habitación. Sus dedos estaban aferrados a su camiseta, que ni siquiera tuvo tiempo a cubrir su débil piel. Al darse cuenta que estaba más cerca de lo que imaginaron, se apartó.

Bajo silencio, di los últimos pasos que me dejaron delante de él. Le quité la camiseta de las manos, y con una sonrisa lo ayudé a que se abrigara. En la entrada de casa estaba su enorme furgoneta esperándolo. Acarició mi mejilla, justo donde después dejó un beso.

—Nos vemos pronto, preciosa.

Noté sus músculos tensos.

—Santos, —susurré— ¿estás bien?

Mostró una forzada sonrisa.

—Siempre estoy bien—me guiñó un ojo. —Duerme. Tienes que descansar un poco —dijo antes de bajar las escaleras. Volvió a pegarse a mí y subió mi mano por su fornido pecho, detuvo mis dedos sobre la cruz de madera que le colgaba del cuello. —Que la virgen Cachita te proteja.

Él, al igual que sus familiares, eran muy creyentes.

—Santos, soy atea.

Rió.

—Un poco de fe no te hará daño —parecía más tranquilo. —Créeme, yo hoy he conseguido algo.

Enarqué una ceja.

—Colarte en mi habitación no cuenta.

—Me refería al beso.

Sus pulgares acariciaron mis mejillas, y al verme sonreír, se apartó.

—Cuida de Axel.

Asentí con la cabeza.

Lo vi marchar. Cerró con cuidado la puerta de casa, y siguió avanzando hasta donde estaba su vehículo. Al escuchar el motor arrancar, me dirigí a mi habitación para dormir un par de horas más. Realmente no esperaba que Axel estuviera allí, delante del pequeño mural que tenia de fotos al lado del tocador.

Deslizó sus dedos en todas ellas; salíamos los tres; incluso fotos mías de cuando era pequeña.

Miró por encima del hombro, y sonrió.

De nuevo parecía el chico de siempre (o al menos ése que veían los demás).

—Será mejor que te deje dormir.

Asentí con la cabeza.

Tiré de las sabanas hacia abajo, y cuando intenté meterme en la cama, él me retuvo por el brazo. Mi corazón brincó en ese momento. No quería más discusiones.

—Lo siento.

— ¿Qué sientes Axel?

Necesitaba saberlo, porque a veces no lo entendía.

—Mi actitud contigo. Es solo que...

Acabé por él lo que estaba a punto de decir.

—No quieres acostumbrarte a mí —alcé los hombros. —Y lo entiendo. Más vale odiar, que intentar querer.

Él sacudió la cabeza.

—Tú no lo entiendes.

—Claro que sí —zarandeé el brazo, pero él seguía sujetándome por la muñeca. —Es difícil ganarse tu corazón. Así que ni siquiera puedo intentarlo. Estás enamorado de Jessica; idolatras a mi madre. Yo soy la única que está a años de ganarse una pizca de tu cariño.

—No pongas palabras que jamás diría.

Soltó lentamente mi brazo.

—Buenas noches, Axel —lo invité a salir.

—No tienes ni puta idea de lo que siento por ti —susurró.

Di la vuelta, observando sus acelerados pasos. Cerró la puerta con fuerza, dejándome con la palabra en la boca.

«Conmigo has aprendido a odiar.» —Clavé las uñas en la palma de la mano. —«No vayas....cálmate

Quedé delante de la puerta, con los dedos jugueteando con el pomo. Realmente quería salir de mi habitación y plantarle cara. Pero me detuve allí, pensativa, intentando buscar una razón para quedar delante de él.

Al abrir los ojos, me di cuenta que estaba a unos pasos de él.

—Axel —respiré, antes de seguir hablando. —Repite lo que has dicho, por favor.


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