Capítulo 12.

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Borré la sonrisa del rostro al darme cuenta que Axel seguía junto a la puerta del bar, mirándome con una expresión ligeramente extraña, y vacilante. De alguna forma estaba cansada de que tuviera que protegerme como a una pequeña niña indefensa, cuando yo misma era capaz de defenderme ante cualquier peligro. Lo miré durante unos segundos más, y al no observar ningún movimiento por su parte, giré sobre los talones esquivando esa oscura mirada.

A unos pasos de donde estaba, Santos, el chico que no dejaba de mirar la escenita. El gamberro se esfumó, dejándonos solos.

No dejaba de mirarme.

Era inquietante.

— ¿Sucede algo? —Pregunté.

Santos miró por encima del hombro.

— ¿Las cosas entre Axel y tú van bien? —Menuda pregunta. Tuve que asentir con la cabeza. —Él tardará unos minutos. ¿Te apetece dar una vuelta? No tienes pinta de beber, así que he descartado automáticamente el bar.

Estaba aprendiendo a no juzgar a las personas...pero el chico seguía pareciendo un completo cabrón. Si bien me miraba a mí, también aprovechaba para mirar a cualquier chica que pasara cerca de nosotros; y las faldas cortas que llegaban, eran muy tentadoras para él.

—No, gracias —él no esperaba esa respuesta. —Esperaré aquí.

—Pueden pasar horas.

Nadie dijo que teníamos prisa.

—Está bien —insistí.

Los chicos de hoy en día podían llegar a pensar que todas éramos algos facilonas. Si esperé fuera, era para que Axel se diera cuenta que podía sobrevivir sin él y sus dotes de gamberro. Una mujer podía ser fuerte, sin caballero de por medio.

Santos cogió mis manos, y en un descuido subió las mangas por los brazos. ¿Qué buscaba?

— ¿Sabes que eres el sueño de cualquier tatuador?

— ¿Perdona? —Enarqué una ceja.

—Tu piel. No tienes tatuajes, ¿no?

Negué con la cabeza.

—Así que tú eres el artista que ha cubierto toda la espalda y brazos de Axel.

—El mismo —sacó una tarjeta del bolsillo de sus vaqueros rotos. —Daría cualquier cosa por tocar tu piel.

Mi cuerpo se apartó del suyo, que se había acercado peligrosamente.

—No me gustan, y mucho menos por moda.

—Piénsatelo —insistió. —Solo llámame.

Alcé los hombros y guardé la pequeña tarjeta de presentación (que estaba arrugada y escrita a mano). La puerta del bar se abrió, mostrando a un Axel mucho más serio de lo que entró.

¿Cuántos minutos habían pasado?

¿Cinco?

Sin decir palabra alguna, Axel se dirigió a su moto, sacó de sus hombros la chaqueta que llevaba para tendérmela. Al no cogerla la agitó un par de veces hasta que mis dedos se aferraron a la gruesa tela. Llegué a la moto bajo la atenta mirada de Santos, y cogí el casco que descansaba en el manillar. Recogí mi cabello, y acepté abrigarme con su chaqueta.

Antes de subir, quedé muy cerca de su enrojecido rostro. Puede ver que su ojo derecho estaba empezando a tener un hematoma, y que tenía varios cortes en el puente de la nariz, a parte de la sangre que caía de su labio.

Bienvenido, GamberroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora