Capítulo 20.

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Retrocedí unos pasos cuando la puerta de su habitación se abrió.

« ¿Me has escuchado?» —Lo miré a los ojos.

Axel se rascó la nuca, y bostezó cansado.

— ¿Quieres algo, Zoe?

Sacudí la cabeza.

El valor que reuní, se esfumó.

—N-no.

—Perfecto —dijo dándose cuenta que me perdí en el lateral de su cuerpo, donde un tatuaje de espinas destacaba más que los demás. —Yo ya he dicho todo lo que tenía que decir. Buenas noches.

Añoré un cálido beso sobre mi frente.


*


—No te esperaba aquí —saludé.

Santos se inclinó hacia delante, en busca de mi mejilla. Dejó un beso, y se apartó con una amplia sonrisa. Sus ojos verdes esmeralda llamaron mi atención. Tocó lentamente el vendaje que cubría la herida de su rostro, y cerró los ojos ante el dolor que seguía sintiendo.

—He venido a buscar a Axel, preciosa —dijo, guiñándome un ojo. — ¿Lo has visto?

—Está a punto de salir. La señora Dumphey quiere que cumplamos las dos horas del castigo —golpeé una pequeña piedra que tenía bajo la suela del zapato. —Minuto por minuto.

Un coche pasó cerca de nosotros.

Lo reconocí enseguida.

—Tenemos una cita pendiente.

Reí.

—Tú sí que sabes romper el hielo, Santos.

El latino jugueteó con los mechones de su cabello. Dio un paso hacia delante, dándose cuenta que en poco tiempo su pecho descansaría sobre el mío. Cogió mis manos entre las suyas, y ladeó la cabeza para mirarme mejor. Esa sonrisa traviesa seguía adornando sus carnosos labios.

—Voy a tener que aparecer más veces por tu habitación herido para que me hagas caso —sentí el roce de su nariz. — ¿No crees?

De repente me vino un nombre a la cabeza.

—Cisco —susurré.

Santos soltó mis manos, y retrocedió rápidamente. Huía de ese nombre, o tal vez Axel se ocupó de callarlo. Dio media vuelta, dándome la espalda. Sentí frío al no sentir sus dedos acariciando mis manos. Más bien, se acomodó sobre su furgoneta. Tocó la cruz que había pintada en un lateral del vehículo, y se sobresaltó al verme a un lado.

Crucé los brazos bajo el pecho, y miré de reojo la enorme virgen cubana que tenía pintada.

—No puedes pedírmelo.

Me pilló.

— ¿Es amigo vuestro?

Tragó saliva.

— ¿Es? —Se golpeó la cabeza, procurando no hacerse daño. —Mejor dicho era...

Toqué su hombro, intentando acercarme un poco más a él. Santos dejo caer su peso; flexionó los brazos y volvió a quedar bien lejos de esa llamativa furgoneta azul que siempre lo acompañaba. Al tenerlo delante de mí, toqué su herida y él no se molestó en apartarme, no esa vez.

— ¿Axel dejó de hablar con él? ¿Es ese el motivo por el que calla tus palabras delante de mí? —Era una estupidez, pero pensaba que el "líder" de ese pequeño grupo era el mayor; Santos. —No le diré nada.

Bienvenido, GamberroWhere stories live. Discover now