Capítulo 18

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—No hagas ruido.

Alguien tiró uno de los cuadros que había colgados en el pasillo.

—Tarde —conocía esa voz.

Recogí mi cabello, y me levanté de la cama para ver que estaba pasando en el pasillo. Al abrir, encontré a esos dos que se movían lentamente y con dificultad. Axel me miró por encima de la cabeza de Santos, movió la suya, invitándome a que despareciera de allí.

El imbécil me daba órdenes en mi propia casa.

— ¿Qué pasa? —Pregunté, adormilada.

Santos me miró, de inmediato mis dedos quedaron sobre los labios, evitando soltar un grito.

Estaba sangrando; con un ojo medio cerrado; el labio partido; y su mejilla estaba marcada por un largo corte.

—Hola, preciosa —intentó sonreír, pero el dolor impidió que estirara los labios.

—Entrar a mi habitación —quedé a un lado, dejándoles paso. —Axel, tú estás al lado de las de mis padres. Mejor aquí.

Santos salió en busca de Axel porque sería el único que lo ayudaría a las cuatro de la mañana. Pasaron dando cortos pasos, y buscando llegaron a la cama, lo dejó caer con sumo cuidado de que no soltara un grito de dolor. Parecía que su rostro no era lo único que habían golpeado.

Le ayudé a quitarse la camiseta, bajo la atenta mirada del otro.

— ¿Quién te ha hecho esto?

—Cállate —pidió Axel.

Otro más de sus secretos.

En esa ocasión lo ignoré.

No era el momento para discutir.

—En el despacho de mi padre hay un botiquín —apunté a la puerta. —Tráelo.

—Tráelo tú.

Aparté las manos del pecho de Santos, y miré a Axel.

— ¿Qué? —Pregunté por si no lo había escuchado bien.

—Ya me has escuchado —dijo con tono vacilante.

Si le molestaba que me quedara a solas con su amigo en mi habitación, era mi problema.

—Baja, y trae el maldito botiquín —suspiré. —Luego podrás hacer lo que quieras, Axel.

Salió de la habitación a regañadientes. Hubo un momento en el que pensé que pillaría tortícolis por observarnos por encima del hombro en todo momento. Cerró la puerta, algo que agradecí.

Maldecí en voz baja. Santos se dio cuenta.

Apartó mis manos de alrededor de uno de los hematomas, y sonrío incluso con el espectáculo que había vivido.

—Lo siento —me disculpé.

—En realidad soy yo el intruso —sus enormes ojos verdes quedaron fijos en los míos. Acarició mis dedos. —No tenía a donde ir.

Una carcajada por su parte.

Y era normal. Santos tenía una familia muy numerosa.

— ¿Vas a decirme que te ha pasado?

—Ya has escuchado a Axel —así que Axel mandaba. —Será mejor que te lo cuente él. No quiero problemas, preciosa.

—Al menos dime si el gamberro está involucrado, por favor.

Con una sonrisa traviesa, se acercó hasta mí.

—Dame un beso.

Eché un vistazo a Santos.

— ¿Me estás chantajeando?

Asintió con la cabeza.

—Uno —hizo pucheros.

Mi pulso se aceleró, pero me acerqué, dejé que sus brazos quedaran detrás de mi espalda.

— ¿Si o no? —Susurré contra su boca.

Esbozó una sonrisa.

Me apretó contra su piel desnuda.

—Sí —dijo

Rozó los labios con los míos, al principio con suavidad, pero después aumentó la presión. En un momento me puse rígida, pero él siguió tocando. Me uní al beso, ahogándome en el calor de su abrazo y no me aparté de él.

El ruido de una puerta abrirse me hizo volver a la realidad.

«No.»

El simple hecho de que Axel (o cualquier otra persona) me hubiera visto besando a alguien, llegó a ponerme nerviosa. Las manos me temblaron; sentí que no podía respirar.

Él se acercó.

Lo miré con temor, esperando ver a Axel abalanzándose sobre nosotros.


Bienvenido, GamberroWhere stories live. Discover now