Capítulo 3.

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Miré a los que tenía a mi alrededor; Papá estaba al lado de mi madre, y Axel chocaba su brazo contra el mío. Esa piel cubierta de dibujos tocaba la mía sin ninguna preocupación. En el descuido que mi madre se inclinó hacia a un lado para coger el asado, aparté mi brazo inmediatamente, llamando la atención del chico. Podía sentir como esa oscura mirada se detenía en mi largo cabello.

Había sido capaz de volver. Era valiente, y mucho más desafiante que yo. Estaba claro que no estaba dispuesto a abandonar nuestro hogar, porque nadie antes fue capaz de acogerlo. Salvo mi madre, que seguramente era la única consciente de la edad de él. Diecisiete años. Un año mayor que yo. Aunque en realidad en pocos días lo alcanzaría.

Mis dedos cogieron un trozo de pan, y con la mente ocupada y los ojos perdidos en el mantel que mi abuela nos regaló, empecé a ignorar el tema de conversación de la mesa. La voz de Axel se manifestó, entonces fue cuando lo dejé todo para mirarlo.

Pronto empezaría a odiar su sonrisa.

—Siento mucho lo que pasó —dejó el cubierto sobre el plato. Terminó de devorar el trozo de asado, y miró a mis padres con lastima. —Tiene que ser duro perder a un hijo.

Ellos se miraron.

«Oh, oh»

La verdad saldría a la luz.

— ¿A qué te refieres? —Preguntó mi padre acomodándose en el asiento. Estaba tan sorprendido como mi madre, que no podía comprender el repentino pésame que le estaba dando Axel.

Bajé la cabeza mirándome las manos sobre mis muslos. Los dos me temblaban, y sabía que vendría después. Ellos se enfadarían conmigo, y Axel ganaría puntos de confianza. El poco valor que tenía, no me empujaba a golpearlo para callarlo...únicamente lo miré de reojo. Estaba asustada. Mis labios estaban apretados con la esperanza de que él apretara los suyos.

Pero no.

—La muerte de vuestro hijo Dylan —se hizo un silencio. Los tres me miraron a mí. —Zoe me ha dicho que murió hace cinco años...

— ¡Zoe! —Ese grito me sobresaltó. A él no le gustaba que mintiera, y mucho menos que inventara muertes a mi alrededor cuando no las había. Se levantó de la silla, y apoyó sus fuertes manos sobre la mesa, inclinándose hacia delante. — ¿Quién es Dylan? Estoy hablando contigo.

Lo peor de todo es que existía. No era mi hermano, pero era un pequeño que murió. Aproveché esa pobre muerte para deshacerme de Axel. Y tanto esfuerzo para nada, porque él seguía ahí, a mi lado. Muy cerca, rozando su brazo contra el mío en la más mínima oportunidad. Estaba disfrutando de su primera noche en mi casa.

—Cariño, nosotros no conocemos a ningún —se ahogó al pronunciar el nombre del pequeño. En realidad yo siempre había sido su única hija. Ellos llevaban años deseando tener uno más en la familia.

No quería seguir con esa discusión. Y mucho menos me disculparía con Axel ante la mentira que solté en el cementerio. Sacudí la cabeza olvidando la imagen de Dylan; Esa sonrisa inocente me torturaría durante meses. Utilicé su imagen por... ¿celos?

Arrastré la silla hacia atrás, causando un espantoso ruido. El único que intentó detenerme, fue el que menos quería que me tocara. Hasta sus dedos estaban impregnados de letras que formaban un nombre corto. Axel me miró, y yo le golpeé con la cadera para alejarme de mis padres y sus sonoros gritos.

Podía escuchar desde mi habitación los gritos de mi madre. Quería que bajara, y no tenía el valor suficiente. Lo que hice no merecía el perdón de nadie. Ni siquiera del niño que falleció; Ese angelito que necesitaba descansar en paz.

Enfurecida tiré todo lo que descansaba sobre mi cama. Hasta pataleé el bolso que solía llevar a clase. No podía respirar, y tampoco pensar con claridad. Cogí una foto entre mis dedos, y cuando estuve a punto de romperla, una voz masculina me interrumpió.

—Pensaba que yo era el único con problemas, —estaba cruzado de brazos en el umbral de la puerta— y veo que no. Tu actitud es muy inmadura. Qué pena por tus padres.

Hinché el pecho.

— ¡Son mis padres! Míos...—él me miraba con pena. —Eres malo, Axel. No mereces estar aquí.

—No me puedes juzgar, princesita. Y olvida esa idea de que te quiero quitar a tus padres —dijo adentrándose a mi habitación. Parecía sentirse a gusto en mi casa; Abrió la ventana, y se sentó en el alfeizar para encenderse un cigarrillo. —Tengo a los míos. No son los mejores, pero ellos me dieron la vida.

Dejó escapar una gran cantidad de humo. No apartaba los ojos de la luna llena que había esa noche.

—Pensé que tenías dos años —caí en la cama. —Durante meses imaginé que iba a tener un hermano menor al que cuidar. Y de repente, justo hoy —ninguno miró al otro—apareces tú.

— ¿Te doy miedo? —Apagó el cigarro. Axel tambaleó su cuerpo hacia delante y hacia atrás, parecía que nada le importaba, ni su vida.

No lo temía, lo envidiaba.

Y había motivos; Él tenía una triste historia que contar.

Yo no.

—No —sonreí. —Más bien, si fueras capaz de tocarme, me vengaría de ti, hermanito.

Axel soltó una carcajada.

—Aprendes rápido —cerró la ventana. —No pienso olvidar lo que ha pasado hoy. Ya le puedes decir a mamá que te de trescientos pavos para pagarme.

Mis ojos rápidamente lo buscaron.

— ¿Y qué le digo? ¿Qué el chico de acogida que tiene en casa vende pastillas de colores? —Él miró el suelo y frunció el ceño. No había pensando en eso. —Espero que tú no te metas...

— ¡No! Solo la vendo. Necesito el dinero, y es la forma más rápida para tenerlo —me estaba dando explicaciones.

—Lo que haces no es legal.

—Ya, y el mundo no es justo —se detuvo a medio metro, y sonrió. —Pero aquí estamos. Nuestros caminos se han cruzado, y yo no pienso dar media vuelta. ¿Tú que piensas hacer?

Era una buena pregunta.

Empezaría por dejar de ser una egoísta, y darle un voto de confianza.

El problema era... ¿Y si me equivocaba con él?

Axel antes de salir por la puerta me llamó. Cuando miré esos ojos negros, tardé en darme cuenta que buscaba algo en el bolsillo derecho de su pantalón. Tiró algo en el aire, y no dudé en cogerlo.

Una pequeña pastilla con una cara sonriente estaba en la palma de mi mano.

—Por si te lo quieres pasar bien.

Quería drogarme.

— ¡Yo no...—interrumpió mis gritos.

—Uno; No es gratis —me guiñó el ojo. —Dos; Si te la vas a tomar, mejor que esté yo delante. No me gustaría perderme la diversión.

Y me dejó allí, sin saber que decir o cómo actuar sin parecer una estúpida asustada por sostener la droga que vendía.


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