Capítulo 14.

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Miré mis dedos atrapando ese trozo de tela negra. Él y sus manías de llevar camiseta sin mangas, dejando al descubierto todos los tatuajes de sus brazos. Nos miramos a los ojos por unos segundos, y al notar que su mano descendía, inevitablemente bajé la cabeza para mirarlo. De mi propio pantalón colgaba un par de cordones que no estaban enlazados, así que Axel aprovechó para coger uno.

Si tiraba un par de centímetros, vería mi ropa interior. Antes de que lo hiciera, apreté mi mano en su muñeca, deteniéndolo con una sonrisa en el rostro. Con cuidado de no hacerle daño, cosa que era imposible, giré su brazo para mirar el tatuaje que tanto me llamó la atención. Por primera vez di el paso de retenerlo y tocar su piel. Delineé la enorme mano que llevaba, dándome cuenta que él cerró los ojos de golpe. En el brazo derecho, bajo la cantidad de tinta, había quemaduras de segundo o tercer grado.

Mis hombros cayeron de repente, y agradecí estar apoyada en la pared. Me sentí observada por esos enormes ojos negros, que pedían casi a gritos que tuviera el valor suficiente de susurrar lo que estaba pensando.

Jamsa —dijo. Quería escuchar que significado tenía para él, aparte de lo que significaba en la cultura árabe. —La primera paliza que me dio mi padre, me dejó inconsciente durante tres días. Cuando abrí los ojos en esa blanca habitación de hospital —paró, notando que seguía atreviéndome a tocarlo—estaba aferrado al amuleto. Digamos que de alguna forma, me dio fuerza.

Dijo de alguna forma, porque seguramente Axel no era creyente.

Balbuceé cosas sin sentido.

—No tienes que decir nada, Zoe, todos tenemos un pasado.

A diferencia de la mía, su vida fue un infierno.

Escalofríos me recorrieron la espina dorsal y pusieron la piel de gallina al sentir uno de sus dedos tocando la pequeña cicatriz que tenía.

—Apendicitis —confesé. —A los quince años.

—Pequeña. Fácil de disimular —suspiré, porque sabía que él tenía razón. —Espero que por tu mente no pase la estúpida idea de tatuarte. Con el tiempo podrías arrepentirte.

— ¿Estás arrepentido, Axel?

Pasaban los minutos y ninguno de los dos estaba dispuesto a cortar la conversación.

—Nunca —estiró los labios. Aparté la vista, sonriendo. Observaba cada rasgo de su rostro, desde la mandíbula cincelada, a su pelo negro alborotado. De repente me detuve en las pequeñas heridas que cicatrizaban en el puente de la nariz. —Solo es un golpe.

No quería hablar de ello, lo noté por el tono de su voz.

—Peor para ti —quería romper la incomodidad. —No podrás darle besos de esquimal a Jessica.

— ¿Y quién ha dicho que no?

Arrastró mi mano con la suya, y la dejó descansar sobre mi mejilla. Lentamente se acercó hasta mi rostro, rompiendo el pequeño espacio que nos quedaba. Su nariz herida acarició la mía, bajando por el pequeño puente hasta dar una simple caricia.

No pestañeé, me incliné para devolverle el saludo.

— ¡A desayunar!

Explotamos en una carcajada.

— ¡Dos minutos, papá! —Alcé la voz. Axel se apartó de mi lado, encogiéndose de hombros. —Te acostumbrarás.

Él me miró con una expresión burlona, arqueando una ceja.

Bienvenido, GamberroWhere stories live. Discover now