Capítulo 2.

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De lejos observé como Axel se subía las mangas de la chaqueta que llevaba. Era sorprendente que una persona tan joven hubiera decidido cubrir su piel con tanta tinta. Ni siquiera tenían relación los dibujos, o al menos para mí. Él parecía feliz con todos ellos; Incluso con las letras que decoraban lo que antes era un codo.

Giró en un callejón. Estaba tan perdida en sus tatuajes, que no me di cuenta que habíamos abandonado el barrio donde vivía. Ese lugar era mucho más oscuro, los edificios pegados con otros, y las tiendas estaban cerradas a las siete de la tarde. Todo era muy extraño, tanto como él.

Mis manos se refugiaron en los bolsillos de mis estrechos vaqueros. Bajé la cabeza justo a tiempo. Axel se había detenido cerca de un callejón. Golpeó los nudillos contra un cristal, y esperó a que del otro lado saliera alguien.

Un hombre alto, negro, lo saludó:

—Llegas tarde —acusó. — ¿Traes lo mío?

El otro miró a un lado, y a otro, esperando a estar solo.

—Sí. Pero hay algo que tienes que saber —imaginé que Axel sonrió. Posaba de una forma superior a los demás, algo que era terriblemente malo. —El precio se ha doblado.

El hombre estiró los brazos para cogerlo del cuello de la camisa que asomaba.

— ¿Te estás burlando de mí? Dame la maldita bolsa, y lárgate antes de que te metas en más problemas —lo sacudió, pero Axel siguió quieto, mirándolo a los ojos. — ¿De qué te ríes?

Cada vez me sentía más cerca de ellos.

—Me hace gracia ver que te vas a quedar sin la mercancía. De eso me rio —movió los brazos salvajemente. —El dinero, o me voy.

— ¡No pagaré más por esa mierda!

¿Qué vendían?

Sabía que ese chico estaba rodeado de problemas... ¿pero vendedor de droga? Era demasiado. Una locura sin solución.

Mi aventura había acabado en ese momento. Vi en Axel lo que mi familia no necesitaba. Era tan diferente a nosotros, que no encajaría por muy doloroso que hubiera sido su pasado.

Giré sobre las botas, y la sorpresa fue la siguiente.

Un hombre africano enarcaba una ceja. Estaba cruzado de brazos, impidiéndome el paso. Justo cuando yo marchaba, ellos me retenían.

—Hola —intenté saludar con naturalidad.

— ¿Vas a algún lado? —Sacudí con la cabeza. —Perfecto, porque te vienes conmigo.

Apretó sus fuertes brazos alrededor de los míos, y me alzó del suelo para obligarme a ir con él. Cada vez estábamos más cerca de Axel y del otro hombre. Iba a descubrir que lo seguí porque no me fiaba de él.

Mis piernas patalearon, pero fue inútil.

—Al parecer sí que voy a pagar lo de siempre —el cliente me señaló con el dedo.

Me asusté al ver la mirada de Axel. No le hizo ni pizca de gracia verme allí.

—No la conozco —dijo gruñendo.

—Claro que sí —quien me sostenía me tiró contra él. —Ahora danos nuestra mierda, y vete.

Estábamos en un lío.

—Vaya, princesita —susurró—, te acabas de meter en el cuento equivocado.

Alcé la cabeza.

— ¿Éste está lleno de ogros y de locos que venden drogas?

Eso le molestó.

Axel apartó durante unos segundos sus ojos de los míos.

—Aquí o sobrevives o te matan —ante esa confesión tragué saliva. —Y yo no tengo tiempo para protegerte. Así que tú decides.

La mejor opción era correr.

Pero también era egoísta dejarlo a él solo en ese problema que yo misma causé ( o al menos una parte).

Cuando mis piernas parecían que iban a empezar a moverse, me quedé paralizada cuando Axel golpeó a uno de los hombres y le tiró algo que guardaba.

Su mano se aferró alrededor de mi muñeca, y me obligó a correr junto a él sin ni siquiera mirar atrás.

Huíamos de los dos hombres que prefirieron quedarse recogiendo diminutas pastillas que salieron de una pequeña bolsa.

Y de repente conocí el barrio donde nos encontrábamos.

— ¡El cementerio! —Intenté detenerlo.

Seguíamos corriendo sin aliento.

— ¡Suéltame!

Grité golpeándolo en el brazo.

Por suerte frenó. Soltó mi brazo para mirar por encima del hombro. Justo detrás de nosotros estaban las puertas del cementerio.

—Quiero enseñarte algo —él seguía en silencio. —Solo serán unos minutos.

De fondo escuché sus pasos. Lentos, pero me seguían sin dudar.

Cerca del enorme ángel que había centrado en el cementerio, se encontraba una tumba de un niño pequeño. Limpié el polvo que ocultaba el nombre, y me crucé de brazos para mirar su fotografía.

— ¿Quién es Dylan?

Por fin habló.

—A quien sustituyes. Mi hermano pequeño.

—Lo siento...

—En realidad quiero que sepas que tú nunca serás él —arreglé mi cabello. —No quiero que mi madre vuelva a sufrir, y que mi padre no sea capaz de volver a trabajar por un ataque de ansiedad. Eres problemático, Axel. Un maldito camello que intenta reemplazar la muerte de mi hermano. Y no voy a permitirlo.

Pasé por su lado sin mirarlo a los ojos.

Su respiración se disparó. Era dura.

—Vive y deja vivir —le di como consejo. —Estoy segura que encontrarás otro hogar mucho mejor.

— ¿Me echas de tu castillo?

Sacudí la cabeza.

—Solo te abro los ojos de la realidad que intentas vivir. Tú también te has equivocado de cuento.

Y allí lo dejé, mirando la tumba de Dylan.

La casa estaba cálida como de costumbre. Papá empezó a llenar los vasos con algo de bebida. Miré a mi madre, que apagó el televisor al verme llegar.

— ¿Y Axel? Pensé que habíais salido juntos.

Me tiré en el sofá.

—C-creo que no vendrá —solté.

Ella se acercó hasta mí.

— ¿Qué quieres decir con que no vendrá?

Era más duro de lo que pensé.

La puerta de la entrada se volvió a abrir, y no manifesté la misma ilusión que mi madre. Axel sonrió dulcemente, y se tiró al otro lado del sofá.

—Ya he llegado —dijo mirándome.

—Perfecto. Dos minutos, y serviremos la cena.

Nos dejó a solas.

— ¿Qué haces aquí? —No podía creerlo.

—Me has jodido la venta de esta tarde —esos ojos oscuros no podían intimidarme. —Y en verdad —su sonrisa apareció de nuevo—, este cuento me gusta demasiado, hermanita.


Bienvenido, GamberroWhere stories live. Discover now