Capítulo 5.

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Estaba cansada de caminar sin conocer el destino. Él no era consciente, pero saltarse más de tres clases era malo. A mí por una parte no me importaba, pero mis padres no lo pasarían por alto una vez más; Por algo pagaban un instituto privado, para que estudiara y sacara las mejores notas e ir a la mejor universidad.

Alcé la cabeza, concentrándome en la espalda de Axel. Estaba a un par de metros por delante, levantando los brazos y marcando unos fuertes brazos. Cada vez que miraba esa tinta en forma de dibujos, me preguntaba porque alguien tan joven ocultaría su piel.

Me miró por encima del hombro, sonriente. Imaginé que mis mejillas estaban acaloradas, sonrojadas por el calor que estaba haciendo. Una hora caminando no era bueno, y menos por el camino que habíamos cogido.

Las casas desaparecieron, dando paso a altos edificios que la mayoría estaban abandonados. Niños pequeños jugaban en la calle en horario escolar. La oscuridad de los callejones no te invitaban a asomar la cabeza, pero se escuchaban murmullos.

De repente Axel se detuvo, y refugió las manos a cada bolsillo del pantalón. Evitó mirarme, pero señaló con la cabeza en un lugar en concreto.

Unas diez mujeres esperaban de pie cerca de una esquina. Vestían llamativamente, con faldas muy cortas. El maquillaje era excesivo.

—Jared dijo que mi madre era una puta. Quiero que sepas que la mujer que me dio la vida no está ahí —en el fondo (y odiaba haberme equivocado) tenía razones para estar tan furioso. —Aunque no me molestaría —agrandé los ojos ante eso. —Esas mujeres hacen la calle para darles de comer a sus hijos. Cada día sufren las brutalidades de hombres que no las respetan. Se humillan para ver como cualquiera de sus familiares sobreviven con algo de comida y con poco dinero.

El corazón se me aceleró.

No tenía palabras.

—Mira cerca del callejón —así hice. —Con diez años presencié como el hombre que estaba con mi madre la golpeaba con un cinturón. Yo era demasiado pequeño para defenderla, así que lo único que hice fue refugiarme detrás del contenedor de basura.

—Axel...

—Dos meses después, ella salió del hospital. Seguía siendo un niño, pero aprendí a cocinar para que mi madre —tomó aire—comiera después de un puto chute de cocaína. Con el tiempo siguió teniendo novios. Cada noche me metía debajo de la cama para no escuchar sus gritos de dolor. Odiaba saber que esos hombres la maltrataban, la golpeaban porque ella no podía traer dinero a casa—quería tocarle, pero no podía. —Cerca de ese bar que hay ahí en la esquina, recibí mi primer puñetazo. En una de las peleas de pareja, golpeé al hombre. A los doce años me dije a mí mismo que nadie tocaría a mi madre. Pero salió mal —tocó su cabello—. Ese hijo de puta golpeó mi cabeza contra el bordillo de la acera, dejándome esta cicatriz de por vida.

—Oh dios mío.

— ¿Y ella que hizo? Te estarás preguntando —asentí con la cabeza. —Dejó las drogas durante dos meses. Hasta se olvidó de buscar un nuevo novio —Axel estaba temblando. —Y cuando las grapas desaparecieron de mi cabeza, todo volvió a la normalidad. La rutina de siempre.

Me estaba quedando sin aliento.

—Empecé a ir al instituto, como cualquier otro niño con trece años. Por suerte una mujer pagaba mis estudios sin pedir nada a cambio. Siempre soñé con ser médico. Ganar mucho dinero y sacar a mi madre de la pobreza —negó con la cabeza—, solo fue un sueño. Mi realidad era despertarme cada mañana; Quitar la jeringuilla que tenía mi madre hundida en el brazo, y llevarla inmediatamente al hospital —su vida había sido tan dolorosa. —Nunca he tenido un árbol en navidad. O una tarta en mi cumpleaños. Aprendí a robar para comprarme mi propia ropa. Vender MDMA para pagar las clínicas de intoxicación donde mi madre acudía. He estado en más de diez casas de acogidas, y en todas ellas me han echado por no confiar en mí.

Y yo estaba haciendo lo mismo.

—Los tatuajes o piercings no hacen mala a una persona. Nos etiquetan sin llegar a conocernos —se cruzó de brazos. —Tú has hecho lo mismo, princesita. En tu mundo solo tiene que haber perfección, cuando lo ¡perfecto es una puta mierda!

Las mujeres que estaban trabajando nos miraron.

—Axel...lo siento mucho.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

Sus manos descansaron sobre mis hombros. Y de repente, lo que menos esperaba, me zarandeó para despertar del mundo que crearon mis padres para mí.

—Una princesa no es esa que se levanta y tiene todo resuelto. Una verdadera princesa se levanta de su cama y lucha ella misma sin ayuda de los demás —ahora era él quien me despreciaba. —Odio a la gente como Jared y como tú. Creéis que lo podéis tener todo. Que el mundo es vuestro y los demás son escoria.

—E-eso no es cierto.

— ¡Sí! Zoe, lo es —temblé. —Deja de llorar como una cría asustada. Tú nunca vivirás como ellos —señaló a un grupo de niños asomados en una destrozada ventana. —Me das mucha pena. Nunca serás feliz con ese imbécil. Ni el dinero te dará amor. Te espera un futuro terrible, y todo porque eres una niña caprichosa —no podía detener las lágrimas delante de él. —No me importa que le digas a tus padres donde te he llevado. Más bien, me pueden echar esta noche. Encontraré un lugar para dormir.

Me soltó, pero el dolor de sus dedos quedó en mis hombros. Marchaba sin mí, sin mirar atrás. Se alejaba, dejándome sola y sin importarle lo que me podía pasar.

— ¡Axel! —Grité. —Por favor, no te vayas.

Caí de rodillas, temblando. El frío se caló en mis huesos, y todos me miraban por mi forma de llorar.

Ellos lo pasaban peor que yo, y no derramaban lágrimas. Al contrario, intentaban ser felices por encima de todo, incluso si todo iba mal.

Sobrevivir. Esa era la palabra.

Alguien tocó mi espalda, y alcé la cabeza para encontrarme con la mirada de una señora mayor. Lentamente me levanté del suelo, y froté mis brazos con las manos. Esa mujer cogió un pañuelo de su bolso y me lo tendió.

— ¿Te has perdido, pequeña?

Asentí con la cabeza.

Limpié mis lágrimas, y de repente me di cuenta que la mujer rebuscó algo en el carrito de la compra. Dejó un pequeño caramelo en la palma de mi mano, y un par de monedas.

—No puedo aceptarlo —negué rápidamente.

—Coge el autobús, y vuelve a casa—no dejaba de mostrar sus diente con una sonrisa. —Corre, se hace tarde.

—Pero n-no...

—Nada de peros —un niño se acercó hasta nosotros. Se aferró a las piernas de la mujer, y tarareó una canción de cuna. —Espero verte otro día.

—Muchísimas gracias —en cualquier otra ocasión no me hubiera abalanzado sobre ella, pero la abracé. —Le devolveré el dinero, se lo prometo.

Salí corriendo hasta la parada de autobús.




Un par de horas después, llegué a casa. No había nadie. Mis padres seguían trabajando, y Axel seguramente marchó a otro lugar. Subí lentamente las escaleras, y cuando llegué a mi habitación, me dejé caer en la cama.

Sobre la almohada había una fotografía, de un niño pequeño llorando. Sus mejillas estaban marcadas por golpes, y tenía la nariz ensangrentada. Solo tenía cinco años, y ese dolor que él sentía, nunca en mi vida lo había experimentado.

Giré la foto, y leí el mensaje de atrás.

"NO MERECES EL CARIÑO DE NADIE, PRINCESITA."

Me había ganado el odio de Axel... ¿pero de esa forma?

Seguí llorando.


Bienvenido, GamberroWhere stories live. Discover now