Capítulo 15.

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No sé cuánto tiempo permanecimos sentados bajo la lluvia, apoyados en la vieja persiana y con el cuerpo de Axel acomodado en el mío. Agradecí que el teléfono siguiera funcionando, ya que fue nuestra salvación. Llamé a mi padre, pidiéndole ayuda, olvidándome por completo que él estaba en la clínica.

De vez en cuando limpié las lágrimas de su cara, paseando mis temblorosos dedos por su piel. Él seguía temblando, susurrando palabras que para mí no tenían sentido, y mucho menos el nombre que lo dejaba sin aliento. Las palmas de mis manos presionaron en sus oídos, esperando de alguna forma aislar el sonido de los truenos.

A unos metros del kiosco, un Lexus rojo paró delante de nosotros. El claro cabello de papá parecía algo más oscuro por la humedad de la lluvia. Abandonó el vehículo sin ningún paraguas, y aceleró los pasos con la mirada fija en nosotros. No nos saludamos; lo miré a los ojos al igual que él a mí, señalé a Axel con la cabeza, y él mismo estiró el brazo para recogerlo del suelo y llevarlo a un sitio más seguro. A nuestro hogar.

Me sentí algo débil al no poder arrastrar junto a mí el alto cuerpo de Axel, y llevarlo yo misma hasta casa. Seguí sus pasos, observando con detalle como tropezaba con los zapatos que le regaló Sarah en señal de bienvenida a nuestra familia. Inclinó la cabeza hacia delante, y se dejó caer en los asientos traseros. Crucé los brazos bajo mi pecho al caminar por detrás del coche, esperando encontrar la puerta de delante abierta.

— ¿Qué le pasa, papá? —Pregunté, poniéndome el cinturón de seguridad. Los ojos claros de él, miraron a través del retrovisor, asegurándose de que Axel estuviera mejor; la sorpresa fue al encontrarlo encogido, con las piernas pegadas en el pecho, y sus manos evitando escuchar los espantosos sonidos del exterior. —Es la segunda que lo veo así. No lo está pasando bien. ¡Está sufriendo! Deberíamos ir a un hospital, o algo por el estilo.

Debí de haberme aguantado el grito que di.

Pero él no se lo tomó a mal.

Giró el volante cuando la señal de tráfico parpadeó en verde, y nos dirigimos dirección a casa, donde mamá nos esperaría preocupada. Su silencio, el mismo que estaba siendo algo incómodo, aguantó unos minutos más. Quería escuchar su voz, y de esa forma el entrecortado llanto del gamberro no me dolería de la forma en la que me estaba afectando. No podía dejar de mirar por encima del hombro, con la esperanza de verlo mejor con esa estúpida sonrisa que se llegaba a extrañar. Su alborotado cabello corto, se coló entre sus dedos, mientras que seguía moviéndose nervioso.

Vi la urbanización donde vivíamos.

Era más que claro que el adulto terminaría por seguir callado, y pensando mentalmente que le medicaría a Axel para que se quedara dormido. Paró el coche en un enorme charco que cubriría nuestras vestimentas, y se inclinó hacia delante, con sus codos en sus muslos y entrelazando sus dedos. Era obvio por su expresión que lo que estaba a punto de decirme era difícil de decir en voz alta para él.

—Sufre de trastorno por estrés postraumático. No podemos hacer nada.

— ¿Qué? Hay algo llamado —bajé el tono de voz—psicólogo. Un profesional podría ayudarle.

— ¿Y piensas que él iría? — ¿Por qué la gente estaba obsesionada que los psicólogos solo eran para los locos? Cuando realmente era falso. —No queremos atosigar, Zoe. Seguimos siendo completos desconocidos para él. Es capaz de no aceptar nuestra ayuda, y salir huyendo en cualquier momento.

Pero tampoco nos podíamos quedar sin hacer nada. Mirándolo mientras que él luchaba por respirar, estaba mal.

Golpearon el cristal del coche, finalizando nuestra conversación. Mamá esperó fuera, con una triste mirada aferrada a un enorme paraguas azulado. Quedé cerca de ella, sintiendo su brazo por encima de mis hombros y su mano acariciándome el brazo para darme calor con el helado día que llevábamos encima. Sacó sin ningún problema a Axel, y nos dirigimos a casa.

Bienvenido, GamberroWhere stories live. Discover now