T R E I N T A Y S I E T E

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Capítulo 37

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Capítulo 37. — Transtorno de identidad disociativo.

El canto de los pájaros en la copa de los árboles me envuelven en una serenata matutina. El olor a césped recién podado y rosas me embriaga en una dulce sensación cálida. Me aproximo a la lápida blanca donde yace marcado en letras doradas el nombre de mi hermano y la leyenda:

En honor a Bryden Stewart, el soldado que con honor y valentía defendió y sirvió a nuestra nación.

Me pongo de cuclillas y dejo caer el ramo de helechos y gerberas con cuidado de no maltratarlas.

Nunca tuvo afición por las flores, por lo que me atreví a traer las más sencillas.

El ruido de una notificación reciente me hace salir de mi ensimismamiento, al sacar el celular veo que es de un correo electrónico. Habían ofrecido un homenaje en nombre de Melanie por parte del instituto.

Ayer, luego de lo acontecido en casa de Melanie, John me dejó en casa. Afortunadamente no preguntó más nada, y tampoco tuvo intenciones de quedarse acompañarme en mi soledad.  Y en la mañana, ni bien salido el sol, en redes sociales se leía la primicia sobre el suicidio de la joven de veintidós años y su familia armando tremendo alboroto en las instalaciones de la policía del estado. Buscaban justicia, sin embargo no había una por la cual luchar. Melanie se había suicidado, y su familia estaba incrédula. Juraban que nunca había tenido instintos suicidas. Sin embargo yo creo que todos terminamos obteniendo lo que merecemos y Melanie merecía irse a la mierda.

Pero basta de gastar pensamientos en ella.

Miro una vez más la lápida y con una caricia me despido y me pongo de pie. Comenzaba a ventear aire frío y a pesar de los débiles rayos del sol, atinaba que hoy probablemente lloviera.

La risa aguda infantil hace eco en todo el recinto funerario y pronto, se hace más cercano. Una mujer pasaba con sus dos hijos y una carreola. El par de melenas rubias corrían despavoridos por alrededor de la mujer, sin tener la noción del lugar en donde se encontraban correteando. Cuando la mujer se da cuenta de mi atención sobre sus hijos, me regala una mirada avergonzada y solo atina a encogerse de hombros.

«La inocencia de los niños». Puedo atinar su pensamiento.

Cuándo doy la media vuelta me encuentro de frente con un torso firme. Doy un traspié ante la sorpresiva cercanía de Xander y afortunadamente, alcanza a sostenerme por el brazo.

— Maldita sea, Xander.

— Te veías tan ensimismada que no quise interrumpir —se disculpa—. No esperaba verte por acá.

B R O K E NOnde histórias criam vida. Descubra agora