T R E I N T A Y S É I S

224 20 2
                                    

Capítulo 36.— Justicia divina.

En algún momento de mi historia, amé, reí y volví a vivir mi adolescencia. La experiencia en Giamatti había tenido sus buenos momentos, como malos.

El nombre de «Sarah» estaba colgado en una pizarra por fuera de la puerta gruesa de madera. Que dolor de cabeza compartir habitación con una desconocida.

Sin embargo estaba dispuesta a meterme en mis propios asuntos y olvidarme de la freak esa.

— Es muy tarde para andar vagando por los pasillos de Giamatti sola, Ianthe.

— No es tu problema.

— Si una de las monjas se entera... —

— Si una de las monjas se entera probablemente corra con la suerte de que me asignen otra habitación, y quizá con una compañera que se encargue de sus propios asuntos —le zanjo por completo.

La habitación se inunda en un silencio que me resulta apacible.

La rubia platinada decide darse por vencido y salir en un paseo nocturno. Finalmente me lleno de paz y me convenzo de dormir pronto. No me es difícil caer en brazos de morfeo, pues a los minutos termino hundiendome en un sueño profundo.

Un cosquilleo recorre mi piel, desde la planta de mis pies hasta la cabeza, para posteriormente concentrarse en mi entre pierna. Una textura suave y ligera acariciaba mi abdomen, quise moverme, quise abrir los ojos pero me era imposible. Algo maniataba mis brazos y piernas, y una tela oscura inhabilitaba mi vista.

— Shhh —un dedo caliente y delgado presiona mis labios en un intento por calmarme. Aquél susurro delicado y ligero no podía ser de nadie más, que el de una mujer.

— ¿Sarah? —inquiero con duda, pero internamente con la certeza de que no podía ser nadie más que ella.

No hay respuesta a cambio, sólo una respiración agitada.

Aire caliente recorre por mi cuello, hasta mi oído, donde entonces la escucho, entre jadeos preguntar:
— ¿Lo disfrutas?

Entonces abro los ojos.

Todo a mi alrededor es oscuro.

Con la luz de mi celular me apoyo para observar que seguía en mi cama, y frente a mí, en la cama vecina, descansaba el cuerpo de Sarah.

Esa fue la primera vez que soñé con ella.

Y mi calvario apenas comenzaría.

Tres toques a la puerta me hacen volver a la realidad.

¿Quién demonios era y qué quería?

Con cautela —y con un cuchillo por detrás de la espalda—, me dirijo a la puerta y veo a través de la mirilla. Relajo el agarre y abro la puerta. El azabache mira inquisitivo mi mano derecha, que es dónde sostenía el cuchillo y finalmente se abre paso por el living de la casa.

— ¿Esperabas a alguien? —inquiere mientras se deshace de su chaqueta.

— ¿Qué haces aquí? —cierro la puerta por detrás y camino hacia el sillón, John imita mis pasos y termina tomando asiento a un lado de mí.

— Fui a tu casa, Healy me dijo que no habías llegado y supuse que estarías aquí. Considera mantener informada a esa mujer que casi la matas de un susto.

— No le debo explicaciones a nadie —espeto—. No es mi madre.

— Pero te quiere como una —puntualiza—. ¿A qué viniste aquí? No necesitas estar sola.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora