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Abrir los ojos resulta ser todo un reto puesto que la luz de la habitación cala mis ojos.
Parpadeo acostumbrándome de a poco a la iluminación de la habitación.
A mi lado, el tacto caliente sobre mi piel me hace volver a la realidad. Su mano acariciaba mi brazo en un gesto confortante.
— Ianthe —balbucea y en sus ojos brilla la ilusión. Su rostro me sonaba conocido, pero no lograba conectarlo bien.
— ¿Quién eres? —mi voz sale más ronca y brusca de lo que esperaba. El rubio frente a mí se ve ofendido ante mi pregunta. Guarda silencio durante un largo rato y cuándo se decide hablar simplemente niega con la cabeza restándole importancia.
— Olvidalo —lo veo dar media y desaparecer por la puerta.
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El olor de la comida provoca rogocijo en mi estómago. La enfermera extiende un carro metálico donde deposita la bandeja de comida frente a mí. Calabazas con brócoli y pollo a la plancha acompañado de una gelatina de limón y agua natural. Lo suficiente para aplacar el hambre.
Cuando sostengo el tenedor la venda alrededor del dedo medio llama mi atención.
No era posible no haberme dado cuenta antes.
La venda es un obstáculo para mí. Sostener el tenedor se vuelve inútil. Decido retirarla, y cuando la tela descubre mi piel el estómago se me revuelve. El hambre se esfuma y en cambio, el coraje aparece.
Me habían cercenado un trozo del dedo.
El muñón lucía horrible, tal como un pedazo de salchicha con costuras marcadas. No puedo evitar mirarlo con horror y asco.
Y de pronto me siento hiperventilar, mi respiración se acelera y el aparato del cardiograma comienza a sonar cuando me desconecto el mismo.
Quiero ponerme de pie, sin embargo cuando mis plantas tocan el suelo no logro encontrar la fuerza y el equilibrio suficiente para sostenerme y termino cayendo de bruces contra el suelo. El carro metálico se corre y en algún momento cae produciendo un sonido estruendoso. Los platos se rompen, y la comida se riega por doquier.
