D I E C I S É I S

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16.— ¿Dónde estás?

La jodida alarma me hace levantarme de un sobresalto.

Me froto los ojos y tomo mi celular. Son las siete de la mañana y lo que importa: es viernes.

Camino hacia el baño, abro ambos grifos de la regadera y espero que el agua se temple tal como me gusta.

— ¿Collin? —la voz soñolienta de Natash a mis espaldas me confirma que nunca abandonó mi departamento por la noche, como había esperado que hiciera.

— ¿Qué haces aquí? —la observo de reojo, iba desnuda con el cabello alborotado y los ojos un poco hinchados.

— Creí que nosotros...  

— Nosotros tuvimos sexo y fue todo. Vete —respondo tajante. 


Cuando termino de ajustarme las cintas de las botas negras salgo a la cocina. En el trayecto me tropiezo con la bola de pelos blanca.  Tomo un paquete de galletas para el camino  a la universidad y me hago la nota mental de volver pronto para alimentar a Lobo. De momento me limito a darle los restos de una hamburguesa del día de ayer. 

Agarro mi mochila y las llaves de la camioneta y salgo del departamento. Si llegaba tarde, el hijoputa de Theodore era capaz de dejarme afuera.

Aparco la camioneta en el primer lugar vacío que encuentro y bajo de la misma con pasos largos y apresurados. En el trayecto me encuentro con varias miradas curiosas sobre mí, seguramente habían presenciado lo de ayer en el auditorio. Cuando llego al aula noto la ausencia de Theo y  una sensación de alivio me embarga.  Natash me mira con recelo cuando paso junto a ella pero no dice nada solo se limita a ignorarme.

— Collin Allen, ¿tiene unos minutos? —inquiere una voz masculina, sacándome de mis pensamientos. Al levantar la mirada me encuentro a un hombre que rondaba entre los treinta y más; con una placa policial colgando de su cuello. Era el mismo hombre con el que había visto a Ianthe marcharse—. De acuerdo: todos a su casa —ordena, autoritario. 

Natash me echa una última mirada cargada de preocupación antes de verla desaparecer por la puerta de entrada. Cuando el aula queda solo para nosotros; el detective camina hacia la puerta y antes de echar una mirada por el corredor, la cierra por detrás.

— ¿En qué puedo ayudarle, detective? —cuestiono mientras estiro las piernas por debajo de mi pupitre, en una posición que me otorgara completa comodidad. El hombre del que desconozco su nombre se acerca lo suficiente como para escudriñar mi rostro.

— Serán solo unas preguntas..., para corroborar el testimonio de su compañera —explica, y yo me limito a asentir en respuesta—. ¿Usted conocía a Xavier Grimes?

— No lo suficiente. Nunca coincidimos, a excepción del día en que lo balearon. Yo acompañé a Ianthe a llevarlo al hospital. 

— Bien, ¿sabía usted de la relación que llevaba Xavier con su hermana? Si era buena, o mala.

— No, a decir verdad nunca pregunté —el detective asiente.

— El día de antier, ¿usted acompañó a la señorita Grimes a su hogar? —la pregunta me toma por sorpresa pero mantengo la expresión neutra en mi rostro. Cualquier indicio de nerviosismo sería prueba suficiente para refutar la credibilidad de mis respuestas.

— No, ella se fue por paso propio. Luego fui por ella a su casa ese mismo rato, y finalmente la llevé a mi departamento supongo que el resto de lo que sucedió tiene usted la idea.

— Por supuesto —carraspea su voz—. Es todo, llámeme si sabe de algo importante —del bolsillo de su pantalón saca una tarjeta de presentación con su contacto impreso en ella, la tomo y la guardo en mi mochila. El detective sin más da media vuelta y sale del aula. Me pongo de pie y con la mochila colgada al hombro me dirijo hacia el estacionamiento.

Al llegar al departamento, Lobo me recibe alegre. 

Por supuesto, en la bolsa que colgaba de mi mano cargaba una lata de trocitos de carne de res y una bolsa de croquetas. Tiro mi mochila en uno de los sillones y me dirijo hacia la cocina donde busco un plato hondo para depositar la comida del perro. Una vez listo dejo el plato en el suelo y me dirijo a mi habitación donde me dejo caer sobre la cama a descansar.  

El colchón vibra constante provocando así hacerme abrir los ojos, busco con la mano el aparato causante de las vibraciones y doy con mi celular. Alcanzo a leer en el identificador el nombre de Eliana antes de que la llamada finalice. 

Maldita sea ¿no le había quedado claro con lo de ayer? 

Miro la hora, las tres y treinta de la tarde. Lobo dormía plácidamente sobre el colchón a pesar del celular. Era claro que el sueño no me volvería, así que me decido por buscar entre mi registro de contactos el nombre de Ianthe Grimes. Tenía que llamarla por Lobo. Aprieto el contacto y enseguida se enlaza la llamada, espero unos minutos a que responda pero eso no sucede. La llamada va directo al buzón; y así sucede con las próximas tres que hago. 

¿Me estaba evadiendo?

¿Había visto lo de Natash?

Por supuesto que lo había visto. Ella estaba ahí antes de que la pelirroja apareciera en mi campo de visión y se abalanzara sobre mí: un impulso idiota pero que bien sació mis necesidades y la rabia contenida.

Theodore nos advirtió alguna vez que saciar la furia mediante el sexo era un camino peligroso a lo impulsivo y lo violento..., sin embargo era un placer que valía la pena darse. 

Ver a Eliana enredándose en los labios de alguien más y haberla escuchado gemir otro nombre que no era mío me había sacado de mis casillas. Esa hija de puta me había engañado, y algo me decía que no era la primera vez que lo hacía.

Desbloqueo una vez más el celular y hago un último intento por localizarla pero antes de que pueda siquiera presionar el contacto otra llamada entra: es un número sin registro.

— Diga —atiendo finalmente. Mi voz sale ronca.

— Es Aiden —responde al otro lado la voz masculina que pude reconocer al instante—. Tenemos a Ianthe, te enviaré la dirección por mensaje. Tienes que venir enseguida —Aiden corta la llamada y yo me apresuro a levantar mi cuerpo del colchón. 

B R O K E NWo Geschichten leben. Entdecke jetzt