CAPÍTULO 3

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De vuelta a la realidad actual, nuestro amigo Lucas se encontraba en problemas mucho más latentes que el carisma inofensivo de Iván

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De vuelta a la realidad actual, nuestro amigo Lucas se encontraba en problemas mucho más latentes que el carisma inofensivo de Iván. Las piernas, que en un principio habían sido de gelatina con el encargo final que le dejaron, se le transformaron en unas más atléticas al accionarse con la sacudida que le dio a Aarón para echarse a correr.

―¿Quién es ese? ―preguntó a Lucas con el timbre de alarma activado. No obstante, al hacerlo exhaló bocanadas de aire presurosas que le transmitieron a Gil la sensación de angustia que tanto temía.

―¡Un loco que no tiene nada mejor que hacer! ―respondió este exaltado mientras mantenía sujeto a su hermanito. Gozando de adrenalina, dobló hacia la derecha y acrecentó la turbulencia de la velocidad a la que iban.

«¡No, por favor, no! ―se recriminó sin mesura con cada metro que se alejaban del proveedor, quien era nada más y nada menos quien los perseguía―. ¡Por qué carajos nos sigue!». Esquivaban los obstáculos presentes, con todo y esfuerzo de no dilatar tanto su tiempo de reacción.

Aquello era muy digno de admirar (sobre todo para él mismo), ya que no entendía cómo podía ser capaz de tener tanto equilibrio: con un kilo de mandarinas de un lado y cuarenta y cinco de su hermano del otro. Aarón tampoco supo de dónde había surgido tanta habilidad en Lucas.

Al momento, el contexto de la situación había dejado de ser importante para el niño de diez años, pues se vio obligado a mantener el paso fugaz de su hermano que lo arrastraba como trapo por calles estrechas. Estaban amontonadas, con una circulación vial pésima y con pasillos irregulares por donde apenas se podía respirar.

―¡No inventes, Lucas! ¡¿Qué le hiciste a ese señor?! ―replicó, haciendo énfasis en el ímpetu con el que los perseguían. Tomó una gran succión de aire, profunda y desesperada como si fuera desfalleciendo en las últimas fuerzas de un naufragio.

―¡Cállate! ―arremetió Lucas con un semblante de preocupación y echándole un ojo a su hermanito, quien se iba anclando al asfalto con mayor facilidad―. No hables, por favor. Te voy a sacar, pero..., por favor... ¡no te me mueras aquí!

A sus espaldas dejaban una hilera de gente que los seguía con los ojos casi volteándoseles por detrás de la cabeza. Aquello fue inevitable gracias al proveedor de La Refrutería que insistía con reclamos rígidos y pesados, como si de algunas joyas valiosas se hubiese tratado todo el embrollo.

―Lucas, ya no puedo... ―se expresó Aarón, y ambos palidecieron, uno por la falta de oxígeno y el otro por enterarse de ello.

Llegaron al final de la cuadra, sobre una glorieta en donde el pasar de los autos era irregular e impredecible. Varios carros de ruta seguían un camino en dirección a sus rampas como una caravana, mientras que del otro lado circundaban unos cuantos coches entre mezclados con hileras de estorbosos camiones. Lucas, quien ahora manejaba a su hermano, frenó tan en seco que casi provocaba que este se le fuera de boca por el latigazo. Lo sostuvo con fuerza y reflexionó de inmediato en un instante donde el tiempo dejó de existir.

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