CAPÍTULO 22

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Habiendo subido al interior de un lugar seguro, el taxi avanzó a lo largo de las mismas carreteras por las que habían transcurrido en un principio

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Habiendo subido al interior de un lugar seguro, el taxi avanzó a lo largo de las mismas carreteras por las que habían transcurrido en un principio. Del umbral de la noche ya no quedaba rastro y un sol incandescente destellaba con gran potencia sobre un cielo despejado. El carro iba en su totalidad abarrotado, con cuatro personas extras a como ocurrió en un principio. La mayoría venía soportando el peso de uno sobre otro en la parte trasera, pero Lucas plácidamente disfrutaba de aguantar la ya reconocida masa de su hermano sobre las piernas. Le había dado de beber de un litro de electrolitos, con lo cual, tras ver que este se empinara gran parte de la botella, se dejó consentir por la ventisca que atravesaba la ventana de su puerta. Con lo cual, dormitó en el transcurso de varios minutos. Tiempo más que suficiente para sentir que reposaba durante horas, arrullado por el ronroneo del motor y mecido por la velocidad del transporte. Alan y Daniel emularon su acción para conciliar un instante el descanso, mientras que, por otro lado, Alexandra e Iker iban en cada extremo del auto mirando por la ventana, sin indicio alguno de querer cerrar los ojos.

Todo fue explicado y concordado en la playa mientras aguardaban la llegada de su vehículo. Quizás, en alguna otra ocasión, Lucas hubiese estado indeciso para llevar a cabo el plan expuesto ante todos, pero los últimos días por los que había pasado convinieron en una cosa específica, y solo una cosa: Lucas se sentía diferente. Seguía sintiendo miedo cada vez que se miraba frente a una situación de riesgo, cada vez que recordaba el sonido de un balazo rozándole las orejas, o cada que se le anunciaba una cosa nueva y misteriosa por hacer. Le seguía palpitando el corazón por cada oportunidad que tenía de usar aquel poder aún enigmático que llevaba a modo de cristal, y se ponía ansioso en toda aquella situación que escuchaba voces en su cabeza, ya sea para ayudarlo o perturbarlo. A pesar de todo el coctel de nuevas cosas aprendidas y conocidas en ese periodo tan corto, no dejó de sentirse igual de humano que antes. Lo único que había cambiado en él era que le resultaba más fácil aceptar dichos eventos con mayor normalidad y benevolencia. Benevolencia de no lastimarse peor a sí mismo, acuñándose más temor del que ya de por sí acumulaba, al cual se abrazaba para terminar lo que fuese imprescindible, con el fin de estar mejor. Cuando Daniel tuvo la idea de que se pusiera el traje de su amigo Erick para intervenir en la junta de los hombres que había visto con el cristal, tembló más por dentro que por fuera. Apostó por sentirse grato de no titubear y así fue. No había razón por la cual temer en ese preciso momento en que se encontraba ahora, tan plácidamente recostado sobre un asiento poco cómodo y demasiado lejos del futuro. Se abrazó a su hermano para concluir que justo él era la prueba de que no lo había hecho nada mal esas últimas horas.

Después de conducir por calles apenas llenándose de tráfico matutino, atravesaron varios tramos de las ciudades hasta llegar al punto deseado. El centro de convenciones de Tampico era una estructura muy contrastante con la del hospital Naturista, cuya ubicación se realzaba a un costado de la Laguna del Carpintero. Este, para nada estaba en abandono, y por lo contrario, era utilizado con mayor frecuencia de lo que en realidad la gente se daba cuenta. Decir que era en exclusivo el recinto en donde artistas venían a gozar de los gritos y aplausos del público, era poco, ya que también era sede de muchas convenciones de toda índole: mercaderes, pláticas, exposiciones y un apreciable etcétera acompañándolo. Aunado a unos cuantos metros de distancia frente a él, se acoplaba el Espacio Cultural Metropolitano, mejor conocido simplemente como «El Metro». En su conjunto, ambos formaban una gran dupla de resguardos para el arte y la cultura de Tampico, Madero y Altamira.

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