🏆🏅Historia ganadora de un Watty🏅🏆
Lucas, extraído de su hogar a los siete años, sobrelleva el día a día al lado de su hermano menor y acompañado de amigos callejeros. El cielo resplandece en el séptimo aniversario cumplido por él como indigente...
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Se aproximaba la medianoche cuando todo acontecía sobre aquel frío y solitario paraje. Era un lugar tan cubierto por la nieve, y envuelto en la absoluta oscuridad, que ni siquiera la luna fue capaz de brindar algo de luz; esta se encontraba en descanso, culpa del novilunio que adornaba el trascendental momento.
Esto, a pesar de tener algo de cierto, no lo era del todo. Si bien a tan considerable altura apenas y las aves se posaban a descansar, resultaba curioso que una figura poco usual rondase por el interior de la gigante montaña.
Los pasos de aquella cosa ―delgada y alta, con piel chupada hasta los huesos― iban en direcciones indecisas y con desplazamientos poco flexibles. El ser parecía estar desorientado e impaciente en tanto su hiperactividad lo delataba. Sin embargo, de un momento a otro, sus andados fueron más claros cuando del propio cuerpo le comenzó a emanar un brillo fluorescente, de un tono acuoso como la menta.
Aquel gesto sucedió tras un espasmo que lo detuvo en seco, luego de presentir la llegada de algo a sus cercanías. Y en efecto, sin mucho preámbulo, un rechinar de fierros se exaltó entre la pasividad del inhóspito cráter.
Delante de toda probabilidad, la escena iba tornándose más extraña, pues la nueva figura que acababa de hacer acto de presencia no era persona alguna o especie conocida sobre la tierra.
El rechinido de cacharros rozándose entre sí, como un engranaje desgastado en acción, destacó en aquel cavernoso lugar tras la llegada de otro ser humanoide. El mismo iba revestido de una piel metálica y se jactaba de presentarse con unas antinaturales flamas incandescentes.
Aun así, en ese estado mucho menos amenazador, la luz que proyectaban sus alas había sido capaz de desvanecer las sombras; lo que dejó al descubierto todo el tugurio, así como a su acompañante.
Entonces, entre lenguas de un supuesto fuego magenta, el autómata se irguió al ras del terreno ante su anfitrión sin temor alguno.
―¿Cómo has estado, amigo mío? ―saludó con burlona cortesía el metálico ser.
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Sereno a un nivel magistral, el otro volteó para responder el saludo.
«Buenas noches, Afnes, he estado muy bien, gracias».