CAPÍTULO 9

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Cuando los rayos del sol contundieron con fuerza, el despertar de Lucas fue abrupto tal cual si hubiera estado atrapado en una pesadilla. Lo curioso fue en realidad que acababa de pasar la mejor noche de su vida, en reposo como nunca, tan profundo y plácido como si se hubiera muerto. Sin preocupación, amaneció en el terreno baldío, con la maleza en auge, en medio de dos casas abandonadas y un montón de cacharros oxidados revueltos entre basura.

Se sentía fresco, con una ligereza en el cuerpo digna de alguien que toma un masaje, pero eso sí, encandilado por la luz potente del astro rey que ya se alzaba en lo alto. Se incorporó sentado y de a poco hizo recuento de los daños de su noche anterior. Con lo que, más temprano que tarde, se asqueó de la cama en la que había pasado las últimas horas. Fue parándose y se sacudió, esperando no haberse tumbado sobre algo repugnante como excremento de perro o algún animal muerto. Lo cual, aún para él, jamás había sido algo por lo que hubiese tenido que pasar en su situación de calle.

Al prestar un poco más de atención, rescató algo de alrededor que le resultó extraño y fuera de lugar: una plasta de algo espeso, como plastilina endurecida, se extendía en una mancha frente de sí cubriendo una porción pequeña del pasto crecido. El mismo lucía afectado por dicha anomalía negruzca y hacía que se mirara seco, como sin vida. Incluso, la hierba en ese específico espacio estaba caída y se veía como un pedazo mal trasquilado.

«Ahí fue donde vomité», pensó minuciosamente, rebatiendo la idea de haber tenido aquello en su interior una noche atrás.

Escuchó, pues, pasos en la calle que se extendían fuera del terreno producidos por gente que lo observaba de reojo, extrañada e incómoda como tantas otras veces lo habían acosado mientras se hallaba tirado en las banquetas. Sintió algo de pena, igual que si hubiese sido nueva para él aquella experiencia, pero lo ignoró. Con pasos disimulados, se retiró del lugar e incómodo avanzó hasta salir a una calle que desconocía, donde hacia un lado se bifurcaban dos caminos en colina y por el otro se extendía uno solo en línea recta.

Optó por la segunda opción.

Conforme avanzaba, sus tenis chillaban y le producían un caminar extraño que lograron que se bamboleara, pues estos expulsaban el agua que faltaba por secárseles. Por consecuente, refrescó su memoria y matizó con algo más la realidad de los hechos suscitados. Cada paso dado era un repiqueteo extra que concientizaba a Lucas de la locura vivida.

Estaba más que claro que se había arrojado al agua, pero...

«¿Qué más de todo eso ocurrió en realidad?».

Tal cuestión era lo que le daba vueltas en la cabeza.

«¡Erick, carajo!reaccionó ante todo―, lo dejé solo ahí en medio de aquellos güeyes... y la quemazón... ¡Esos malditos!... ¡Me drogaron! parpadeaba y bamboleaba con la cabeza, esperanzado de que esto funcionase para espabilarlo―... ¿y después?», siguió cuestionándose con dureza.

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