EPÍLOGO

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Una habitación de escasos metros cuadrados estaba repleta de imágenes de figuras religiosas del folclor católico; adornaban cada espacio necesario donde el habitante de dicho lugar consideraba que se verían bien

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Una habitación de escasos metros cuadrados estaba repleta de imágenes de figuras religiosas del folclor católico; adornaban cada espacio necesario donde el habitante de dicho lugar consideraba que se verían bien. Un buró sencillo reposaba a un lado de la cama, con un despertador de aspecto ancestral, que permanecía quieto como todo lo que describía el interior de ese lugar. Existía un silencio sepulcral que hacía parecer un recinto de oración y no un cuarto para descansar. Sin duda alguna, el padre Leopoldo había adecuado esas cuatro paredes para poder aislarse en cónclave. No había espacio para los sonidos perturbadores y la madera que reposaba, cubriendo todo hasta llegar al techo, montaba un perfecto escenario de tranquilidad para que cualquiera durmiera en perfecta armonía. Por supuesto, la persona que yacía tumbada en el colchón de la cama no era el auspiciador de las misas los domingos. Luego de no saber nada de lo ocurrido, Lucas había terminado en ese lugar para descansar y recuperarse, mientras su papá por un lado permanecía atento y leyendo unos fragmentos bíblicos, puesto que era el único libro que había cerca. Ya no era un hombre desaliñado que aparentaba más edad. Al haberse afeitado y reducido a nada el vello facial, su rostro regresó a ser el de un joven de treintaisiete años, que vestía mezclilla y una camiseta negra con estampado de los personajes de DC Comics.

El sopor iba desapareciendo de los pesados párpados que Lucas había intentado abrir en varias ocasiones. La fuerza de la pereza que se posaba en él había sido tan profunda que se dio el permiso de aceptarla como una amiga a su cuerpo, eso hasta que los estragos de su consciencia molieron sus afanados intentos de seguir dormido y le gritaron a abrirse a la vida.

Todo le fue borroso e irreconocible a primera instancia. Lo primero que concilió como real fue que en cualquier momento aquellas figuras ornamentadas le darían la bienvenida al cielo. Luego recordó que eso resultaría demasiado imposible, y entornó bien la mirada para asegurarse de que no fuera cierto.

Se estremeció por un instante y susurró asustado, como si despertara de una pesadilla:

―¡Papá!

Reynaldo de inmediato dejó de leer y se incorporó en la silla donde estaba.

―¡Lucas, por fin despertaste! ―contempló, airoso de alegría.

Lo miró impactado, como si este hubiera nacido otra vez; estaba maravillado por tenerlo ahí frente a sus pies, sano y salvo. Reynaldo tomó una jarra con agua que había en el buró y le sirvió un poco en un vaso de plástico.

―Toma, necesitas hidratarte ―le ofreció y pegó el vaso, empinándoselo él mismo.

―¿Qué pasó? ―preguntó luego de un largo trago, con una cara que solo había visto en crudos que amanecían afuera de las cantinas del centro.

―Estuviste durmiendo toda la mañana y parte de la tarde ―respondió con tranquilidad.

Trató de descifrar primero por sí mismo la fecha en que se encontraba, pero luego, al ver que los cables de su cabeza aún seguían chamuscados, tuvo que preguntar con temor a que le dijeran que se hallaba ahora veinte años en el futuro.

Gárdeom: El legado de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora