CAPÍTULO 12

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«¿Algo peor?», se preguntó Lucas, absorto y frustrado, con el tiempo frenándose y su mente yendo al recuerdo fugaz que, para él, fue como si un gran paréntesis se abriera.

Había estado al pie de las sorpresas todo ese día y la noche anterior, de tal modo que le recordó a aquellos tiempos donde cada esquina de la ciudad era algo desvelado y cada respiro de su enclenque pecho era un triunfo.

Lucas y Aarón tenían mucho que contar, al menos entre ellos dos, pues siendo ya de por sí hermanos, vivieron la experiencia de un abandono tan brusco, y no sin dejarles estragos.

Para ellos, algo peor que despertar al día siguiente de un día de paseo con su padre en una ciudad diferente, fue el tener que acostumbrarse por siete años a vivir así. Condenados a repetir día con día el mismo pánico de no saber si el resto de las siguientes veinticuatro horas lograrían mantenerse juntos, Aarón necesitó mucho trato para que las emociones no le ganaran; Lucas lo recordaba al detalle. Y luego de verlo en estado de coma, los ojos se le humedecieron por acordarse de cuando su hermano menor era todavía más un niño y terminaba dormido en sus piernas, luego de calmarlo y explicarle que todo estaría bien, pese a que el sentimiento fuera para él una mentira.

―¿Ya te quedaste dormido, hermanito? ―preguntaba Lucas de siete años, recién ingresado a Tampico.

Desde aquellos primeros días, los cobijaron lugares lúgubres o de poco cuidado, pues en esa semana entera, posterior a la previa en que fueron trasladados desde Ciudad de México, se habían resguardado en un Avión. Sí, así es, en un avión. Uno sin motor ni gasolina, que estaba estacionado a campo abierto a las orillas de la Laguna Del Carpintero. Una mera atracción turística que, en definitiva, llamaba la atención de cualquiera para tomarse alguna foto. Lucas y Aarón tuvieron la fortuna de encontrarlo vacío en su interior y sin turistas al rededor en tanto se quedaron ahí. Aunque, tiempo más tarde, no les costó imaginarse que eso pudo haber sido culpa de Erick, quien fue el que los metió ahí en primera instancia.

Había sido una semana larga que rebasaba lo horrible. Pero comparada con la primera... la primera a su llegada a su nueva normalidad... bueno, les quedaba como un pequeño descanso. Esos siete días atrapados en el interior de una lata cilíndrica, con hileras de tres asientos como camas, no les fueron suficiente para conciliar el sueño. Erick llegaba hasta noche para llevarles de comer, y, a su modo, hacerlos sentir que estarían bien, aunque a Aarón no le dejaba de dar miedo semejante muchacho con traje negro. El hermano de Lucas estaba en esa etapa en que dejaba los berrinches, los balbuceos y miradas cabizbajas por mensajes más concretos y entendibles. Pero ahora ya no tenía un padre, sino un hermano mayor. Lucas batallaba infinidades para serenarlo cada vez que se arrancaba a llorar. Y con él queriéndole hacer segunda, tenía que esperar su turno hasta que su hermanito quedara en paz.

Ninguno de los dos entendió nada de lo que ocurría.

―Denme tiempo, niños ―les decía Erick, uno joven de todavía dieciséis años, más inexperto que el actual, pero ya teniendo las agallas que nunca le hicieron falta―. Tengo que arreglármelas con los hombres que los tenían atrapados. Mientras, tienen que quedarse aquí para que no les pase nada.

Gárdeom: El legado de las estrellasOnde histórias criam vida. Descubra agora