CAPÍTULO 26

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Después de un buen zangoloteo, Lucas se rindió ante el pavor de lo desconocido

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Después de un buen zangoloteo, Lucas se rindió ante el pavor de lo desconocido. Le cruzaron por su mente un sinfín de horrores en los cuales terminaba rasgado, rebanado o pulverizado por el espacio tiempo que se estiraba en un carnaval de colores. Se había aferrado al volante como el niño pequeño que se aferra a su padre en las noches por el temor, sus dedos estaban entumeciéndose por la descomunal fuerza con que se sostenía y el sudor de la frente le escurría hacia atrás, culpa de la inercia anormal que producía dicho efecto. El momento le resultó de lo más abrumador y pensó en eso como lo peor del mundo... Pero estaba equivocado.

Todo cesó y su corazón siguió bombeando a discreción. El interminable túnel de luces había cambiado, y ahora el panorama resultaba mucho más tangible. Las ruedas del tráiler seguían girando y el vehículo continuaba su camino en recta dirección, pero Lucas tardó unos instantes en regresar la cabeza al frente. Cuando lo hizo, entró en pánico, pues no supo cómo pararlo. Todo era oscuro afuera y, de no haber sido por la distracción del momento en el que estaba inmerso, hubiera notado de inmediato que el lugar no era nada familiar; de hecho, nada ahí gritaba formar parte de algún sitio de su planeta natal.

De pronto, ante sus ojos se dibujó el horror: un barranco que anunciaba una muerte segura si no hacía algo al respecto. Empezó a ponerse nervioso y a pisotear tantos pedales como pudo, pero para cuando por fin logró atinarle al freno, había sido demasiado tarde. El filo de la orilla estaba ahí y no tuvo el tiempo suficiente para que la fricción hiciera su trabajo. Un rechinar de llantas quemando encima del terreno se escuchó, y después su grito desesperado siendo tragado por el vacío... ¡Y vaya qué vacío! No era un suelo irregular con una pendiente de inclinación gigantesca, sino más bien el descenso en picada más alto del que pudo haber imaginado que sería, como si hubiese aparecido en la cima de un rascacielos. Una vez más, la gravedad se le vino sobre sí, y gracias a esto pudo tener tiempo de reaccionar (por el susto, más que nada) antes de estamparse con el suelo. Así pues, su adrenalina movió el brazo en su nombre para que, en un movimiento veloz, se quitara el cristal del cuello y apuntara con este hacia la cima. Deseó con todas sus fuerzas aparecer en la punta de donde sea que fuera ese lugar, e instantáneamente eso sucedió tras una estela de su destello azulado.

Aterrizó de la peor forma: cayendo de boca a un frío y áspero piso, producto de la repentina y borrosa imagen que se grabó en su cabeza como referencia de destino. Sin embargo, estaba con vida.

Pronto notó que, aquello que había creído que era un suelo artificial, en realidad era lo que gobernaba todo el sitio donde estaba parado. Se trataba de algo que si frotabas demasiado se difuminaba, como granos de arena, y dejaba las manos manchadas de un color durazno, como si fuese tiza. Se incorporó a paso lento hasta voltearse y se sentó en dirección al voladero por el que casi se pierde. Ahí, a la distancia, fue capaz de escuchar el sonido del vehículo al caer junto a un sonoro y lejano estallido.

Alzando la vista, lo apreció todo, y sus pupilas dilatadas de la impresión delataron el impacto en él.

En efecto, era de noche en aquel lugar, pero el cielo poseía un semblante diferente: las estrellas eran mucho más tumultuosas y podían apreciarse colores mucho más intrépidos en ellas. Con lo cual, aparentaba ser un alegórico anuncio repleto de titilantes diamantes. Un trío de lunas de verdosos colores se alzaba ante él, y a lo lejos se veía una lluvia de asteroides dibujada con parsimoniosa estilización. Todo lo que podían ver sus ojos en el plano que se extendía eran un sin fin de elevaciones de tierra (eso imaginó que eran). Y a la sombra de estas, un montículo de estructuras, casi del mismo tamaño y más similares a edificios, se regocijaban muertas en grupos que iban variando aleatoria y desordenadamente.

Gárdeom: El legado de las estrellasWhere stories live. Discover now