CAPÍTULO 27

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¿Qué había de malo en las tierras que Lucas pisaba? No mucho, lejos de que el conjunto de escoltas lo ponían nervioso a la hora de caminar junto a ellos, ya que parecía que en cualquier momento se lo comerían con esos puntiagudos dientes que de ve...

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¿Qué había de malo en las tierras que Lucas pisaba? No mucho, lejos de que el conjunto de escoltas lo ponían nervioso a la hora de caminar junto a ellos, ya que parecía que en cualquier momento se lo comerían con esos puntiagudos dientes que de vez en cuando enseñaban. Por otro lado, Reynaldo parecía pasarla a todo dar, casi como si aquel conjunto de personitas achaparradas, con arrugas escamosas y piel como la de un tiburón, fueran sus amigos de toda la vida. No es que no le dieran buena espina, sino que la desconfianza en sí ya era el pan de todos los días en las calles de su ciudad, y el instinto reacio a socializar con quien sea le aplicaba para todos, aunque no fuera de su propio mundo; y así hasta con mayor razón.

Todo se tornó mucho más avispado. De pronto el conjunto de «Espersis» (aún no se acostumbraba a concebir eso como nombre de una especie) empezó a movilizarse tras un comunicado que su padre les hizo llegar de viva voz y en su propio extraño idioma. El mismo lo sintió Lucas como uñas en el pizarrón con cada acentuación carrasposa que forzaba su padre; por un segundo intuyó que tal vez él también debía empezar a correr como el resto.

―¿Qué les dijiste?

―Que se preparen y que avisen a los demás. Ya es hora de irnos.

―¿Papá, es enserio? Nunca he hecho eso, apenas y aprendí a teletransportarme... o viajar... Como se llame. Y eso bajo presión. No sé ni cómo hacer para convertir las cadenas en un brazalete...

―Seguramente Iker debió explicarte a medias las cosas ―dijo mientras caminaba de la mano de su hijo hasta unos contenedores fuera de la cueva―. Te mostró solo lo que le convenía que supieras.

―Sí, y a propósito de eso, no terminaste de responder mis preguntas.

―¿No puedes esperar a que estemos en nuestro planeta? ―Se movió al ritmo de una caminata a cuestas, maniobrando para quitar los seguros que sellaban uno de tantos contenedores que lucían mucho más sofisticados que los convencionales―. Te siguen gustando las tortas de la barda, ¿no? Yo las invito cuando todo esté más tranquilo, ¿te parece?

Lucas no pudo rechazar esa oferta. Sintió el rugir de las tripas brincándole de gusto por la mención de aquel manjar tan exquisito.

El contenedor se abrió de par en par, dejando escapar una brisa de aire frío, como si hubiesen abierto un refrigerador. Al interior todo estaba muy meticulosamente ordenado, con una cama en una esquina y demás cosas básicas que un pequeño hogar (si es que así se le podía llamar). Una persona estaba recostada en el soso colchón, tan estática que, a primera instancia, Lucas no notó su presencia.

―Mira, hijo, ella es Natalia, la hermana de Alexandra ―anunció su padre, tan apresurado que apenas hubo tiempo para un saludo.

La dichosa hermana que había estado buscando la mujer que Lucas conoció en el hospital Naturista, no lucía más vieja que él. De hecho, la belleza que Alexandra ocultaba por culpa del desahucio de la droga ingerida era la misma que el muchacho alcanzaba a distinguir en esta, cuyo semblante de ondulados cabellos, mesclados de entre rubio cobrizo y castaño claro, era ligeramente opacado por la pesadez en sus ojos que denotaban cansancio; un poco similar a él.

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